Entrevista a Yago Álvarez Barba"La gente de izquierdas nos hemos despreocupado por la economía"
Jorge Otero Maldonado
Madrid-Actualizado a
Yago Álvarez Barba, periodista económico en El Salto, muy conocido en las redes sociales por su pseudónimo de Economista cabreado, acaba de publicar el libro Pescar el salmón. Bulos, narrativas y poder en la prensa económica (Capitán Swing), una extensa y detallada radiografía de la prensa económica española, también llamada prensa salmón por el color de sus páginas.
El diagnóstico no puede ser más demoledor: Álvarez Barba, una de las escasas voces de la izquierda que se pueden escuchar en el periodismo económico actual, describe con precisión las miserias de la prensa económica más mainstream y muestra cómo ésta trabaja al servicio de los poderes económicos y empresariales para imponer una narrativa neoliberal bajo la falsa apariencia de neutralidad y el uso de un lenguaje premeditadamente inaccesible para el ciudadano medio.
¿Qué le impulsó a escribir este libro y a mostrar las vergüenzas de la prensa económica española?
Yo no soy periodista de formación [estudió ADE y trabajó en un banco antes de dedicarse al periodismo], pero una de las razones por las que empecé a escribir fue para denunciar cómo se utilizaba la economía para engañar a la gente. Eso me cabreaba. De ahí lo de Economista cabreado.
Por un lado, parte de mi trabajo del día a día es intentar desenmascarar ese tipo de engaños y bulos, y, por otro, hacer atractiva la economía a la gente, intentar traducirla, escribirla en un idioma que no sea el de la prensa salmón. Entender la economía, al fin y al cabo, es entender la política. En cierto modo, este libro es simplemente el resultado de estos años de trabajo.
¿Qué le han comentado otros periodistas sobre el libro?
Las críticas están siendo bastante buenas. Algunos compañeros de profesión me están diciendo que hago una buena radiografía de lo que es el periodismo y que hay cosas que ya tocaba decirlas. Se ha escrito bastante sobre manipulación de medios, pero este es el primer libro que se dedica específicamente a la prensa económica, a sus intríngulis y sus carencias.
¿Qué cree que pensaría un estudiante de periodismo que leyera su libro? Igual le daba por estudiar cualquier otra cosa.
Bueno, eso es un riesgo que hay que correr. Yo creo que lo mejor para alguien que quiera estudiar periodismo es que lo piense bien y que sepa dónde se mete antes que tener esa visión idílica del periodismo, que sinceramente creo que hace bastante tiempo que dejó de existir. Desde mi perspectiva, yo creo que el libro es un buen análisis para un estudiante de periodismo porque, al final, saber a lo que te estás enfrentando te posiciona mejor para tomar decisiones y para saber qué tipo de periodismo quieres hacer tú también.
¿El periodismo está en crisis?
El periodismo está en crisis desde hace bastantes décadas. Se aceleró con el nacimiento de los medios online y la crisis de 2008, en la que los medios más tradicionales perdieron muchos ingresos al ver cómo caían sus dos principales vías de financiación: la publicidad y la venta de ejemplares en papel. Entonces entraron en la propiedad de los grandes medios los fondos de inversión y los bancos, y estos medios se acabaron convirtiendo en herramientas al servicio de sus propietarios, de esos fondos de inversión y de esos poderes económicos que hay detrás.
Además, usted apunta en el libro otro problema: la precariedad del sector.
Sí, es algo que remarco mucho en el libro y que me parece interesante por lo que hablábamos antes de los jóvenes periodistas: la precariedad del sector, del periodista raso, por decirlo de alguna manera. Al final esa precariedad es la que empuja a los periodistas a firmar cosas que no firmarían si pudieran elegir. Muchos de ellos saben que si no firman los reportajes que se exigen desde arriba acaban despedidos y con dificultades para encontrar trabajo en otro lado. Los periodistas también sufren una crisis muy importante, no sólo los medios.
Su análisis se centra en la prensa económica, pero lo cierto es que ocurre algo parecido en la prensa generalista e incluso en la prensa deportiva.
Sí, es cierto, pero la diferencia que yo veo es que la economía tiene ese aura de ciencia exacta, de materia para expertos. De hecho se ha creado toda una jerga económica, un verdadero muro lingüístico, para que la gente no se meta en la economía. La prensa salmón tiene un gran poder para crear narrativas y que la gente las admita sin rechistar.
