Este artículo se publicó hace 12 años.
Sevilla, regalo de Reyes para el Rayo
Los goles de Michu y Tamudo derrotan a un equipo ramplón
Sin Reyes o, como ayer, con él como titular exprés, el Sevilla es un chollo. El conjunto andaluz, en plena indefinición, tiene muchas carencias y un gran problema: transmite blandura. Y eso se paga muy caro en la élite. El Rayo, un club de natural modesto y actualmente en economía de guerra, con un plantel de honrados profesionales que sudan cada mes la camiseta sin saber cuándo y cuánto cobrarán, se regaló ayer un triunfo vital para seguir soñando con la permanencia y, por ende, la super-vivencia.
El conjunto de Sandoval no suele engañar. Si le dejan, exhibe cierto gusto. Si, como ocurrió ayer durante la primera parte, el contrario se muestra superior, arría velas, se pone de costado y, con todo el orden del que dispone, espera a que escampe. El procedimiento, claro está, se simplifica cuando, caso del Sevilla, el rival no asusta.
Marcelino sigue sin dar con la tecla. Cambia de hombres, modifica posiciones, dibuja mil y un matices tácticos, pero el equipo no carbura. El que no hace tanto fue un atractivo descapotable, veloz y eficaz, se ha convertido en la furgoneta del equipo A: pintona, pero pesada y sin brío.
Es cierto que el Sevilla sufrió la injusta anulación de un madrugador golazo de Fazio por inexistente fuera de juego, pero no debería agarrarse a tan garrafal error arbitral para justificar lo que vino después. Debería quedarse con su loable voluntad de hacer suyo el balón de forma constante y preguntarse por qué ese dominio, abrumador durante bastantes minutos, no se tradujo en goles. Ni siquiera en ocasiones claras.
Quienes esperaban a Reyes como el maná de juego, como aquel chavalín que era un puñal por la banda cuando el Arsenal llamó a su puerta, abrieron ayer los ojos. El reciente fichaje procedente del Atlético tiene varios años más y un par de velocidades menos que entonces. Conserva el toque y la visión de los futbolistas especiales, pero está para pocas batallas en solitario. Necesita que el equipo acompañe y, en cuanto percibe que esto no es así, se diluye progresivamente. De hecho, el Sevilla vivió de la verticalidad por la izquierda de Luna, un canterano interesante, y de las apariciones de Negredo, esporádicas y sin tino. Pero nunca dio esa sensación de conjunto poderoso que, tarde o temprano, acaba por atropellarte.
Y luego están sus lagunas defensivas. La primera la firmó Javi Varas; la segunda, Spahic. Dos despistes monumentales que no pasaron desapercibidos para otros tantos linces: Michu y Tamudo. Cada uno a su manera, el joven asturiano y el veterano catalán resumen el plan del Rayo. En pleno despegue profesional el primero, en la cuesta abajo de una carrera sobresaliente el segundo, ambos son futbolistas cuyas apariciones resultan primordiales para un conjunto con recursos limitados. Golpearon cuando más duele antes y después del descanso y sus zarpazos acabaron siendo letales. Porque el gol de Spahic sólo creó cierta inquietud. Nada más. El Sevilla de Reyes fue un regalo.
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