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Séptima jornada de protestas en Ferraz tras el acuerdo entre PSOE y Junts. -ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ / Europa Press
Séptima jornada de protestas en Ferraz tras el acuerdo entre PSOE y Junts. -ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ / Europa Press

No sabe bien qué es una democracia quien no ha vivido en una dictadura

Actualizado: Tiempo de lectura del artículo: 22min
Por
Catedrático emérito de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla

El título de este artículo no es una frase de un político o intelectual relevantes, un eslogan o frase hecha, sino la expresión de una idea surgida de la experiencia de un ciudadano, que ha transitado desde una dictadura a una democracia.

Cuando asisto a las algaradas violentas de Vox contra la Constitución, nuestro ordenamiento jurídico y el más elemental espíritu cívico, viene con frecuencia a mi mente la evocación de pasajes de mi infancia y juventud, que creo que podrían ser narrados por cualquier español/a de mi quinta y años posteriores probablemente con mayor profusión de detalles. En todas las escuelas de España se enseñaba lo mismo por los maestros/as, el alumnado estudiaba el mismo libro, el famoso Álvarez, controlado por el régimen político fascista, y se practicaban los mismos testimonios de fidelidad al régimen y su Caudillo. Tengo la plena convicción de que una similar vivencia experimentarían en vivo los niños y jóvenes de hoy, si nos gobernara la ultraderecha.

Mi relato va dirigido a quienes no conocieron ni vivieron en una dictadura, por si quieren reflexionar sobre lo que nos depararía el futuro con un régimen fascista, que sin lugar a duda implantaría Vox o cualquier otro partido político de la misma naturaleza. ¡Qué no haría Vox gobernando, cuando en democracia se permite ya comportamientos que recuerdan las preliminares actuaciones de los nazis todavía en la oposición parlamentaria en Alemania en los años treinta, antes de las elecciones generales de noviembre de 1932, tras las cuales Hitler fue nombrado canciller por el presidente de la república Hindenburg!

Los relatos que transcribo a continuación no contienen nada de ficción, sino que responden a hechos verídicos. Son párrafos entresacados de mis Memorias de un ciudadano de a pie, inéditas. En España la cifra de españoles/as que no han conocido ni vivido en una dictadura es altísimo: quienes tienen menos de 45 años. Pongamos mejor 50 años, ya que en los primeros cinco años de vida una persona no percibe la presión de su entorno. A ellos y a ellas van dirigidos los siguientes relatos.

Desfilando con camisa azul y boina roja

El maestro hizo un ademán y todos nos levantamos. Entró en la sala un hombre vestido con una camisa azul y portando una boina roja en la mano. Venía desde la capital de la provincia y nos habló sobre sus propósitos: quería ayudar al maestro y explicarnos en la práctica algunas de sus enseñanzas, hacernos ver qué significaba la Patria, el Caudillo salvador de la Patria, el Movimiento Nacional, y no recuerdo qué más, pero sí que eran muchos los temas que quería explicarnos.

Las enseñanzas prácticas del instructor consistían en una plática sobre la Falange, a la que él pertenecía, y su fundador José Antonio Primo de Rivera, asesinado cobardemente por los rojos, la gran hazaña del Caudillo, elegido y guiado por Dios para salvar a nuestra patria de los sanguinarios republicanos, los rojos, que quemaban las iglesias y violaban a las monjas; y los hechos más importantes de la Cruzada.

A continuación, la instrucción militar preparatoria del servicio militar, que todos tendríamos que prestar en el futuro, desfilando por las calles de Jabugo cantando el Cara al sol, mientras los vecinos abrían las puertas de las casas para vernos desfilar. Me sentía como un aguerrido y fiel soldado a las órdenes del salvador de mi patria, el Generalísimo Franco, el hombre al que más admiraba.

El inspector de las escuelas

Un único maestro. Una única clase para todas las edades. Una única pizarra. Una única palmeta para disciplinarnos. Todos leíamos, uno tras otro el mismo libro -los Evangelios, el Quijote-, quienes comprendían mucho, poco, algo o incluso nada de lo que leían.

