Este artículo se publicó hace 14 años.
El silencio amargo de Raúl
Al capitán del Madrid no le gusta que Pellegrini lo relegue para disputar los minutos de la basura
Con 1-0 en el marcador y sin rastro del vendaval que había sido el Madrid en el primer tiempo, Raúl calentaba. El Bernabéu también había perdido la excitación con la que compareció al partido ante el Lyon. El primer capitán pensó que era su momento. Que su entrada podría generar una descarga emocional que reactivara al equipo y a la hinchada. No fue así. Salió antes Van der Vaart. Cuando Pellegrini dio entrada a Raúl faltaban 13 minutos y para entonces Pjanic ya había marcado. No le gustó. Lo procesó como la prueba definitiva de que su transición al banquillo ha sido más brusca que lade otros ídolos blancos que pasaron por el mismo trago.
En el proceso de digestión de su nuevo estatus, Raúl pensaba que podía tener un papel importante en noches como la del pasado miércoles. Juanito o Santillana ya estaban en su declive en las grandes remontadas europeas, pero en esas citas raciales eran tipos a seguir. A él ni siquiera le han dado ese rol. En noviembre le costó asimilar su suplencia, pero tenía esperanzas de ser un jugador aprovechable para ciertos momentos. La realidad es otra y no le complace.
Raúl siente que Pellegrini lo ha relegado para los minutos de la basura. El partido del Lyon se lo confirmó. Y así se lo ha manifestado a su entorno. Sus allegados reconocen que no está conforme con el trato deportivo que está recibiendo por parte del chileno. La relación con el técnico es cordial, pero el jugador percibe que esos minutos intrascendentes responden más a la compasión y a la cortesía que a verdaderas necesidades del equipo. En los últimos partidos, Raúl ha entrado al campo con casi todo el pescado vendido o ha sido un cambio desesperado, como sucedió contra el Sevilla y el Lyon.
Raúl ha desaparecido del paisaje futbolístico del Madrid. Su silencio tras la debacle del miércoles es tan histórico como significativo. El todavía símbolo del madridismo no ha hablado. De los cuatro capitanes ha sido el único que todavía no ha abierto la boca. El jueves se esperaba su comparecencia en rueda de prensa. Finalmente, el que habló fue Casillas.
Raúl está descorazonado. Empezó la temporada muy implicado. Por entonces ejercía de cicerone de los nuevos fichajes. Se le veía aplicado en su labor de facilitar la integración de los nuevos, sobre todo de Kaká y Cristiano. Hasta que se enteró de que Florentino Pérez prefería que ese trabajo lo hiciera Casillas. Desde entonces, deportivamente, no ha levantado cabeza, aunque sigue siendo modélico en los entrenamientos. Institucionalmente, se siente arrinconado.
El sentimiento de abandono que ha repercutido en su implicación con el grupo ha sido percibido ya por parte del vestuario. Algunos compañeros le ven distante, alejado de las funciones de primer capitán. La frecuencia de sus discursos ha disminuido. Las imágenes de los instantes previos a que el Madrid saltara al Bernabéu para medirse al Lyon son reveladoras. En el túnel de vestuarios, con los jugadores en fila india, Drenthe fue el que arengó a sus compañeros. Raúl pasó de largo y no hizo ni un gesto de aliento. Subió las escalerillas y se refugió en silencio en la última fila del banquillo. Un silencio amargo.
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