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La pandemia atenaza a la OPEP: ¿quiebra o reinvención del cártel petrolífero?

El club más influyente del crudo, transformado en OPEP + con la incorporación de los países productores que abandera Rusia, atraviesa una notoria crisis de identidad. Al cumplir los sesenta años. La cruzada contra los combustibles fósiles, la caída de la demanda y la recesión global se han interpuesto en sus tácticas productivas y en su juego geoestratégico. Casi siempre, fructíferas.

Una plataforma de perforación en la cuenca del Pérmico en el condado de Loving, Texas.
Una plataforma de perforación en la cuenca del Pérmico en el condado de Loving, Texas. Angus Mordant / REUTERS

DIEGO HERRANZ

Reinventarse o morir en el empeño. La Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), el poderoso cártel que ha dictado los precios del crudo en los mercados internacionales, acaba de cumplir sesenta años de historia. El pasado mes de septiembre. Un aniversario que vislumbra uno de los episodios más críticos de su trayectoria como cártel energético. Más incluso que los intentos, vanos, de la Justicia americana de romper su monopolio en décadas recientes. Porque nunca antes la propia existencia de este opaco club, dirigido por los tentáculos de su principal productor, Arabia Saudí, ha estado tanto en cuestión.

La Gran Pandemia ha hecho saltar todas las alarmas en la organización. Los minuciosos cálculos para controlar la oferta y la demanda del crudo que siempre han caracterizado a la OPEP han fallado desde abril. Sus movimientos entre bambalinas para estabilizar el mercado y rescatar a la industria petrolífera en tiempos de lucha contra el cambio climático le han llevado al borde del colapso. El descenso de los contratos de futuro por la súbita pérdida de la demanda derivada de la mayor recesión global en tiempos de paz y la creciente competitividad en un sector que avanza hacia la neutralidad energética y los proyectos verdes han puesto en una tensa disyuntiva al cártel y a sus aspiraciones de ejercer de contrapeso en la cotización del barril de petróleo. O, dicho de otro modo: de actuar como claro oligopolio regulador –pero al margen de cualquier regla de libre mercado– del precio del crudo.

La OPEP ha sido, quizás, la organización más influyente en la evolución de una industria capital para el desarrollo económico desde el final de la Segunda Guerra Mundial. En sus seis décadas de historia se ha adaptado meticulosamente a cualquier síntoma del sofisticado y volátil precio del petróleo para seguir gestionando a su antojo unos ingresos también esenciales para las arcas de sus estados miembros. Sin embargo, sus habituales maniobras orquestales en la oscuridad podrían haberse quedado obsoletas. Así lo cree Robert Keohane, catedrático de Princenton, que en declaraciones a Foreign Policy asegura que la institución está herida de muerte: "Es más fácil mantener [una política de cerrar o abrir el grifo productivo] que crear criterios de actuación más acordes a la realidad geopolítica y económico-financiera". Y, en la actualidad, su futuro pende de un hilo, afirma Keohane; en concreto, de su capacidad de reinvención.

Las tres dobles décadas estratégicas del cártel

Entre 1960 y 1980, la OPEP inauguró sus herramientas geoestratégicas. Diseñadas con motivo de los procesos de descolonización, sus miembros fundadores -Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudí y Venezuela- se hicieron con las riendas productivas y pusieron en jaque a las multinacionales occidentales. Una política que desencadenó en la crisis del petróleo de 1973, cuando los productores de Texas se vieron en la obligación de cesar su actividad porque no podrían abastecer la demanda americana y la OPEP salió airosa de su reivindicación de que la Casa Blanca dejara de apoyar a Israel en la Guerra del Yom Kippur. A este primer colapso de la oferta le siguió otro altercado de calado en 1979. Tras el triunfo de la revolución de los ayatolás en Irán. El cártel indujo a los mercados del mundo industrializado a buscar precipitadamente nuevas fuentes de energía ante el recorte de sus cuotas. Fue la primera ocasión en la que se planteó el interrogante esencial: o la economía se adaptaba a sus flujos de crudo o sus clientes buscaban alternativas. Desde entonces, aparecieron nuevas áreas productoras. Alaska, México, Noruega o la extinta Unión Soviética nutrieron de oro negro al sistema global, lo que abrió el abanico de posibilidades a otros escenarios; esencialmente, el del exceso de crudo en el mercado.

