Este artículo se publicó hace 15 años.
¿Tú qué haces el año que viene?
Los blancos sólo piensan en su incierto futuro. Casillas y Raúl quisieron tirar del equipo, pero dimitieron
Transcurrida una hora de partido, Van der Vaart esperaba en la banda como el que espera el metro. Sin un asomo de nervio, atusándose una incipiente perilla y mirando al cielo. Como preguntándose: "¿Dónde dejé aparcado el coche?". A su lado, el cuarto árbitro mostró el cartel electrónico con el número de Javi García, el compañero al que tenía que sustituir.
El canterano, lejos de apurarse por ir perdiendo 2-0, vio su dorsal y, con más pena que enfado, enfiló hacia la banda. Parsimonioso, sin prisa, pisó la cal, extendió pusilánime las dos manos, y el blando saludo entre ambos compañeros, voceó al mundo la depresión que se ha instalado en el vestuario blanco tras el 2-6 de hace una semana ante el Barça en el Bernabéu.
Las apelaciones al orgullo y al pundonor cayeron en saco roto. Si acaso, quizás por inercia genética, Casillas y Raúl intentaron arrancar con casta. Un detalle del delantero, una parada del guardameta y nada más. El fallo del portero en el segundo gol abrió la puerta definitiva a las vacaciones blancas. Ya nadie piensa en el lo que queda de curso. Todos se preguntan por su futuro. Y, claro, el Valencia aprovechó para ir a lo suyo.
Once goles en tres partidosTanto que, con los tres goles marcados han destrozado la estadística a la que se agarraba Juande Ramos como argumento supremo para justificar su fútbol rácano. Los balones encajados en Sevilla (2), ante el Barça (seis) y ayer en Mestalla son tantos, once, como los que habían recibido en los dieciocho anteriores partidos dirigidos por el entrenador manchego.
Cuando ya no quedan ni números a los que agarrarse, entrenador, jugadores y, por contagio, aficionados no pueden si no mirar hacia arriba y soñar con algo mejor. Todos esperan ya como solución las elecciones presidenciales del 14 de junio.
Así las cosas, Villarreal, Mallorca y Osasuna, los tres rivales ligueros que le quedan al Madrid, se frotan las manos. Avistaron el calendario con temor, sabedores de su recta final con todos los grandes y, ahora, esperan que la depresión que anida en Chamartín les permita al menos pasar uno de esos tragos con cierta holgura. Confían en que los futbolistas blancos sigan deambulando sin alma como lo hicieron ayer en Mestalla.
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