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Personas en las ruinas del bombardeo de Israel en Khan Yunis, al sur de Gaza. -MOHAMMED TALATENA / Europa Press
Personas en las ruinas del bombardeo de Israel en Khan Yunis, al sur de Gaza. -MOHAMMED TALATENA / Europa Press

El mundo de ayer

Tiempo de lectura del artículo: 17min
Por
Analista internacional y coordinador para el Mashreq en Novact

¿El desastre en Gaza nos coloca ante un punto de inflexión histórica mundial? ¿Son adecuadas las demandas de derecho internacional y resolución de conflictos frente a los bloques reaccionarios? Durante estos 35 días de masacre no he dejado de recordar con angustia las reflexiones del escritor Stefan Zweig en “El mundo de ayer. Memorias de un europeo”. No he cesado de sentir la agitación de un nuevo tambaleo humano, ético, político, económico e internacional en esta era de policrisis. También que las exigencias lanzadas desde las grandes manifestaciones mundiales, las declaraciones desesperadas de Naciones Unidas y el puñado de acciones gubernamentales por la justicia en Palestina corresponden más a una era que está en grave riesgo de desaparecer. Así le sucedió a Zweig, que, aunque silenció las causas y efectos de la colonización europea, durante la Segunda Guerra Mundial experimentó con amargura al constatar la desaparición de la gran cultura europea que vivió personalmente y recreó a través de la historia del continente.

¿Momento crucial desde Palestina e Israel a todo el mundo?

Es un momento crucial para el pueblo palestino, porque lo que sucederá en Gaza puede cambiar el statu quo de todo el pueblo palestino y también de Israel, escribía recientemente Isabel Pérez en un reciente artículo. En su “Alegato feminista por las mujeres palestinas” recordaba que estamos ante un punto de inflexión, pero “no el punto de partida de este mal llamado conflicto”. Porque más de un más después del ataque de Hamás al sur de Israel, con 1200 personas muertas y más de 200 secuestradas, las demandas para tener en cuenta décadas de ocupación, bloqueo, violencia y apartheid han sido barridas por las críticas del gobierno israelí a las voces de Naciones Unidas que han elevado esas críticas y, también, recordémoslo, por el apoyo de EEUU y de algunos países europeos.

De igual manera, la exigencia de parar diferentes crímenes internacionales (guerra, lesa humanidad, limpieza étnica, eliminacionsimo o genocidio) que se están cometiendo en toda Palestina ha sido engullida por el apoyo “al derecho a la defensa de Israel”. Esta demanda ha sido elevada en diferentes foros internacionales por la misma coalición internacional en apoyo a Israel, pese a las notables críticas de países sudamericanos —como Bolivia, Chile, Colombia, Honduras— y algunos árabes. ¿Alguien compara la encendida discusión sobre la culpabilidad del primer bombardeo al hospital al-Shifa con los posteriores bombardeos y tiroteos contra más hospitales, clínicas, escuelas, más de 100 muertes de trabajadores de UNRWA, castigo mediante hambre y sed, más de 11000 muertes contabilizadas y el asesinato sistemático de periodistas? ¿Alguien recuerda más allá de organizaciones de Naciones Unidas y de la sociedad civil que los 5400 niños y niñas muertos suponen más que toda la infancia muerta en guerras desde 2019 o el desplazamiento forzado de un millón y medio de personas hacia el sur de Gaza? También ha sucedido con el debate más que semántico en EEUU y Europa sobre pausas humanitarias en vez de exigir un alto el fuego. ¿Alguien reclama el fin de la violencia contra las personas palestinas en Cisjordania y Jerusalén con hasta 400 muertos, la cifra más alta en 20 años, o las detenciones a palestinos del interior de Israel por publicar post en redes sociales u organizar manifestaciones por el alto el fuego? Este debate ni siquiera esconde un apoyo a una operación militar no sólo fuera de cualquier atisbo de derecho internacional, sino que alienta aún más las acciones del gobierno de Israel, que ahora reclama una ocupación permanente de Gaza, mientras los países vecinos, como Egipto y Jordania, rechazan acoger población para evitar una segunda expulsión masiva (Nakba), como declaró abiertamente el ministro de Agricultura de Israel.

