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Otra vez el nueve invertido

Adrián lleva al Atlético al triunfo tras dejar con diez al Vitoria y regalar dos asistencias a Elías

JOSÉ MIGUÉLEZ

Tiene invertidos los genes del nueve. Le falta gol, egoísmo para el remate, instinto depredador, valentía ante el portero. Da la sensación de que marcar le asusta. Pero le sobra pase, ángulo de visión para descubrir un compañero libre cuando la tentación y la lógica invitan a buscar la portería. Adrián es un ariete diferente, de soluciones originales, que no termina, sino prolonga, que resuelve por el camino más largo. Los pases del asturiano resolvieron otra noche que se le complicaba al Atlético. Y elevaron a la categoría de héroe a un compañero que lo necesitaba. Esta vez su socio no fue Reyes, sino Elías, el remiendo del último invierno, que había tenido hasta ayer un recorrido enigmático y casi clandestino. Anoche se destapó con dos goles, un cabezazo picado y un derechazo ajustado con el interior y recibió los primeros aplausos de un público que le miraba ya con la misma desconfianza que a quien le contrató.

Elías entró por Salvio pasada la hora de juego y se ubicó por primera vez en el sitio que reivindicaba, con libertad de maniobra por detrás del primer delantero. El Atlético le buscaba equipo estos días, pero posiblemente ahora decida esperar un poco. El brasileño le debe una cena a Adrián. O, en realidad, a Joao Paolo, el central del Vitoria que le abrió las puertas al Atlético con su incomprensible expulsión. También andaba Adrián por la jugada, esta vez para cobrar una patada por detrás en el centro del campo que resultó una bendición para su equipo. Fue quedarse el Guimaraes con diez, salir Elías y llegar los goles. Arreglarse el partido.

Hasta entonces, minuto 63, el Atlético jugaba sin ideas y sin pulso. Con los servicios precisos e intencionados de Gabi, que crece, con un remate de Silvio al larguero en una maniobra muy suya, de la que ya había avisado por youtube, pero sin espíritu ni juego, sin capacidad para desar-mar el planteamiento defensivo luso, sin motivos de victoria. Como descentrado.

Que el Atlético no tenía la mirada en el partido lo aireó el anuncio surrealista del fichaje de Falcao por los videomarcadores. Quizás fue un intento en vano por inyectar cien gramos de ilusión a una hinchada cansada de sus gestores y que por entonces, 0-0 en el descanso, estaba subida de bostezos. O quizás fue una forma de colar con disimulo una operación que no tiene explicación, por el precio contado (más dinero del que dejó el Kun) y en plena fiebre rojiblanca por el tráfico de futbolistas, por el recargo con el que llega (Micael, un centrocampista impuesto que coloca al instante como cedido al Zaragoza). O quizás fue una simple tomadura de pelo más. En todo caso, era lo más interesante de una cita que ensuciaban los cánticos ultras y que volvía a dejar en mal lugar el inacabado modelo Manzano. Hasta que el central visitante se autoexpulsó, Adrián encontró un agujero por donde explotar sus rodeos letales para llegar al gol y Elías decidió de una vez presentarse.

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