Entre 1980 y 2000, la OPEP se afanó en quitarse el apelativo de cártel. Acuciado por causas con la Justicia y las leyes antitrust estadounidenses. Su reacción fue la de asumir más transparencia a la hora de justificar sus decisiones como club. Pero bajo la batuta saudí, que ha manejado casi a su antojo los ajustes en las cuotas, la visibilidad de sus acciones –una cotización no demasiado al alza para no comprimir la demanda global– y de sus mecanismos de abastecimiento –abrir más o menos el grifo productivo– para garantizar un rango de ingresos por barril, su estrategia no fue lo efectiva que deseaba el régimen de Riad.

Sólo con la llegada del segundo milenio y, sobre todo, con la irrupción de China como potencia económica altamente dependiente del petróleo, logró elevar el precio hasta cotas históricas. Hasta tocar los 150 dólares por barril en 2008. Y suscribir un fenómeno inaudito. Porque tras el credit-crunch de ese año, la cotización del crudo consiguió permanecer en niveles de tres dígitos. A pesar de la recesión sincronizada del G-7 y el comienzo de la crisis de la deuda en Europa. El decoupling de los mercados emergentes –en comparación con la fragilidad de las industrializadas potencias occidentales– sostuvo un precio al que, en circunstancias coyunturales como las de entonces, le hubiera retraído notablemente. Si bien esta anomalía del mercado acabó en 2014, cuando emprendió su etapa de caída libre de la cotización.

Entre otras razones, por la escalada del fracking –fracturación hidráulica– como método de extracción en EEUU, pero también por la decisión de la mayor potencia del planeta de convertirse en primer productor neto en el mercado al abrir sus reservas de crudo, y por la persistente contracción de la demanda por la lenta recuperación económica mundial. Desde ese momento, la OPEP se afana en encontrar su lugar en el mundo energético. En medio de una persistente devaluación del crudo. Porque entre 2014 y febrero de 2016, el barril pasó de valer 110 a 29 dólares. E, incluso, en las primeras semanas de coronavirus, el mercado americano llegó a pagar por evitar el sobreabastecimiento ante la profundidad de la recesión en la que se había visto inmersa su economía y la actividad global.

Aumento de músculo productivo: la OPEP +

A pesar de la alianza suscrita con los productores ajenos al cártel y capitaneados por Rusia en 2016. La OPEP + con el Kremlin y países de la órbita diplomática rusa llegaron a poner contra las cuerdas la recién labrada hegemonía americana en el mercado del petróleo. Pero su iniciativa chocó con la Gran Pandemia y el fulgurante descenso de la demanda energética internacional. Aunque también por la colisión de criterios. Entre Arabia Saudí, partidaria de fortalecer los lazos entre las dos almas de la organización con claras pretensiones de seguir instaurando recortes de cuotas de especial calibre dentro de este nuevo club ampliado –ha pasado de 13 a 24 naciones– y Rusia, que busca acuerdos temporales, con objeto de modificar de manera más habitual y con mayor incertidumbre su estrategia, nunca revelada, de equilibrio entre producción y precios en el mercado.

La Covid-19 forjó un pacto histórico. Un impredecible acuerdo diplomático de rebaja productiva de 9,7 millones de barriles diarios, casi el 10% de la producción. En abril. Con respaldo de otros socios del G-20. Maniobra que les ha dado un respiro. Hasta agosto, cuando irrumpió la segunda oleada de contagios sin vestigios de vacunas eficientes en el horizonte cercano. Esta semana, el consenso ha virado. El advenimiento de vacunas ha propiciado que la OPEP + eleve, de forma gradual, sus cuotas en el mercado a partir del 1 de enero. Lo harán modestamente. En apenas 500.000 barriles diarios. Con revisiones mensuales. Ante las expectativas de despegue de la economía global, según el Gobierno de Kazajistán, cuyo Ministerio de Energía ha incidido en que, en esta ocasión, el cumplimiento de los recortes ha sido del 100% en todos sus estados miembros.