Si las consecuencias de la suma de crímenes internacionales de Israel en Palestina son tremendas, aún más pueden serlo para todo el mundo árabo-musulmán. Las más obvias son las más preocupantes a corto plazo. La escalada de acciones militares y discursivas entre Israel y Hizbulá aumenta cada semana aún de manera medida entre ambas partes. También se han registrado acciones de otras milicias del llamado eje de la resistencia en Siria, Irak y Yemen, en este caso, contra tropas de EEUU y también contra el sur de Israel. De momento, los acuerdos de normalización de países árabes con Israel no se han roto, pero están seriamente señalados, como demuestran las declaraciones de Netanyahu pese a la tibia reacción de la Liga Árabe. Pero las consecuencias más inquietantes a medio plazo están germinando. En este sentido, la brecha colonial de la necropolítica, como definición del filósofo camerunés Achille Mbembe sobre la importancia de unas vidas frente a otras, está abriendo un abismo. No todas las vidas importan, como podríamos añadir a la exigencia de la campaña “Black Lives Matter”. La oleada de ira e indignación al observar la inacción internacional en directo de la plasmación de crueles crímenes internacionales contra el pueblo palestino está golpeando como un tsunami en todos los pueblos diversos, árabes y otros del Magreb y Mashreq, desde Marruecos hasta Yemen. Los resultados de este tsunami de indignación, que crecen sobre décadas de desastre y luchas frustradas, están afectando a los regímenes árabes, sea porque volverán a ser contestados, sea porque intenten relegitimar con aún más crueldad sus autoritarismos. El desastre en Gaza también está impactando en el desarrollo de políticas basadas en el derecho internacional o derechos humanos en la zona, que pueden ser aún más barridas de lo que llevan siendo décadas y que sabemos no se detienen en una zona si avanzan en todo el mundo. Por último, la consecuencia clara es más munición a la desesperación sobre la que se alimentaron los grupos fundamentalistas que utilizaron la religión en el pasado para infundir terror, hoy erradicados solo militarmente mediante bombardeos y guerras salvajes, pero sin que haya interés internacional en resolver las profundas heridas que han dejado en Irak y Siria.

Los efectos del desastre en Gaza también pueden ser muy graves para el sistema internacional. De hecho, suceden tras un aumento de las guerras, notablemente tras el intento de ocupación rusa de Ucrania, pero también después del alza de la constante rivalidad ante el incremento económico y político de China. La competición militar, económica y por los recursos de los países achica aún más el espacio de Naciones Unidas, uno de los focos claros en la exigencia de derecho internacional, como sistema de una gobernanza desigual de algunos Estados. Pero, sobre todo, lejos de avanzar un mundo con más reglas y menos unipolar, está creciendo un mundo sin reglas en confrontación abierta entre bloques cada vez más reaccionarios.

Cuatro señales de alarma en esta era de policrisis: impunidad, autoritarismo, democracia y crisis ecosocial

De hecho, podemos identificar cuatro puntos de ruptura del autoritarismo. Primero, la zona cero de impunidad que es hoy Gaza, donde son arrasados los derechos internacionales más básicos, no ha surgido de la nada. Sólo si nos centramos en crímenes contra la humanidad, limpiezas étnicas, eliminacionismo o genocidio, deberíamos recordar la reciente limpieza étnica en Nargorno-Karabaj por parte de Azerbaiyán este 2023; las cifras desconocidas de muertos en Ucrania desde 2014 y especialmente desde 2022, que algunos cifran en más de 500.000; los más de 600.000 en Etiopía y el Tigray (2022); los 1600 civiles arrasados en la campaña internacional contra el Dáesh en Raqqa en 2017; los 25.000 rohingyas muertos y la expulsión de 700.000 personas desde Myanmar desde 2016;  los más de 200.000 muertos en Siria desde 2011, especialmente en manos del régimen; los más de 10.000 civiles muertos en Yemen y los no contados en las guerras civiles en Libia desde 2011; los entre 150.000 y 500.000 civiles muertes tras la invasión estadounidense de Irak (2003); los entre 100 y 200.000 muertos en Darfur y Sudán (2003-2005); los más de 200.000 en Afganistán desde 2001. Son sólo estadísticas, pero sirva este prolijo recuento para dar una imagen de la magnitud del agujero que hoy en Gaza. No sólo se amplifica, sino que se avala para el futuro.

