Este artículo se publicó hace 13 años.
Silva reclama su espacio
La Roja, agigantada por el canario, luce en Boston con un triunfo autoritario y brillante ante un débil Estados Unidos
José Miguélez
La Roja no era la verdadera. Y no sólo por el color de la camiseta, por esa vuelta al blanco previa a la era de los títulos (la Eurocopa se ganó con el amarillo de uniforme suplente, y el Mundial con el azul). Faltaban además muchos de los principales. Casillas, Puyol, Capdevila y Torres, por ejemplo. Pero, sobre todo, Xavi e Iniesta (de salida), los dos que marcan el estilo, y su relevo natural (Cesc).
Y, sin embargo, España fue reconocible en su juego. La culpa la tuvo Silva, que se ajustó en la mediapunta para tirar todo tipo de asociaciones y dejar sobre Boston un partido descomunal y completo. El canario reclamó el sitio que le quitaron.
El futbolista del City le dio sentido, velocidad y profundidad al juego de la selección. La pelota pasó muchas veces por sus pies y a menudo para agrandar la jugada. Para romper el tono rutinario de la circulación, enredar al rival e inyectar veneno a los ataques. Estados Unidos, pese a su atlética estampa, pese a que cada uno de sus jugadores le sacaba dos cabezas al canario, no supo nunca cómo descifrarle. Ni con los centrales ni con los centrocampistas entendió como echarle un lazo. Silva marcó antes que nadie (el árbitro le anuló el tanto), regaló balones mejor que ninguno (Negredo envió al larguero su mejor servicio) y finalmente descorchó el marcador con una acción sublime. Pero el 0-1 no le apagó. Se hartó a jugar, burlar y crear. No se paró nunca. Estuvo enorme.
Del Bosque le regaló a Iker los últimos minutos para llegar a su partido 120 En ese primer tanto, y durante toda la velada, el mejor socio de Silva fue Xabi Alonso, que le puso más confusión todavía a los yanquis con su preciso juego en largo. Al guipuzcoano le molestó Busquets menos que otras veces (sin Xavi e Iniesta la zona de creación no padeció atascos) y se sintió más jefe que nunca. También regaló un gol, el segundo, a Negredo, incansable y certero en el desmarque.
Pero elevado por la magia de Silva, España brilló en su conjunto. Cazorla y Negredo apellidaron los goles, pero desde el primer al último jugador estuvo siempre por encima del adversario. Estados Unidos también ayudó. También con ilustres ausentes, no puso sobre el tapete (muy bueno no era el césped) ninguna de las dificultades que arrojó en las dos últimas citas contra España, especialmente el día de su particular maracanazo en la Confederaciones.
No se agigantó y dejó que el fútbol marcara las diferencias. Así que España, aunque en la segunda parte bajó de intensidad, y se afeó ligeramente con los cambios, estuvo a la altura de la estrella que luce en su pechera. Jugó siempre en campeón del mundo. Con autoridad y con gusto, con estilo y con responsabilidad. No era la verdadera España, pero en el fondo sí lo fue. La Roja es más que sus mejores jugadores, ese mensaje dejó el partido. O tal vez fue otro: que Silva, pese a los que de repente desconfiaron (el seleccionador a la cabeza) es realmente uno de esos mejores. Ya lo dijo una vez Del Bosque: "Silva es el Messi de La Roja".
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