La sorprendente decisión del cártel –los analistas esperaban nuevas rebajas de crudo– instaura una política de wait and see, es decir, de prudencia. A la espera de poder comprobar la velocidad de la recuperación económica y, por ende, de la demanda energética global, de la política que aplicará la Administración Biden en materia medioambiental con su Green New Deal y a los cambios que, en el terreno de la movilidad y el trabajo, se asentarán tras la crisis sanitaria. O a la intensidad del despegue en China y Europa. Es decir, un tenso compás de reflexión y vigilancia estrecha de las expectativas que marque el mercado.

Si la OPEP + juega bien sus cartas, podría convertirse en un foro de intercambio de información y suministrador de fuentes energéticas con países altamente dependientes del crudo que vayan a explorar proyectos verdes. Entretanto, su alianza seguirá siendo frágil. Porque sus miembros son, al mismo tiempo, competidores geopolíticos y muchos de ellos, además, tienen sociedades frágiles, Estados que rayan la condición de fallidos y ostentan amplias brechas de desigualdad. Y la transición al nuevo ciclo de negocios genera incertidumbres notables. La demanda de diésel y gasolina se ha recuperado en un 90%, pero el consumo de queroseno permanece un 50% por debajo de sus niveles previos a la recesión.

"El tamaño del shock y la carencia de certidumbres sobre su impacto se ha convertido en un proceso que se prolongará aún en el tiempo", explica Bassam Fattouh, jefe de Estudios de Energía en Oxford Institute. En declaraciones a Bloomberg, este analista desvela la compleja toma de decisiones de la OPEP + en el futuro inmediato. Con desajustes en la reactivación venidera, según las economías, tensiones geopolíticas sin resolver –Brexit y el convulso nuevo conflicto en Oriente Próximo que enfrenta a Riad y Teherán, dos de sus mayores productores–, la segmentación del sector energético y del mercado y las renovadas agendas estructurales que sitúan la sostenibilidad en el foco de un nuevo patrón de crecimiento. Al menos, en Europa. Pero con actualizadas y más exigentes metas de neutralidad energética en China, Japón y, presumiblemente, EEUU. 

El desafío de reactivar la demanda global

En los últimos resortes de este complejo 2020, la demanda energética continúa al alza –y a buen ritmo– en Asia, aunque mantiene oscilaciones en Europa y Norteamérica. La consolidación y el equilibrio del mercado está todavía por llegar. "El trabajo [de la OPEP +] está aún por hacer", aclara Gordon Gray, investigador en el banco de inversión HSBC. Tanto respecto a la coyuntura venidera como en relación a su futuro estratégico como cártel energético del crudo.

En el terreno coyuntural, debido a que, además, los inventarios en EEUU y Europa siguen en fase de acumulación. El American Petroleum Institute informaba de un incremento de 4,15 millones de barriles en la última semana de noviembre. Circunstancia que estuvo detrás -dice el consenso del mercado- de la decisión de la OPEP + de relajar sus rebajas productivas. El cártel "no tiene ninguna opción real de conservar la cotización actual sin extender sus recortes a más largo plazo, pero modelando su ritmo de cortes de suministros", afirma Daniel Hynes, estratega de materias primas en Australian & New Zealand Banking Group, para quien, "el repunte de los inventarios, los datos sobre movilidad [por la epidemia] y la percepción de debilidad de la demanda desde el mercado determinan la táctica" de los países productores. Los contratos de futuro, de entrega en febrero, en el West Texas Intermediate, se cierran en la actualidad a 44,4 dólares por barril, mientras que los de Brent -de referencia en Europa- para enero lo hacen a 47,3 dólares.

Raad Alkadiri, de Boston Consulting Group (BCG) considera que la demanda continuará creando incertidumbre. "Sigue trasladando un shock al mercado" porque la Gran Pandemia arrecia por el repunte de contagios. "Resulta todavía incierto el ensamblaje entre la oferta y la demanda de crudo". Una interpretación que coincide con las predicciones de la Agencia Internacional de la Energía (IEA, según sus siglas en inglés), que sigue anticipando reducciones de contratos a futuro en el primer trimestre de 2021. "Los miembros de la OPEP+ no verán restaurar el equilibrio a lo largo de todo el ejercicio próximo. Al menos", alerta Alkadiri.

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