Hay ciertos postulados liberales que son transversales y que no se ponen en duda en ningún momento en los grandes medios, incluso en los que son un poco más progresistas, como puede ser Cinco Días. En general, el público tiende a creerse lo que se dice en la prensa económica, simplemente porque le cuesta entenderlo y por eso delega esa responsabilidad en los expertos y en los periodistas especializados.
En el libro afirma que el neoliberalismo libra una batalla cultural e ideológica contra sus críticos y añade: "Vamos perdiendo". ¿Pero a la larga se puede ganar?
A raíz de la pandemia y de esta crisis inflacionaria que estamos atravesando se han abierto debates muy interesantes. Con la pandemia, por ejemplo, mucha gente se dio cuenta de que los servicios públicos y la intervención del Estado para sostener ese tipo de situaciones es totalmente necesaria. Eso va en contra de la base del neoliberalismo.
Hay otros ejemplos: con el tope al gas se ha abierto también la puerta al intervencionismo estatal en los mercados; un tope al gas que además en Europa ven con muy buenos ojos. En las últimas encuestas del CIS vemos que aumenta ligeramente el porcentaje de personas que cree que pagamos pocos impuestos y disminuye el de la gente que dice que pagamos muchos. Parece que empieza a atisbarse un cambio de tendencia en la población.
La prensa salmón, sin embargo, ha criticado con dureza medidas como el tope al gas o el impuesto a las grandes fortunas.
Está claro que ganar la batalla dentro de los medios de comunicación es muy complicado. La maquinaria funciona muy bien y es muy grande. Y, como digo, vamos perdiendo porque los propietarios de estos medios tienen mucho poder. Nos enfrentamos a un enemigo bastante poderoso, pero vamos nivelando un poco la batalla ideológica.
Mirando al futuro, creo que vamos a tener que cambiar el modelo. Por ejemplo, no va a haber una mano invisible del mercado que arregle la crisis climática; eso lo van a tener que hacer los gobiernos y con mucha inversión pública. De hecho, yo creo que estamos viendo como pasos atrás en esa batalla ideológica y algunos castillos que han creado los neoliberales empiezan a derrumbarse.
¿Dónde reside la capacidad de la prensa para imponer una narrativa neoliberal?
Es fruto de que van ganando esa batalla cultural e ideológica de la que hablábamos antes. Nos han incrustado esas ideas neoliberales hasta el tuétano y casi todos las damos por buenas de forma natural, porque son las que nos han repetido mil veces. A los periodistas nos pasa también: si eres periodista económico tienes que tener esos sesgos neoliberales incrustados hasta el tuétano, incluso sin ser consciente de ello.
A ello hay que añadirle el filtro de la precariedad y de que la gente quiere trabajar. El capitalismo es casi una teología, y al igual que a Eva y Adán les echaron del paraíso por morder la manzana del conocimiento, en la economía y en el periodismo económico aquel que se salga un poco del redil es considerado un pecador y es expulsado. Yo no culpo al periodista.
¿Cuál crees que es la narrativa o o el el bulo económico más grave de los últimos años?
Hay una narrativa que me parece especialmente peligrosa, la de poner el déficit y la deuda por encima de todo. Nos la metieron doblada hace unos años y ahora la están empezando a repetir. Como dice la economista Stephanie Kelton, el mundo está lleno de obsesionados por el déficit. ¿Por qué digo que es peligroso poner el asunto del déficit público por encima de todo? Porque esa es la antesala a la narrativa de que la austeridad es necesaria.
En la anterior crisis nos vendieron que había que controlar el déficit y la deuda pública cuando lo que estábamos haciendo era entrar en una recesión que llevó a incrementar esa deuda; igual lo que teníamos que haber hecho es inyectar más dinero público para salir de ella. Esa idea caló mucho y ahora volvemos a escuchar el mismo discurso.
De hecho, Feijóo la utilizó mucho durante la pasada campaña electoral, abonando el terreno para que en el caso de que el PP gobierne aplicar recortes y en el caso de que no gobierne, criticar a quien no aplique esos recortes. Al final esa es la narrativa que lleva a recortes en lo público y a dar más espacio a lo privado. Es neoliberalismo puro y duro.
Hablando de Feijóo, en la campaña electoral soltó unas cuantas mentiras económicas ante el silencio cómplice la prensa especializada. ¿Qué opina usted?