Llegó el inspector. Preguntó a un alumno pequeño el Padre Nuestro, a otro mediano el Credo, al mayor los ríos de España. Contrastaba nuestras flamantes camisas azules y boinas rojas -así nos habían uniformado- con los pantalones remendados y los zapatos rotos de algunos alumnos. Llegó la pregunta más difícil, que nadie supo contestar:

¿Por qué el Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde recibe el merecidísimo título de Caudillo de España?

 Se hizo un silencio tenso y contenido. El inspector repetía una y otra vez la pregunta. La tensión aumentaba. Tras varios minutos, que se me hicieron larguísimos, el inspector irrumpió con voz altisonante y clara, separando y mascando las sílabas:

El Generalísimo Franco es Cau-di-llo-de-Es-pa-ña-por-la-gracia-de-Dios.

No sé cuántas veces lo repitió con voz cada vez más estridente. Seguro que más de cinco. Entonces yo advertí mi inexcusable torpeza. ¿Cómo no me había dado cuenta? Si era muy sencilla la respuesta. Las escasas monedas que yo manejaba -las chicas, las gordas, los reales- lo ponían claramente en una de sus caras: “Francisco Franco Bahamonde Caudillo de España por la Gracia de Dios”.

La enseñanza recibida en la escuela

En la escuela la doctrina del régimen franquista estaba en todas partes; desde que entrábamos hasta que salíamos de la escuela. El maestro pronunciaba la efeméride del Alzamiento Nacional en la explanada de la escuela y cantábamos el Cara al Sol, brazo en alto, antes de entrar en el aula y colocarnos en los pupitres. Una efeméride que formaba parte del calendario de venerables acontecimientos y gestas del Movimiento Nacional, que había conseguido salvar a la Patria de los enemigos de España. Era la Memoria Histórica de los victoriosos nacionales, que sería recordada año tras año, día tras día, en los medios de comunicación de la dictadura, especialmente en el Nodo -el telediario de la época-.

Pongo a continuación los apartados de mi cuaderno de la escuela, en Jabugo, año 1957. Cada título corresponde a una página. Verán la persistencia de los dos vectores esenciales del régimen de los golpistas de 1936: la religión católica y el fascismo:

Al Creador-Santo Evangelio- Formación Familiar- Formación  Política- Primer Viernes- Día de la Hispanidad- Ramiro Ledesma- La JONS- Segundo Viernes- Santo Evangelio- Nuestra Religión es la Verdadera- Onésimo Redondo- El Diluvio Universal- Jesucristo Redentor- El cuerpo humano- Proceso y Muerte de José Antonio- Testamento de José Antonio- El loro y el grillo- San Hermenegildo- El año litúrgico- Santo Evangelio- Día de la Madre- La higiene en la educación- Santo Evangelio- Los árabes- La Natividad del Señor- Fusión de la JONS y la Falange- ¿Qué es el rosario misionero?- Día del estudiante caído- Lo que significan las Vestiduras Sagradas- El Cid Campeador- Reptiles, anfibios y peces- España en los tiempos anteriores al Alzamiento- El Papa- Santo Tomás de Aquino- El Alzamiento Nacional- Las buenas compañías- Los alimentos- Gritos Nacionales- El buen pastor- Evangelización y civilización del mundo- Guerra de liberación- Diálogo de Moscardó con su hijo Luis- El Cardenal Cisneros- El ¡Presente! a los Caídos- Santo Evangelio- S. S. Pío XII Papa- El heroísmo juvenil- Venida del Espíritu Santo- Viriato- Soneto: El alma y la Eucaristía-.

No creo necesario los comentarios. Pueden fácilmente imaginar los contenidos de los títulos.

De Atalaya a Liceo en el Instituto Rábida. La Falange en la sombra

Teníamos pocos años, 15 o 16, y ya queríamos abrir el Instituto a algo más allá de lo que nos proporcionaba. Discutir más. Saber lo que pasaba. Nos dábamos cuenta del control de la información, que era siempre una y la misma. Se nos ocurrió crear la “Asociación cultural Rábida”. Éramos un grupo de alumnos de Preuniversitario, de ciencias y de letras.

