Este artículo se publicó hace 12 años.
El tenista que se supo grande
El serbio consiguió su quinto Grand Slam, tercero en Australia
La respiración suena entrecortada al fondo de la pista. Es Djokovic, al que le sigue costando tomar aire. Una marca personal, un quebradero de cabeza que no le impide ser grande. En otros tiempos el físico se le resentía, la falta de oxígeno le paralizaba las piernas. Pero ya no, todo eso pasó, ya no es un segundón ni un hombre a la sombra de dos mitos. Ahora, por derecho propio, es el número uno del mundo, la raqueta más importante.
Djokovic es ya pentacampeón de Grand Slam y eso es mucho decir. Santana, Vilas o Artur Ashe están por detrás de él en la lista de todos los tiempos. Becker aparece en el horizonte cercano con sólo uno más. Melbourne es su pista fetiche, sus tres campeonatos allí le colocan a sólo uno de Federer y entre los mejores del primer grande del año. Por una cuestión de época, es posible que Nole lo haya tenido más difícil que cualquiera de sus predecesores. Ha coincidido con Nadal y con Federer, ha tenido que sufrir un dominio aplastante de un monstruo de dos cabezas que no permitía al resto de jugadores llegar a las finales.
Aquella experiencia, la tiranía de los mejores, fue una forja perfecta para un tenista dicharachero pero de enorme amor propio. Djokovic no se iba a conformar con ganar dinero y fama, con ir de ciudad en ciudad contento con haber llegado hasta semifinales. Él tenía la ambición de reemplazarles y para ello trabajó. Por el camino ha cambiado el servicio, la dieta y algunos apuntes de la manera de juego. Ha ido engrasando la máquina hasta convertirse en el mejor. Sólo lo consiguió cuando empezó a creérselo. Llevó a Serbia hasta la Davis y llegó al año 2011 en su mejor momento. Arrasó el calendario como muy pocos lo han hecho antes. Exceptuando el borrón de Roland Garros, donde fue semifinalista y expulsado por Federer, su temporada fue perfecta. Es probable que ahora mismo piense en París como su máximo anhelo. Conseguir el Grand Slam, lo que antes lograron Federer y Nadal, sus enemigos, pero también su guía y acicate.
Puede hacerlo. El año pasado Nole ya demostró que también era el mejor sobre la tierra batida. Sus victorias en Roma y Madrid ante Nadal, probablemente el más grande jugador de todos los tiempos en polvo de ladrillo, así lo demuestran. Este punto, como todo en la carrera de Djokovic, sólo necesita creérselo.
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