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Las vivencias de tres generaciones en el Vicente Calderón

El estadio del Atlético de Madrid celebra hoy su último partido de liga. En él un padre, un hijo y un nieto de despiden del templo colchonero que se trasladará a la peineta, ya bautizado como 'Wanda Metropolitano'.

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El estadio Vicente Calderón se despide para siempre de sus aficionados.REUTERS/Sergio Perez Livepic

madrid, Actualizado:

The End. Sí, como en las películas. Porque hoy será el último día. Pero para esta familia, los Sánchez Carmenado, jamás habrá cláusula de rescisión con el Calderón. Es más, si hoy hubiese un control de acceso todavía volveríamos a su primer partido en 1966. Y él, el abuelo, volvería a recordar que él estuvo allí. Y volvería a relatar que "fue por la mañana, que el estadio no se llenó, que el partido acabó 1-1 con gol de Luis Aragonés para el Atlético y que entonces el Paseo de los Melancólicos estaba en medio de un descampado". Y como puede hacerl lo hace. Y entonces nosotros mismos nos hacemos cargo de que esto fue hace 51 años, de que Julián (Navalmoral de la Mata, 1945) tenía 22 años y de que a él, que vivía en la calle Ferraz, le costaba entender que el Atlético abandonase el estadio de Metropolitano, al final de Reina Victoria, al lado de las cocheras de Metro, "en el que lo único que faltaba era aparcamiento para los coches".

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Pero eso ya fue ayer y, si lo pensamos fríamente en un día como el de hoy, es algo más que una reliquia del pasado. Significa una escuela de vida, una manera de ser para Julián y para las siguientes generaciones de su familia, inclasificables sin las rayas rojiblancas y casi imprescindibles en la Tribuna Superior del Calderón. "Mi hija se ha casado con un madridista al que le tenemos acobardado", explica Julián, el abuelo que es como la luz que entra por la ventana cada mañana. Un poderoso legado que figura en la caja fuerte de Pablo, uno de sus hijos, que perfectamente podría regresar a 1977. Tenía tres años y ya estaba en la grada, sentado encima de las rodillas de uno de sus tíos, "porque para nosotros ir al Calderón siempre ha sido como ir a pasar el día, el punto de encuentro de toda la familia. El domingo nos vemos en el Calderón".

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Quizás porque es mentira que haya amores que matan. No todas las canciones llevan razón. Quizás porque Julián, el abuelo, que hoy está en Granada, en un viaje organizado por Andalucía, ya no volverá "a ver a todas esas riadas de gente bajando desde Carabanchel" que retrata con más emoción de la que uno es capaz de trasladar a este texto. Quizás sea por eso o porque "el Calderón ha sido como una escuela de vida para nosotros". Así lo explica Pablo, que hoy es padre de cinco hijos que, nada más salir del útero de la madre, ya tenían puesto el uniforme del Atlético y daba igual que la enfermera se enfadase o no, porque la pasión no se negocia. "Es más, lo siguiente que hice nada más inscribirlos en el Registro, fui sacarles el carnet de simpatizantes del Atlético".

Tres generaciones de atléticos dicen adiós al Calderón

Hoy, los cinco hermanos están colonizados por Jorge, el mayor que ya tiene 14 años, que estudia tercero de la ESO y que esta tarde despedirá al Calderón en la grada. La emoción será la de siempre. Sólo cambiará el día. El niño jamás olvidará la primera vez que pisó el estadio. "Le dije a mi padre: 'papa, pero si hay más como nosotros'. Acostumbrado a lo que veía en el colegio, yo creía que nosotros éramos los únicos que éramos del Atlético". Pero entonces Pablo, el padre, volvió a recordarle que ser del Atlético es jugar con ventaja. "A un tío que es del Atlético, no le puede ir mal en la vida". Hoy, Jorge lo expone con una claridad infinita e, incluso, se lo traslada a Chechu, su hermano pequeño, que cada día que va al colegio lleva la camiseta del Atlético debajo del uniforme: ya no puede ser de otra manera y hasta la profesora, que es del Madrid, se ha resignado.

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Familia Atlética

Quizás porque volvió a ser la vida la que hizo su trabajo sin sentimiento de culpa. La primera vez de Julián, el abuelo, en el año 66, en la que sintió que "en el Calderón te podías abrazar a una persona que no conocías de nada como si la conocieses de toda la vida". Una sensación ingobernable que justifica la pasión de Pablo, el hijo o el padre de cinco hijos, ya hay mucha vida detrás. "En el Atlético entendí que no todo es ganar y que no todo son los títulos". Él lo descubrió en la infancia después de aquella final de Recopa frente al Dinamo de Kiev en Lyon que el Atlético perdió 3-0 y en el que se le olvidó que al día siguiente tenía examen de Lengua. "Me puse a llorar y me cogió mi padre: ' ¿ acaso vas a llorar por el fútbol?, no, hijo, no, en la vida sólo se llora por cosas importantes". Hoy, el recuerdo es el principal patrimonio de toda esta historia que él, Pablo, ha traspasado a su hijo Jorge, el de 14 años, orgulloso como un actor de cine de su camiseta rojiblanca. "El Atlético me ha enseñado que en el fútbol, como en la vida, no se puede ganar siempre", dice el muchacho, que en el Calderón ha constatado que "siempre se puede volver a luchar y que en una derrota no se acaba el mundo. Sólo es una vuelta a empezar".

Y entonces regresa el sonido ambiente del Calderón, la letra del himno, las viejas alineaciones que Julián, el abuelo, todavía recita de memoria. "O ese homenaje a Capón, un futbolista que representaba todos los valores posibles, en el que se me saltaban las lágrimas ". Porque en la era de lo digital las emociones todavía tienen su propio contrato como aquella vez en la que Pablo se llevó a su mujer a Liverpool a ver el gol de Forlán y ella, que parecía tan remisa, se lo agradeció para siempre. "Ahora", le dijo, "entiendo lo que significa ser del Atletico".

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Afición del Atlético de Madrid./REUTERS

Una reunión de emociones inseparable de su escenario, el Vicente Calderón, "donde hace frío hasta en verano". Pero da igual porque esa es la literatura o la responsabilidad de estar al lado del río Manzanares y hasta de repasar 50 años de vida en una sola conversación: abuelo, padre y nieto capaces de sacar brillo con la palabra a esas gradas que Julián no esperaba despedir nunca. "Cuando llegué en 1966 estaba la pradera de San Isidro, la fábrica de cerveza y el resto era un solar". Hoy, abunda vida y milagros.

"El Calderon ha llegado hasta a salir en una película de Bud Spencer y Terence Hill", dice Pablo, que no sabe si acudirá a ver en vivo con sus hijos el día que el estadio se derribe. "No sé, no sé porque ahí ya me tocas". Pero entonces, como hoy y como ayer, nunca dejará de recordar el legado del Calderón ni aquel concierto de Bruce Springsteen en 1987 al que, por supuesto, él también asistió como si se tratase de una final de la Copa de Europa. Porque, en realidad, no sólo se trata de ganar sino de vivir y hasta de recordar que en 51 años de vida el Calderón no engañó a nadie de la familia. Ni siquiera en los años de la aluminosis. Ni siquiera ahora a ese cuñado del Madrid, que ya ha entendido que la derrota es más humana. Las rayas rojiblancas son así. The End.

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