Este artículo se publicó hace 14 años.
Suráfrica se quiere mostrar feliz
José Miguélez
Suráfrica tiene hambre, se nota. Es otro mundo, tal vez no exactamente el tercero. Las calles de Johannesburgo delatan desigualdad, suciedad, necesidad, pobreza. A ciertas horas, inseguridad. Contratiempos desagradables que ya se sabía iban a estar colgados de estos treinta días en los que el mundo va a ponerle los ojos encima. Pero también enseña alegría, mucha alegría. La felicidad inconfundible que acompaña al fútbol.
Ha bastado un par de horas para comprobar por organización e infraestructuras que este país no está preparado para acoger una competición de semejante envergadura, que la civilización ofrece más garantías y comodidades en otros lugares del planeta. Pero también ha bastado ese tiempo para comprobar que el Mundial es una oportunidad, quizás ficticia o temporal, para cambiarle la cara a esa gente que no está acostumbrada a pasarlo tan bien. Las emociones festivas que precedieron al estreno de los Bafana, Bafana, toda la ciudad coloreada de amarillo y ensordecida de vuvuzela, igualada por el fútbol, justifican por sí solas la designación de este país y este continente como sede. Los aficionados nunca fallan. Esa sonrisa bailada con la que ayer regaron lo que debían ser unas aceras salvarán este Mundial.
No lo hicieron tampoco mal sus jugadores luego, cuando bajaron al fin el Mundial al terreno de juego. Porque el Mundial es organización y fiesta, pero sobre todo es un balón. Y lo movieron bien los anfitriones, mejor que los mexicanos. Dejaron un gol, el primero del campeonato, de primera potencia: un zurdazo de Tshabalala a la escuadra tras una jugada de tiralíneas. Y luego, más por inocencia, se dejaron empatar por Márquez. Tablas que prometen.
Como promete España, recibida con los honores de gran favorita. Ya por la tarde se entrenó en su campo base. No va de farol. Es la temida por todos. Desde la Eurocopa es así. Ese debe ser el espejo en el que mirarse. No le conviene distanciarse de la liturgia empleada entonces. No le va esconderse y blindarse, volverse agria. Y parece que por ahí va.
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