Publicamos varios números iniciales, con plena autonomía y a nuestro aire. Pero pronto vino a hablar con nosotros nuestro profesor de la asignatura “Formación del Espíritu Nacional”, una asignatura cuyo contenido era la transcripción de la doctrina franquista en formato adecuado para el alumnado de enseñanza secundaria. Recuerdo bien el libro de la asignatura, entrelargo y de gruesas pastas, que comenzaba con el tema: “La familia, la primera célula de la sociedad”. El profesor pretendía incluir en la revista determinadas páginas de contenido político acompañadas de una serie de eslóganes. Vi claro que su propósito era servirse de la revista para publicar en ella una especie de resumen de lo que se leía en el citado libro de clase.

Fue mi segundo encontronazo con la Falange, y ya me di cuenta, con 16 años, de que el pluralismo no era su norte. En la escuela me regalaron una boina roja y una camisa azul a cambio de desfilar por el pueblo cantando el Cara al Sol y otros himnos del mismo signo, para que los lugareños no olvidaran las señas del régimen franquista, que ostensiblemente pretendía perpetuar en sus hijos. Ahora en el Instituto sufragaban el coste de una revista estudiantil, Atalaya, a cambio de publicar en ella la doctrina del régimen, para que no la olvidaran el alumnado del Instituto y los lectores/as adultos de la ciudad.

Mi familia y los prolongados estragos de la guerra civil

En mi familia, como en muchas otras que habían pasado por una guerra civil y posteriormente por una dictadura excluyente y represora, había secretos de los que no se podía hablar. Ni los padres hablaban ni los hijos e hijas preguntaban. Nada supe de mi abuelo Vicente. Tampoco de mi tío Manuel. Ellos no salían en la conversación. De ellos no se hablaba, nada se decía. Yo tampoco preguntaba.

Nos reuníamos toda la familia en la finca de mis abuelos, Ramón y Esperanza, en la barriada del Higueral de la periferia de Huelva. Los abuelos, sus cuatro hijos, seis nietos. Nos acompañaba Pepito, del que pensaba yo que era un amigo de mis primos, quizás huérfano y por eso celebraba la Navidad con nosotros. Tuvo que pasar tiempo, mucho tiempo, para que mi madre, circunspecta y compungida, me contara que Pepito era mi primo, y me hizo jurar por el Señor y la Virgen que no diría nada.

Mi tío Ángel, una vez que ingresó en la policía, tuvo que abandonar Huelva y desempeñar su trabajo en lugares alejados de esta ciudad, donde residía mi primo con su madre. Murió en Alicante, a donde llevaron a mi primo para despedirse de su padre, con el que pocos ratos había compartido. Incluso allí, en el entierro, ocultaron su identidad, por temor a que pudiera dañar la reputación de mi tío.

Los rojos y sus familias seguían siendo oprimidos por Franco y sus secuaces con extrema crueldad después de la Guerra Civil. Pocas veces un dictador ha llevado a tal extremo la persecución de los vencidos con tanta saña y durante tanto tiempo tras su victoria. Pero no eran únicamente los rojos los que sufrían opresión, sino las familias, como la mía, de nacionales, que tenían a veces bastante que ocultar.                         

El obispo de Huelva y el Generalísimo Franco

Don Pedro Cantero Cuadrado, capellán del arma de artillería durante la Guerra Civil, era uno de los obispos más adictos al régimen franquista, y de ello es franca muestra sus cargos: obispo de Barbastro (Huesca), de Huelva, arzobispo de Zaragoza, procurador en Cortes, consejero del Reino. Por este último cargo tuvo en sus manos la elección de la terna de candidatos a la Presidencia del Gobierno presentada al Rey, de la que salió elegido Adolfo Suárez, primer presidente del Gobierno de la democracia española.

