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Manifestantes de ultraderecha con bengalas y banderas, cerca de la sede del PSOE en la calle madrileña calle de Ferraz de Madrid, en protesta contra los pactos con los partidos independentistas y la amnistía. EUROPA PRESS/Fernando Sánchez
Manifestantes de ultraderecha con bengalas y banderas, cerca de la sede del PSOE en la calle madrileña calle de Ferraz de Madrid, en protesta contra los pactos con los partidos independentistas y la amnistía. EUROPA PRESS/Fernando Sánchez

Moderación ante todo

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En las manifestaciones de la Caye Borrica contra la sede del PSOE en Ferraz hay varias contradicciones que se repiten puntualmente y que puede ver cualquiera con ojos en la cara. La primera de ellas, la gente que pide que se respete el orden constitucional al tiempo que hace el saludo hitleriano, canta el Cara al sol o da vivas a Franco. Se trata de un disparate como para explotar cabezas, si es que dentro de esas cabezas habitaran en algún rincón neuronas con una capacidad mínima de comprensión, algo más que cruces gamadas, insignias legionarias, telarañas y un batido de calimocho.  

La segunda de esas contradicciones es el modo en que la policía reacciona ante una flagrante violación del orden público: la noche del martes al miércoles pudo verse a una escuadra de antidisturbios al frente de una muchedumbre que había invadido la Gran Vía y se dirigía a paso de oca hacia el Congreso. Los responsables del sindicato policial explicaron que se trataba de una técnica para “embolsar” a los manifestantes con el fin de retenerlos en su interior e identificar a los más violentos, aunque no se veía muy bien cómo iban a retenerlos teniendo en cuenta la velocidad, la familiaridad y la alegría con que marchaban juntos. Más bien parecía que los tenían ya identificados a casi todos y que iban de parranda nocturna. 

Los mandos policiales deberían explicar también si un grupo de cien, doscientos o dos mil ciudadanos puede cortar una arteria vital de una ciudad sin permiso de la autoridad pertinente, sólo porque les sale de los cojones, sin más consecuencias que hacerse unos cuantos selfies con los agentes encargados de mantener el orden. También, ya puestos, podrían ilustrar acerca del modo en que utilizaron la delicada maniobra del embolsamiento durante el referéndum ilegal de 2017 en Catalunya, porque lo que se contempló aquel día, y lo que asombró a medio mundo, fue la violencia brutal con que los agentes se ensañaron a porrazos contra ciudadanos pacíficos, hombres, mujeres y ancianos que ni estaban invadiendo las calles ni provocando incidentes de ningún tipo. Debe de ser que existen diversas técnicas de embolsar manifestantes y que a los votantes catalanes les tocó que los embolsaran a base de hostias mientras que a los revoltosos cayetanos madrileños del martes los embolsaron a besos. 

Intentar tomar por la fuerza en las calles lo que se ha perdido en las urnas es la señal inequívoca del fascismo

David Torres

Ahora bien, las circunstancias especiales que concurren en esta ceremonia de la confusión vienen dictadas, coreografiadas y empujadas desde hace años por la impotencia y la obstinación de unas fuerzas políticas completamente desquiciadas, una derecha montaraz que sigue empeñada en recuperar el poder a cualquier precio. Aparte de las zancadillas jurídicas y del repugnante blanqueo mediático, intentar tomar por la fuerza en las calles lo que se ha perdido en las urnas es la señal inequívoca del fascismo. Tan inequívoca que el santo y seña de muchos manifestantes era la bandera española con el pollo franquista y el saludo con el brazo en alto. 

Durante meses, antes y después de las elecciones, Feijóo y Abascal han repetido una y otra vez que Pedro Sánchez está dando un golpe de estado al tiempo que alientan uno al estilo del asalto de búfalos bípedos al Capitolio, después de haberlo promocionado a base de jueces caducados, declaraciones insensatas y titulares incendiarios. Parece que ni Feijóo ni Abascal entienden el funcionamiento de las instituciones democráticas, ni el mecanismo básico del sistema parlamentario, ni el hecho de que la amnistía -te guste o no- es un recurso previsto dentro del orden constitucional. Si ningún otro partido político quiere pactar con ellos es precisamente por el asco que dan, juntos y por separado. 

Abascal, arrogándose el papel de Gran Hermano, llegó a pedir a la policía que desobedeciera las órdenes ilegales del ministerio del Interior, como si le hubiera tocado el cargo de ministro en una feria o como si un ministerio pudiera impartir órdenes fuera de la legalidad vigente. Podía haber dicho “órdenes injustas”, pero se ve que los conceptos de legalidad, orden y justicia los ha sacado Abascal de un casco de los Tercios comprado en una almoneda del Rastro. En cuanto a Feijóo, tardó varios días en condenar unas manifestaciones fuera de la ley que se han saldado con graves incidentes de orden público y que pueden acabar con víctimas mortales cualquier día de éstos. Aunque al final, en una ejemplar demostración de cinismo, le ha echado a Sánchez toda la culpa de lo que está pasando. No está de más recordar que Feijóo era el moderado del PP: imagínense cómo será el resto. 

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