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Las tres vueltas al mundo del incombustible Martín Fiz

"No valgo para engordar"

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El atleta Martín Fiz, a su llegada el domingo a meta en la quinta edición de la media maratón de Santander. /EFE

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MADRID.- No, ya no es como antes cuando su hijo Alejandro, el ‘olímpico’ que nació en 1992, Juegos de Barcelona, acompañaba a su padre, Martín Fiz (Vitoria, 1963) al maratón de Lake Biwa en Japón. El niño tenía 8 o 9 años y esperaba a su padre en línea de meta, impaciente, casi angustiado, “papa, estaba rezando para que llegases a meta, no ya para que ganases”, recuerdo para toda la vida, incapaz de envejecer, símbolo de lo que es el maratón, océano bello pero realmente peligroso. Todo eso retratado en la cabeza de un niño, que temía por su padre frente a las dentelladas del maratón, no hablaba de la victoria, hablaba de la supervivencia con 8 o 9 años, no más, el sexto sentido.

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Pero hoy ya no, hoy ya no es como entonces, no hay medalla olímpica en el horizonte ni título de campeón del mundo a la vista. Alejandro, el niño, se hizo hombre, cumplió 23 años, terminó su carrera universitaria (Administración y Dirección de Empresas) y perdió el miedo a las batallas de su padre frente a ‘la bestia’ (el maratón). “No nos podemos detener frente al tiempo”, explica Martín Fiz, que se separó de esa dictadura de los espaguetis y las ensaladas que durante tantos años existió en casa. “Sin ir más lejos, ayer cené un par de huevos fritos con chorizo. En otra época hubiera sido inconcebible”, insiste Martín.

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“Mi mujer está en ese grupo de soldados vietnamitas con cinturones llenos de geles y aguas, las articulaciones cascadas y una fuerza de voluntad insuperable"

Ese padre que, sin dejar de correr, venció las obsesiones del pasado y hasta se las traspasó a Ana, su mujer, la madre de Alejandro, que dejó de fumar y se aficionó a correr maratones por debajo de las cuatro horas. “Mi mujer está en ese grupo de soldados vietnamitas con cinturones llenos de geles y aguas, las articulaciones cascadas y una fuerza de voluntad insuperable, que les hace aguantar cuatro horas al pie del cañón en la carretera. Alguna vez le he acompañado y ella, como todas esas gentes, tiene un mérito enorme”.

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"No valgo para engordar"

Pero así cambió la vida en casa. Ana, a la que le costaba entender que su marido fuese tan obsesivo en su época en la elite, ahora lo entiende perfectamente “porque el maratón, cada uno a su nivel, obsesiona de veras”. La diferencia es que Martín ya está por encima del bien y del mal, pacificado por lo logrado y por lo vivido. El 3 de marzo cumplió 53 años y “ahora ya no salgo a morir, sino a dominar la agonía del maratón, algo que siempre se me dio muy bien. Mi cuerpo nació para eso”.

"Hay atletas de mi generación que, sin llegar a estar en una silla de ruedas, están llenos de artrosis, rodillas, caderas, etc"

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Por eso se resiste a hacer caso a Alejandro que dejó de ser ese niño de ocho años y se convirtió en un joven de 23, capaz de pedirle ahora a su padre que deje de correr tanto, de recordarle que sus rodillas superan los 250.000 kilómetros, el equivalente a tres vueltas al mundo y hasta de preguntarle si 35 años corriendo no le parecen suficientes. Pero entonces Martín Fiz le contesta que no puede, “porque mi cuerpo no sabe vivir sin correr. No valgo para engordar y en el fondo soy un afortunado. Hay atletas de mi generación que, sin llegar a estar en una silla de ruedas, están llenos de artrosis, rodillas, caderas, etc. Sin embargo, debe ser que yo vendí mi alma al diablo, porque la musculatura todavía me responde muy bien y el corazón no me dio ninguna mala señal. Sólo necesita que le conceda algo más de tiempo para recuperar”.

El maratón de Tokio en 2 horas y 28 minutos

"Tengo que vivir; tengo que trabajar, escribir, viajar, dar conferencias y no quejarme, no quejarme nunca porque soy un privilegiado que vive de lo que me gusta”

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Y, sí, claro que ya no puede ser como entonces ni como en los Juegos de Atlanta 96 ni como en el Mundial de Atenas 97 o en el Europeo de Helsinki 94 cuando casi no existía vida social para Martín Fiz. No había día en el que no existiese la locura. No había semana por debajo de los 200 kilómetros. “Ahora ya no paso de los 100, porque ya no puede ser como antes. Tengo que vivir; tengo que trabajar, escribir, viajar, dar conferencias y no quejarme, no quejarme nunca porque soy un privilegiado que vive de lo que me gusta”. Quizá por eso el maratoniano no desapareció ni desaparecerá, al contrario, y con el permiso de los años, 53, acaba de terminar su 47 maratón en Tokio en 2 horas y 28 minutos, a 3’30” por kilómetro, increíble.  Y ganó en la categoría de mayores de 50 años. Como también lo hizo en Nueva York y como pretende hacer en los seis majors del año.

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