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Nos vamos

Pere Pugès i Dorca
Miembro impulsor del grupo fundador de la Assemblea Nacional Catalana

Hace tiempo, cuando le conté mi visión del eterno problema de las relaciones entre España y Cataluña a un amigo de Madrid, y me preguntó por qué los catalanes no hablamos claro, sin miedos ni tapujos. Le respondí que era porque, entre otros, tenemos el síndrome de Estocolmo o algo parecido.

Primero fuimos vencidos y después hemos ido desarrollando una relación de vínculo afectivo y miedo hacia quien nos tiene secuestrados. Así fue, las disputas vienen de lejos, de muy lejos, con guerras de por medio y, por lo tanto, con vencedores y vencidos. La más determinante, la que fue una guerra entre dos naciones con realidades y proyectos muy distintos, cumplirá su 300 aniversario en 2014. Los vencedores, los nobles castellanos aliados con los reyes franceses, los primeros borbones, abolieron las leyes catalanas e impusieron las suyas. Un derecho de conquista muy al uso, por aquellos tiempos, al que han seguido procesos de colonización más o menos encubiertos y que han sido aderezados con declaraciones de cariño cada vez que el preso ha mostrado señales de entereza.

Así han desaparecido muchos pueblos, culturas y lenguas durante muchos siglos y, por lo que parece, nadie lo sufre especialmente, a menos que forme parte del pueblo en trance de desaparición. Algunos aún subsisten y ahí reside el problema, visto como tal por unos —les suena a algo aquello del 'problema catalán'?— y visto como parte de la solución por otros —¿por qué no luchamos para evitarlo?—. Y ahí estamos.

Con los años he aprendido que nadie aprende de la historia, al menos de la contada, por lo que me referiré solo a la historia vivida por muchos de los que aun damos guerra. Hasta poco antes de las primeras elecciones de este período -15 de junio de 1977- todas las fuerzas políticas catalanas democráticas (todas excepto la UCD recién surgida del aparato del Estado y excepto las distintas facciones de la Falange) habían formado parte de la Assemblea de Catalunya, organismo unitario de la lucha antifranquista formado en torno a cuatro puntos que se podrían resumir en un lema que se hizo realmente famoso por aquel entonces: llibertat, amnistía i estatut d'autonomia. La reivindicación del Estatuto de autonomía de 1931 se inscribía en el proceso que nos debería llevar al ejercicio del derecho de autodeterminación y los cuatro puntos se completaban con la solidaridad hacia los pueblos hermanos que formaban el Estado español.

Con la Constitución llegaron las libertades democráticas básicas (de reunión, de expresión, de asociación política y sindical, ...), llegó la amnistía a los presos políticos y la amnesia colectiva respecto los crímenes del franquismo y, finalmente, llegaron los primeros estatutos de autonomía, los que iban a satisfacer (o no) las reivindicaciones de las naciones históricas (Euskadi-Navarra, Galicia y Cataluña —para las que se acuñó el término nacionalidades en la Constitución de 1978—) o de las emergentes (Andalucía, en aquellos momentos). La vieja Castilla y sus comuneros o la Asturias del 'bable' se dejaron sentir tímidamente... un poco menos que los nacionalistas canarios, los valencianos o los isleños de las Baleares, a los que se dedicó un apartado especial que prohibía expresamente la colaboración estable entre comunidades autónomas. Luego llegaron los demás estatutos y, con la Loapa, la armonización y el 'café para todos'.

En junio de 2006, el pueblo catalán refrendó el texto de un Estatuto previamente aprobado por el Parlament català y, a continuación, 'cepillado' (¡expresión utilizada por Alfonso Guerra!) por las Cortes. Esta muestra de seny político quizás fuese interpretada por el  Tribunal Constitucional como un signo de debilidad y a mitades de 2010, dictó una sentencia que ha resultado ser el detonante de un proceso que ya no parece tener marcha atrás.

Han transcurrido más de treinta años y la interpretación de la vieja Constitución ya no da para más. Ya no es posible seguir con los equilibrios inestables que han regido la política española de estos últimos decenios. Desde Catalunya, muchos la quisieron utilizar como el marco que permitía seguir avanzando en la mejora del autogobierno y esa puerta se cerró, de un portazo, en 2010. Algunos, armados de paciencia y algo más, quisieron probarlo negociando un pacto fiscal que pusiese parches a la difícil situación económica de un país —Catalunya— que genera riqueza e ingresos suficientes para salir sola de esta crisis y para seguir siendo razonablemente solidaria con quien lo necesite... y sepa administrarse.

Estamos donde estábamos antes de aprobar la Constitución. Desde Catalunya, estamos convencidos de que hemos contribuido, durante más de treinta años, a modernizar España y hemos asistido, atónitos, a un lavado de cara y poca cosa más. Se han destinado miles y miles de millones de euros a crear infraestructuras sin ningún tipo de sentido ni generadoras de nada y a subsidiar sectores económicos que siguen sin levantar el vuelo por si solos. Ahora, cuando el barco se hunde por la impericia de su capitán (léase Estado y clases dirigentes, por favor), ¿alguien puede quitar el derecho de los ciudadanos a saltar y salvarse? ¿alguien puede creer, aún, que esto puede solucionarse? ¿alguien puede engañarse creyendo que si nos quedamos se salvará el barco? ¿no será que más de uno, viendo lo inevitable, quiera echar la culpa al que salta a tiempo?

Viví la época de la transición en mi tercera década de existencia, desde la universidad y las luchas vecinales, desde la Assemblea de Catalunya y, finalmente, tomé partido y me posicioné por opciones marxistas e independentistas. Voté no a la constitución porque me resistía a aceptar la transición como alternativa válida a la ruptura que, desde Catalunya, habían defendido todas las fuerzas democráticas y, en el fondo, me duele que ahora, en Catalunya, ya nadie me 'riña' por ello. Mi país, Catalunya, ha malgastado muchas energías y ahora debe utilizarlas adecuadamente.

Señores y señoras, nos vamos y queremos, de corazón, que les vaya bien sin su 'problema catalán' (quien quiere más problemas con los que ya tiene?), pero antes de partir, queremos hacer una nueva aportación: antes de echar la culpa a otros, busquen en su interior y encontraran su verdadero problema. Tienen unas clases dirigentes absolutamente egoístas y sin sentido común, sin amor a su país y a sus gentes y están gobernados por un montón de ineptos y vividores. Nosotros también tenemos nuestros problemas, algo parecidos a los de ustedes, pero ya los tenemos detectados y hemos dado con la solución: decidir por nosotros mismos sin esperar que nadie nos haga nuestro trabajo. Y si nos equivocamos, no podremos echar las culpas a nadie. Lo asumimos.

Cuando se llega al final de una relación, entra el miedo al vacío, pero también se abre una puerta a la esperanza. Jamás ha sido tan claro aquel dicho que las crisis generan oportunidades. No quieran retenernos con miedos y amenazas, no harán otra cosa que mostrar sus miedos y sus debilidades. Sean valientes y afronten su futuro con decisión.

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