En segundo lugar, el auge de bloques reaccionarios también tiene hondas raíces. Por un lado, por el cierre autoritario y con guerras devastadoras de grandes procesos de cambio social como las oleadas de revueltas árabes de la década pasada en Túnez, Egipto, Siria, Libia, Yemen, Irak, Líbano, Sudán y Argelia y en otros países con menor intensidad. Por otro lado, por el lento y constante crecimiento de movimientos ultra reaccionarios aliados en todo el mundo, desde Donald Trump, Vladimir Putin, Viktor Orban, Salvini y Meloni en Italia, Bolsonaro, Duterte en Filipinas y Bukele en El Salvador, entre otros muchos. Todos han alentado una ideología contra derechos para pelear contra los logros del movimiento feminista internacional, han utilizado a las personas de otros orígenes como chivos expiatorios intentando ampliar la zona de excepción de las fronteras al interior de los países y han alentado un capitalismo neoliberal autoritario. Hoy, la masacre en Gaza puede ser una nueva vuelta de tuerca de más recortes de derechos, también en Europa; más racismo, discriminaciones y aún más señalamiento a las poblaciones de orígenes árabes, musulmanes y judías.

En tercer punto, como señaló también Santiago Alba Rico en estas páginas, la democracia suma una nueva fisura a su cuestionamiento, cuando muchas democracias liberales avalan los crímenes de guerra en Israel. Lo han apuntado desde diferentes enfoques Olga Rodríguez, al señalar la pérdida de autoridad moral y democrática de EEUU y Europa; Nathalie Tocci al exponer el doble rasero europeo en su apoyo a Ucrania frente a Gaza; y también el máximo exponente, de ese mundo de ayer de Europa, Dominique de Villepin. El ministro de Asuntos Exteriores de Francia durante la invasión de Irak en 2003 ha afirmado que esta política de fuerza “es un callejón sin salida y nos acabará llevando a una batalla frente contra frente. Occidente contra el resto del mundo, civilización contra civilización, lo que supone una perspectiva terrorífica”. Es decir, no se trata sólo de silenciar las críticas y luchas internas del proyecto occidental, sino de enfrentar bloque contra bloque. El peligro pasa por arrasar aún más no sólo las alianzas por la justicia entre personas de diferentes orígenes geográficos, también, por aumentar las represiones internas.

Y cuarto, porque, aunque parezca fuera del debate internacional hoy en día, la crisis ecosocial avanza con rapidez. Si hace años se debatía sobre superar la gobernanza climática liberal para avanzar en la reducción del cambio climático, hoy los 20 países principales productores de combustibles fósiles han anunciado que en 2030 duplicarán el máximo internacional de emisiones estipulado en el Acuerdo de París, pese a que el desastre no deja de avanzar en todo el mundo: devastadores incendios e inundaciones, incremento de días con temperaturas incompatibles con el ser humano y que rozamos el punto de no retorno que supondrá superar los 1,5 °C sobre la época preindustrial.

En estos momentos de agitación, en este laberinto de los perdidos, como ha titulado Amin Maalouf su último ensayo, creo que es más necesario que nunca poder convivir con la incertidumbre de estos tiempos a la vez que no cesar de tejer constelaciones de fragilidades y alianzas por la justicia global. Ambas son necesarias para poder cesar la barbarie y destrucción en Gaza, que aún no sabemos si será un gran punto de inflexión mundial, pero sí que conocemos sus gravísimas consecuencias.

Antes de volver a llorar por “El mundo de ayer”, toca seguir actuando. Hoy, más que nunca, es necesario partir de las lecciones históricas de la coexistencia en Europa de una guerra civil interna entre clase, imperios y otros clivajes, pero también la de una guerra expansiva exterior contra otros pueblos a los que ha sometido y explotado mediante esclavitud y colonialismo, como escribió Santiago Alba Rico. Es necesario apoyar desde todos los Gobiernos posibles todas y cada una de las votaciones de la Asamblea General de Naciones Unidas que señalan un camino de respeto de normas internacionales. Sobre todo, es clave apoyar las manifestaciones por Palestina en todo el mundo. Son una base no sólo para decir “no, en mi nombre”, sino para construir una frágil pero necesaria posición por la justicia internacional, basada en la memoria y el derecho. Nos van las vidas en ello. Las de Gaza y muchas más.