Este artículo se publicó hace 16 años.
Andalucistas: de las Cortes al extrarradio
El histórico PA, herido de muerte tras las últimas municipales, intenta sobrevivir después de un congreso agónico
Sobrevivir, aunque sea para vagar como un alma en pena por el panorama político andaluz hasta conseguir que la ilusión se renueve, o levantar acta de defunción. Fueron las dos tristes opciones con las que el histórico Partido Andalucista (PA) afrontó su XIV Congreso Nacional, que se celebró el sábado pasado en Sevilla en un clima más de ocaso que de crisis. La amenaza de funeral político ensombreció el duelo de aspirantes a la secretaría general entre Pilar González, ex portavoz parlamentaria, y Francisco Jiménez, alcalde de Utrera.
Venció la primera, pero por muy estrecho margen: “Se acabó el luto, se acabaron los lamentos. Ahora, a recuperar la ilusión de este partido desde la unidad”, dijo González tras ser elegida. Su contrincante, más pesimista, aseguraba días antes que el cónclave iba a “desaprovechar una oportunidad para cambiar el PA desde los cimientos”.
La pregunta es: ¿le quedan al PA esos cimientos? Coalición Andalucista, el conglomerado de formaciones de corte nacionalista encabezado hasta el sábado por Julián Álvarez, perdió los cinco parlamentarios que este partido había obtenido en 2004. El batacazo supuso el golpe de gracia a un movimiento político que, desde su florecimiento en los albores de la democracia, ha ido dibujando hasta la fecha una pronunciada curva descendente: de tener un grupo propio (entonces bajo las siglas del PSA) tras conseguir cinco diputados en el Congreso en las generales de 1979, a malvivir en el extrarradio político sin liderazgo, sin definición ideológica clara, consumido por las luchas intestinas y la ruina económica.
Un puñado de alcaldíasAl PA apenas le queda un puñado de alcaldías de pequeñas ciudades (Écija, en Sevilla; Ronda, en Málaga; San Fernando, en Cádiz…) como lejano recuerdo de la formación de relieve nacional que un día fue, cuando Alejandro Rojas Marcos comandó un grupo propio en las Cortes, o cuando Luis Uruñuela se convirtió en el primer alcalde democrático de Sevilla, cargo que luego ocuparía entre 1991 y 1995 el propio Rojas Marcos. Es cierto que, mediada la década de los 90, el PA ya había perdido su condición de organización de enjundia nacional, pero le quedaba al menos el margen de maniobra de una formación bisagra en Andalucía, que le permitió gobernar junto al PSOE entre 1996 y 2004.
La polarización del voto en las elecciones del 14-M, que devolvió a Manuel Chaves la mayoría absoluta que aún conserva y arrebató al PA su protagonismo regional, terminó de doblar el esqueleto del partido, que durante esos ocho años había logrado al menos, comandado por Antonio Ortega, marcar un rumbo claro de nacionalismo institucional pactista de acento progresista. Ortega, un posibilista de demostrada cintura política, logró consolidar una oferta de sencilla explicación ante el electorado de Andalucía, una región donde la retórica esencialista del nacionalismo ha probado reiteradamente tener un impacto electoral limitado. Ahora, hasta eso es sólo un recuerdo.
La llegada en 2004 del joven Julián Álvarez a la secretaría general desde la alcaldía de Écija (Sevilla) aceleró el proceso de desintegración. A los errores estratégicos históricos se empezaron a sumar uno tras otro clamorosos fallos tácticos, entre los que destaca su rechazo frontal al Estatuto de Autonomía aprobado en referéndum el 18 de febrero de 2007, poco antes de los últimos comicios municipales, en los que ya se comenzó a apreciar que el PA estaba herido de muerte en el terreno electoral.
Una herida que sangra desde hace 30 años¿Qué ha pasado?, ¿cómo explicar tan fulgurante caída? Hay una herida primigenia que, en los últimos treinta años, nunca ha dejado de sangrar. La persistente impresión de que, a cambio del grupo político, Rojas Marcos aceptó negociar a la baja con UCD el Estatuto de Autonomía de 1981, algo siempre negado por el partido. La convicción con la que el socialista Rafael Escuredo defendió posiciones más ambiciosas permitió al PSOE agitar ante el electorado la bandera del andalucismo.
La errática política de pactos también ha pasado factura, tanto electoral como a nivel de cohesión del partido, una asignatura siempre pendiente. La ruptura entre Pedro Pacheco, ex alcalde de Jerez de la Frontera (Cádiz) y hoy secretario general del nuevo PSA, y Rojas Marcos se precipitó después de que el segundo facilitase a Soledad Becerril, del PP, un mandato en la alcaldía de Sevilla, entre 1995 y 1999.
Pero el remate de todas las indecisiones y yerros llegó con la negociación del Estatuto de Autonomía de Andalucía, cuando el PA pidió en solitario el no en el referéndum, una decisión que muchos atribuyen a un enfado personal de Álvarez con Chaves por unas filtraciones a la prensa sobre la posición de los andalucistas sobre el término “nación”. Durante la negociación, el PA ligó su postura a la del PP, que sí tuvo los reflejos de apoyar en la recta final un texto sobre el que los conservadores lograron ejercer cierta influencia. Ildefonso Dell’Olmo, dirigente histórico andalucista, tiene un diagnóstico claro sobre por qué perdió miles de votos el PA presumiendo de que “nunca pactará con el PSOE”. Es el siguiente: “Para votar a un partido que mantiene la misma postura que el PP, votas al PP”.
El inexplicable optimismo con el que Julián Álvarez encaró las elecciones del 9-M (“Yo quiero ganar”, dijo durante la campaña, ajeno a las encuestas) tampoco facilitó que levantase el vuelo su partido, que ahora intenta sobrevivir tras un congreso agónico. Sus rivales políticos tradicionales, por si acaso, ya están afilando los colmillos. En la ponencia marco para su congreso de julio, el PSOE andaluz reivindica la figura de Blas Infante, “padre de la patria andaluza”. Javier Arenas, presidente del PP andaluz y principal beneficiario del batacazo electoral del PA el 9 de marzo, viene haciendo desde entonces bandera con un nuevo concepto: “el andalucismo español”.
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