Este artículo se publicó hace 17 años.
El triste reposo del aymara
Juan Romá Riquelme. Debería haber sido su partido. Bien con la camiseta del Villarreal, el equipo que le paga y no le deja jugar, bien con la del Atlético, donde soñó en verano con despertar.
Diez y media de la mañana. Un todoterreno negro aparca en la ciudad deportiva del Villarreal. El parking está desierto. Detrás de las vallas que rodean el campo de entrenamiento no hay chiquillería ruidosa a la caza de autógrafos. Tampoco la jubilación futbolera que escudriña a diario a la plantilla se deja ver. Acudirán a El Madrigal. Mientras, los jugadores convocados por Manuel Pellegrini descansan en el hotel de concentración. El Villareal recibe al Levante. Es día de fútbol, pero no para Juan Román Riquelme.
El entrenamiento es para los lesionados y para los no citados. Riquelme es un fijo entre estos últimos desde que estalló su guerra con el presidente Fernando Roig. Hoy debería estar en el campo. Bien con el Villarreal, bien con el Atlético. Pero al final no estará ni con uno ni con otro.
Desde hace un tiempo, el Villarreal obliga a todos los jugadores a aparcar en la parte delantera de la ciudad deportiva. Es el parking anti-Riquelme. Cuando empezó el conflicto, el argentino escondía el automóvil en la parte trasera de la ciudad deportiva para no escuchar los improperios de la afición. Ha tenido que soportar insultos como "perro" o "ladrón" .
El nuevo recorrido del vestuario al vehículo fuerza a los jugadores a pasar cerca de los aficionados. Ese tramo le recuerda cada día al futbolista criado en los potreros de Don Torcuato que su hechizo con el club y con la ciudad se acabó. Lo que antes era un paseo reconfortante, un baño de gloria tras la ducha, ahora es una tortura.
Aunque hay días en los que nadie se mete con él, Riquelme camina por ahí con la mirada baja, con la duda angustiosa de saber si le tocará o no tragarse para sus adentros una andanada de los hinchas. "No dice nada, pero está jodido. A ningún futbolista le gusta pasar por lo que él está pasando. Que nadie piense que Román quería entrar en este debate o que se siente cómodo en él. Ha pasado de ser un dios en Villarreal a ser insultado", dice un empleado del club.
Daño mutuo
La ley obliga al club a dejarle entrenarse con el resto de sus compañeros y a tener una ficha. De lo contrario, el jugador podría denunciar su situación y rescindir el contrato. Ambas partes cumplen escrupulosamente sus obligaciones. Aunque no se miran ni a la cara, el jugador se pone a los órdenes de Pellegrini todos los días y el Villarreal le paga religiosamente.
Riquelme se lleva un buen pellizco de las arcas de la entidad por no prestarle sus servicios y ésta le aleja de la pelota. El daño es profundo y mutuo.
Es una guerra entre dos pesos pesados. Un empresario poderoso y un futbolista jerárquico con un carácter complejo. La madre de Riquelme tiene sangre de los indios aymaras. Su personalidad distante y desconfiada de lo ajeno a su mundo le viene de ahí. "Los aymaras son aguerridos, taciturnos, estoicos, orgullosos y parcos en palabras", cuenta Condori, miembro de una organización aymara.
Ya no hay rastro de los días felices en los que pudo construir una versión de la Casa Amarilla, las instalaciones de Boca Juniors. Había importado su ecosistema argentino y se sentía como en casa. Gobernaba los partidos con su monopolio de la pelota, la grada de El Madrigal idolatraba su juego de pisarla y repisarla, su forma de apartar contrarios braceando, sacándoselos de encima como una vaca se quita las moscas con la cola. En el vestuario, si alzaba la vista se encontraba con la complicidad de Arruabarrena, su mejor amigo, o con la sonrisa y los ojos de mar de Forlán.
Cuando tenía algún problema físico, le cuidaban las manos de Bombicino y Confolonieri, los fisioterapeutas que se trajo de Argentina. Ninguno está ya, por lo que se le acabaron los asados argentinos.
Silencio en el vestuario
Sus actuales compañeros mantienen con él una relación correcta, sin más. No quieren tocar el tema. Algunos porque les parece "una falta de respeto hacia los que juegan", y otros porque no quieren problemas". En el Villarreal se había implantado la costumbre que había en Boca de juntarse alrededor de una parrilla los viernes. "Antes venía a comprar la carne. Desde que no juega ya no viene por aquí", asegura Jaime, propietario de la carnicería donde Riquelme hacía la compra. Tampoco frecuenta ya el restaurante Lucciola, uno de los preferidos de la plantilla.
"Desde que regresó de la Copa América no ha aparecido", afirma un camarero. Sólo asoma la cabeza por la Alacena de Teruel. "Si está solo, no levanta la cabeza del plato. Se le ve triste. Todo cambia cuando están sus hijos. Entonces, su cara de felicidad lo dice todo. Es una persona muy respetuosa y discreta. Antes venía con compañeros y era de los pocos que se acercaba a la valla del colegio de al lado para firmar autógrafos", dice un cliente habitual.
La soledad embarga al ‘10'. Su mujer y su familia están en Buenos Aires. Los dejó allí para que los niños no vieran interrumpido el año escolar. Él reside en una lujosa urbanización de Castellón junto a su hermano Christian y unos amigos que se ha traído para combatir la morriña y el dolor de no sentirse futbolista cada semana. Con ellos comparte las películas y su afición a la electrónica y al karaoke; su segunda casa es el
Media Markt.
La única vía de escape que tiene Riquelme es la selección. Para Alfio Basile es su ‘10', juegue o no en el Villarreal. Riquelme llevaba 43 días sin disputar un partido oficial. Le devolvió la confianza a Basile el pasado 14 de octubre marcando dos golazos de falta a Chile: "Ganamos por un mago en la pelota en los pies como es Román. Sabía lo que podía dar. Un jugador con las características de él no necesita mucho fútbol, es difícil que se olvide jugar".
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