Este artículo se publicó hace 14 años.
A Andrea la mató su padre a pesar de 47 denuncias
Ángela perdió a su hija pese a haber alertado muchas veces del maltrato a trabajadores sociales, jueces y policía
"Te voy a hacer el mayor de los daños y te vas a acordar toda tu vida". Las últimas palabras que Ángela González le escuchó a su marido, Felipe Rascón, aún le retumban en la cabeza. Ocurrió el 24 de abril de 2003 por la mañana, en un juicio en el que ambos se encontraron. Él la miró con todo el odio del mundo y se lo soltó. Por la noche, aprovechando el régimen de visitas abierto, Rascón descerrajó dos tiros a Andrea, la hija de ambos, de 7 años de edad, y luego se suicidó. El agresor cumplió su deseo: marcó a Ángelade por vida.
Desde entonces, esta mujer vive sumida en la desesperación, el sentimiento de culpa, la rabia. "La ayuda de los psicólogos llega en un momento en que ya no sirve", afirma. No puede mantener una relación de pareja, ni apenas de amistad porque toda su vida gira en torno a lo que ocurrióese 24 de abril de hace siete años. "Pienso en cómo sería ahora mi niña, con 14 años, si sería buena estudiante", se desespera esta mujer. Ángela tiene pesadillas todas las noches. Y todo en torno a la misma idea: "Antes de que mataran a mi hija, puse 47 denuncias, 47, a Servicios Sociales, a la Guardia Civil, a la Policía, en el juzgado... Nadie se las leyó, nadie me hizo caso", repite, sentada ante un té en un bar de Rivas-Vaciamadrid, el municipio madrileño en el que reside.
"Te voy a hacer el mayor de los daños y te vas a acordar toda tu vida", le dijo su marido
Ángela denunció ante los tribunales la negligencia judicial, el hecho de que, a pesar de que ella lo advirtió por activa y por pasiva, los jueces decidieron otorgar al agresor el régimen de visitas abierto, sin acompañamiento, lo que propició que Rascón se quedase a solas con la niña el día que decidió pegarle dos tiros.
Pero el Tribunal Supremo, en una sentencia del pasado mes de octubre, dice que no ha lugar a la denuncia: "Aun lamentando profundamente el fatal desenlace, no se aprecia que, en el supuesto que nos ocupa, existiese un funcionamiento anormal de la Administración de Justicia, sino un conjunto de decisiones jurisdiccionales que resolvieron lo que estimaron conveniente respecto de la forma en que debía canalizarse la comunicación de un padre separado de su hija".
Ángela, con la ayuda de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas y de la Asociación de Juristas Themis, va a recurrir el caso ante el Tribunal Constitucional. "Para poder vivir un poco en paz, porque no estoy en paz. Llegaré hasta Estrasburgo, no voy a parar", afirma, aprieta los dientes y no puede evitar que se le salten las lágrimas. El relato de los hechos ya empieza de manera trágica: "Cuando me quedé embarazada y supo que era una niña, me dijo que le daba muchísimo asco, que no quería niñas. Me decía también que el bebé no era suyo, que si yo tenía amantes: su hermano, su padre, el que fuera...", recuerda la mujer. Al agresor los psiquiatras le diagnosticaron un trastorno mental grave, que estaba peligrosamente obsesionado con su mujer. Pero ni aún así Ángela consiguió ni su ingreso permanente en un centro hospitalario ni que permaneciese alejado de la niña.
El Tribunal Supremo lamenta lo ocurrido pero cree que no hubo negligencia judicial
Cuando la cría cumplió 3 años, Ángela la cogió y se la llevó de casa justo después de un episodio en el que él las amenazó con un cuchillo. Las dos huyeron del domicilio que compartían con el agresor en Arroyomolinos (Madrid). Pero él las encontró y las persiguió, saltándose la orden de protección. "Un día nos siguió con el coche y me echó de la autopista, lo denuncié, pero tampoco hubo juicio", explica Ángela.
El agresor puso un detective para seguir a su mujer, la llamaba por teléfono a las tres, cuatro, cinco de la mañana. "¿Con quién estás en casa?, ¿qué haces con la luz encendida?", le inquiría. Cuando se quedaba a solas con la niña, gracias a ese régimen de visitas al que nadie puso freno, la acosaba con las mismas preguntas: "¿Quiénes son los amantes de tu madre?, ¿con quién se acuesta tu madre?". La pequeña Andrea, cada vez que su padre iba a buscarla cuando le tocaba visita, se ponía a llorar, a gritar, no quería salir de la cama; acudía la Guardia Civil porque él, cada vez que no se podía llevar a la cría, ponía una denuncia. "Y cuando regresaba de estar con él, Andrea tenía muchísima ansiedad", recuerda su madre.
La vida de Ángela giraba sólo en torno a proteger a la pequeña Andrea. Un día, la niña se fue con la clase de excursión a una granja-escuela, el padre llamó al colegio con amenazas y Ángela se fue detrás del autobús escolar con su coche, por si le pasaba algo a la cría. "Trabajaba en lo que podía, en limpieza, pero no todo el día, porque no podía dejar a la niña sola, no tenía dinero para pagar a alguien que la cuidara y tampoco me fiaba. No me importaba el dinero, sólo quería ganar lo justo para poder estar con Andrea", afirma.
La madre: "Pienso en cómo sería ahora mi niña, con 14 años, si sería buena estudiante"
Con la angustia, pasaron los días. Hasta que llegó ese 24 de abril, en el que Ángela, al ver que su hija no volvía del encuentro con su padre, llamó asustada a la trabajadora social. "Y esta me dejó sola, en el cuartel de la Guardia Civil, pero allí nadie me contaba nada. Empezó a anochecer y me fui a la casa de mi marido. Y allí me encontré con todo, me lo dijeron". A Ángela se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas, pero recupera la fuerza, esa que no la va a hacer parar hasta encontrar justicia: "Nadie ha leído ninguna de mis denuncias. No me cansaré de decirlo. Los expertos en violencia de género no hacen más que repetir que está bajando el número de denuncias y que las mujeres tienen que denunciar. Da lo mismo. Denuncias y no sirve absolutamente para nada".
Número de atención a la mujer maltratada 016
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