Tanto poder tenía Cantero Cuadrado que consiguió que el Generalísimo acudiera en abril de 1961 a la pequeña, apartada y olvidada Huelva a inaugurar su seminario diocesano, donde yo era seminarista de tercer curso de Humanidades. Llegó el día esperado. Una alfombra roja recién estrenada recorría los pasillos desde la entrada del seminario hasta la capilla principal. En los primeros bancos todas las autoridades de Huelva. Ninguna podía faltar bajo pena de excomunión política. Entró la comitiva en la capilla. Los cantos del coro acompañados por el órgano. Un canónigo portando una gran cruz de guía, el Caudillo de España bajo palio, otro canónigo detrás arrojando incienso al Caudillo, el obispo y los componentes de la Curia diocesana. El Generalísimo subió unos peldaños y se colocó bajo palio junto al lateral izquierdo del altar. El obispo, gozoso, visiblemente emocionado, emprendió su homilía en su castellano palentino y acostumbrado barroquismo, salpicado de referencias bíblicas y evangélicas. Bajito y grueso, daba saltitos para poner énfasis en algunas expresiones de su discurso. Únicamente recuerdo de él las palabras finales, quizás porque las pronunció con un gran torrente de voz y remarcando las sílabas: “Gracias por su visita, Excelentísimo Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, Caudillo de España por la gracia de Dios, a quien debemos que haya salvado a la Patria de sus feroces enemigos”.

Pasaron los años. El ya arzobispo de Zaragoza destacó por su oposición frontal a los movimientos de cristianos y curas favorables a la separación de Iglesia y Estado y a una nueva concepción del cristianismo de base y del sacerdocio. Eran los tiempos de los curas obreros. Arrojó fuera de sus parroquias a algunos sacerdotes disidentes y no pocos se secularizaron. El caso más sonoro fue el del párroco de Fabara, que junto con una decena de curas se enfrentó al autoritarismo del arzobispo, pidiéndole la apertura de la archidiócesis al espíritu del Concilio Vaticano II. Cantero no transigió.

El obispo franquista murió cuando España despertaba hacia la democracia. Alcanzó a vivir lo suficiente para conocer que la Constitución española había sido refrendada por el pueblo español el 6 de diciembre de 1978.  Pedro Cantero Cuadrado murió pocos días después, el 19 de diciembre de ese mismo mes. Al final de sus días comprobaría que el presidente Adolfo Suárez, al que él elevó a la presidencia del Gobierno, falangista exsecretario general del Movimiento Nacional, “le había salido rana” y había traído la democracia a España.  

El cuartel-residencia de La Calzada

Había en la Sevilla de los años de la segunda mitad del siglo XX dos puntos negros de amargo recuerdo para los delincuentes comunes y los combatientes contra el régimen fascista: La Gavidia de la policía y el cuartel de La Calzada de la guardia civil. En ambos se administraba la disciplina del “régimen” con tesón y esmero.

En el cuartel el lugar de encuentro era el amplio bar, al que concurríamos guardias civiles, estudiantes residentes y proveedores. Eran años difíciles -finales de los sesenta y principios de los setenta-. Tiempo de la rebeldía de las universidades contra el régimen. Del cierre de las universidades y de la huelga de los trabajadores. La situación se proyectaba en los comentarios de los guardias civiles en el bar:

– ¡No saben lo que es una guerra y el hambre!

– ¡A pan y agua los ponía yo durante meses, ya verían…!

– ¡Mano dura y vergajos, esa es la medicina que necesitan!

Eran las expresiones más moderadas y tolerantes que se oían. 

No era una filosofía cuartelera simplemente. Estaba presente esta manera de pensar en muchas dependencias, privadas y públicas, del país. Una filosofía fascista integral por su carácter social. Ellos, los que nos increpaban, tenían que dirigir nuestras vidas, y nosotros obedecerles. Éramos nosotros inmaduros, medio-hombres, y ellos tenían todo el derecho a ejercer sobre nosotros su tutela, impuesta, si fuera necesario, bajo la regla de “la letra con la sangre entra”.

Cuando años después, tras la aprobación de la Constitución en 1978, se hablaba del “ruido de sables” en los cuarteles, yo sabía que no era una simple metáfora, sino un hecho real, que en cualquier momento podía efervescer, como una botella de sifón, tan presente en aquellos años en los bares y las tabernas, hoy desaparecida.