La prensa salmón en España está muy plegada a los poderes empresariales, y quien defiende los poderes empresariales es el PP. La prensa salmón no desmintió a Feijóo porque quiere que gane el PP. No le importan las mentiras del PP. Ahora, si lo hace Yolanda Díaz, enseguida hay una tromba de artículos para desmentirla.
En su libro cita a medios y a algunos economistas, pero ni a un solo periodista. ¿Perro no come carne de perro?
Más que perro no come carne de perro, yo diría que trabajador precario no quiere comer a trabajador precario. Yo no quiero señalar a periodistas cuya situación desconozco. Cuento en el libro que alguna vez en Twitter he desmontado un bulo que he leído en algún artículo y luego me ha escrito el propio autor por privado para decirme: "Efectivamente, tienes toda la razón".
Yo entiendo que son simples trabajadores. Sí señalo a pseudoperiodistas que publican artículos como expertos economistas ocultando, por ejemplo, que son asesores de Isabel Díaz Ayuso. A esa gente sí que la señalo porque son parte de esa maquinaria. Pero al periodista raso he decidido no señalarlo.
Usted estuvo colaborando unos meses con Antonio García Ferreras en La Sexta, en su programa 'Al rojo vivo', hasta que salieron las grabaciones con Eduardo Inda. ¿Cómo lo recuerda?
Sí, estuve tres o cuatro meses colaborando con Ferreras. Fue positivo porque fue un golpe de visibilidad. Es bueno que te vean, que tu mensaje llegue a más gente. Si algo bueno tengo yo, y por eso creo que me llaman para algunas televisiones, es que sé explicar las cosas y hacerlas más o menos entendibles. Y, luego, tampoco hay mucha gente de izquierdas que sepa hablar bien de economía y que sepa rebatirle a la gente más de derechas.
¿Por qué cree que ocurre eso?
La gente de izquierdas nos hemos despreocupado en cierto modo por la economía. Entre la izquierda hay un montón de gente que es experta en temas como las migraciones, el feminismo, el racismo, etcétera, pero en cambio la economía ha sido algo que se ha dejado de lado. Yo lo veía en los movimientos sociales: no había gente que hablara tanto de economía como, por ejemplo, de feminismo. Aún hoy, muchos de los que te hablan de economía desde la izquierda, pienso en la gente de líneas marxistas y tal, les cuesta mucho hacerlo de forma sencilla para la ciudadanía; utilizan un lenguaje demasiado complejo a veces.
¿Fue una decisión difícil dejar el programa de Ferreras?
No fue una decisión fácil. La tomamos de manera colectiva en El Salto. Estuvimos tres días debatiendo sobre el tema con muchas perspectivas y con muchos pros y contras. Para nosotros la mayor contrariedad, más que el dinero, era que nuestros mensajes no llegaban al mainstream, Costó mucho que uno de nosotros llegara a los platós de televisión y al final abandonamos eso. Para nosotros fue una pérdida, claro.
¿Nunca se sintió incómodo con Ferreras?
Yo me siento incómodo en todo lo mainstream porque al final hay mucho circo, pero conviene que medios como El Salto y periodistas como yo estemos en esos espacios porque al final confrontamos ideas. Yo era el que aportaba a veces otros puntos de vista mucho más a la izquierda de lo que se podía escuchar habitualmente en una tertulia televisiva. Para nosotros supuso una pérdida, pero vimos la situación bastante insostenible y al final decidimos que era mejor salirnos.
¿No teme quedar demasiado expuesto a la hora de hacer su trabajo tras mostrar las miserias de la prensa salmón?
La verdad es que me da un poco igual. Si tienes muchos seguidores en las redes sociales, al final siempre estás expuesto de una otra manera. Yo tengo un ejército de trolls que me insultan todos los días y también tengo a economistas como Daniel Lacalle que también aprovechan la mínima ocasión para insultarme. Esa exposición no me importa, y que me digan que tampoco soy un periodista puro que habla por las dos partes tampoco me importa, porque no me considero como tal.
Yo entiendo el periodismo como una herramienta de cambio social, una herramienta en defensa de la ciudadanía, de la democracia y de los intereses públicos. Si a mí me acusan de tener un sesgo y no hablar con ciertas personas, me parece bien, porque eso es una realidad. Yo tengo ese sesgo, pero no lo voy a esconder porque creo que medios pequeños como El Salto hacen un contrapeso al discurso dominante.
La prensa salmón, en un 99%, es liberal y no cuestiona a los liberales. Si les molestamos es porque ellos quieren que todos seamos liberales y les fastidia que haya gente con un discurso a la contra.
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