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Con el aliento contenido

El desgaste de Zapatero instala en el PSOE el temor a una derrota el 7-J

GONZALO LÓPEZ ALBA

El temor a que la crisis arrastre a Zapatero se ha instalado subterráneamente entre los socialistas. Los diputados del PSOE han reaccionado con idiosincrasia numantina y disciplina de profesionales de la política a su soledad en el Parlamento, pero con el aliento contenido ante la posibilidad de una derrota en las elecciones europeas del 7 de junio que convierta el acoso en un asedio insoportable.

La Zapatero dependencia que tienen el PSOE y el Gobierno ha agarrotado la “inteligencia colectiva” de los socialistas, de modo que la superación del bache político parece fiarse a su acierto en el manejo de los tiempos –sin desdeñar la fe en la baraka, o la intuición, que le ha acompañado siempre– y al maná iluminador que el mundo espera del Mesías Obama para encontrar la salida del túnel de la crisis –económica y de valores–.

Esa situación interna se trasluce en que se cuentan con los dedos de una mano los miembros de la Ejecutiva del PSOE que se arriesgan a contradecir a Zapatero; o en que, según reconocen quienes asisten a ellas, en las reuniones de los equipos de dirección –sean del Gobierno, del PSOE o de su grupo parlamentario– apenas se esbozan planteamientos alternativos a los que emanan del presidente. Todos están a la espera de que haga algún movimiento que modifique el relato político y el tablero de las alianzas.

Mientras aguarda el momento de ser ungido por Obama como su apóstol en Europa (si el traspiés de Kosovo no lo impide), Zapatero se ha llevado el balón de la remodelación ministerial al banderín del córner y, ante la evidencia de que la actitud despechada de CiU y PNV difícilmente cambiará antes de 2010 –año de elecciones en Catalunya–, intenta restaurar la mayoría parlamentaria de izquierdas de su primer mandato con un doble objetivo: evitar que cada sesión parlamentaria sea una infartante sucesión de ¡uy! y ¡ay! que generan una imagen de acorralamiento del Gobierno y “engrasar la legislatura por la izquierda”, con una agenda que no se limite a gestionar la crisis. Por ahí va el renovado ofrecimiento de un trato “preferencial” hecho a IU, ICV, ERC y BNG.

Consciente del resquemor que produce el hecho de que cuantos han ido de su brazo han salido escaldados de las urnas, Zapatero juega simultáneamente la baza del “pacto social” para doblegar sus recelos asegurándose previamente el apoyo de la sociedad civil. Así lo ha hecho con la reforma de la Ley del Aborto y así trabaja en los preparativos de Ley de Igualdad de Trato, que quiere aprobar antes de asumir la presidencia de la UE.

El pacto social es también su principal aliado para afrontar la crisis. Pero, limitado al acuerdo con sindicatos y empresarios, resulta insuficiente. El presidente no ha logrado una movilización ciudadana acorde con la gravedad de la situación, una movilización auténticamente “de país”, que se traduzca en un aluvión colectivo de ideas y esfuerzos. Sólo si logra liderar un movimiento de esa naturaleza arrastrará al acuerdo al PP o lo dejará realmente aislado. Pero Zapatero, lastrado por no haber reconocido a su debido tiempo la existencia de la crisis, parece inclinarse por esperar a que el PP se cueza en su olla podrida, convencido de que resulta imposible que los conservadores puedan articular en el Congreso un mayoría alternativa que derribe al Gobierno.

La derecha ha sacado pecho tras las elecciones del 1 de marzo, pero en el PP se reconoce que lo único que realmente ha ganado Rajoy es tiempo y una posición de combate: el test para el líder de la oposición que iban a ser los comicios europeos se quiere convertir ahora en una especie de plebiscito presidencial, que puede volverse en contra de sus promotores. Los críticos –los que no le siegan la hierba, pero están persuadidos de que Rajoy no es un candidato para ganar– aprietan los dientes a la espera de lo que ocurra el 7-J y los enemigos siguen afilando las dagas en la oscuridad.

La estrategia de Zapatero choca también con el ruido ambiental, en el que se mezclan como un cóctel explosivo para la confianza ciudadana la crisis económica y la corrupción política. Romper la barrera del ruido se ha convertido así en un objetivo  prioritario para el Gobierno, como se puso de relieve el lunes en la Ejecutiva del PSOE, en la que alguna voz llamó la atención sobre la urgencia de pasar ya de los parches a las reformas estructurales de la economía, con una estrategia de comunicación que se dirija “al corazón de la gente”.

Aunque se ha dado por sentada la existencia de un “voto económico” que castiga a los gobiernos en situaciones de crisis, José María Maravall y Adam Przeworski han desmontado la infalibilidad de esta teoría en un reciente estudio publicado en la Revista Española de Investigaciones Sociales (Reis). A partir de los datos individuales procedentes de 63 encuestas a lo largo de 16 años, abarcando a 158.412 entrevistados, ambos sociólogos concluyen que existe un “voto exonerativo”, que encuentra su explicación en que “la ideología moldea el modo en el que la gente interpreta los estados de la economía en términos políticos”, de modo que primero deciden el sentido de su voto y después eligen los argumentos que sostienen su decisión. “Los votantes exonerativos piensan que al Gobierno no cabe atribuirle la responsabilidad por el mal funcionamiento de la economía y/o que la oposición es una alternativa peor”.

Si estuviéramos hablando de baloncesto –el deporte preferido de Zapatero y Obama– habría que recordar que aún se está jugando el primer cuarto del partido.

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