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Bautismo de 'correbous'

Un colaborador de 'Público' asiste, por primera vez, a un festejo taurino

JOÃO FRANÇA

Al bajar del tren en Camarles todas las calles están desiertas, pero decoradas con banderas de fiesta mayor. Poco antes de las seis de la tarde suena una sardana por la megafonía del municipio y anuncia una actividad infantil. En el bar Hípica hablan de los patrones. El de Camarles es San Jaime y este fin de semana hay fiestas. Y cada día hay toros. 'A mí me gustan igual los de aquí que los de Xerta', dice alguien en referencia al pueblo vecino, que comparte patrón y donde también hubo correbous ayer.

Hacia las seis y cuarto suena una trompeta y después un petardo en la plaza de toros. Se trata de una plaza improvisada en un descampado. Unas vallas delimitan el ruedo. Hay carretas llenas de sillas y gradas construidas con andamios y maderas. Ante la pregunta de cómo funciona esto de los toros, un miembro de la comisión del pueblo responde entre risas: 'Va de que si te despistas en la plaza, te pillan'. Pero puntualiza que normalmente no hay incidentes. Ayer en Camarles corrían tres toros y cuatro vaquillas.

Suena otro petardo y esta vez toda la banda repite la misma melodía. Los animales están encerrados entre vallas de madera y aislados del exterior por plafones metálicos o de madera. Los primeros en llegar a la plaza son los niños y la gente mayor. Una señora elegantemente vestida y con purpurina en el pelo mira los animales por un agujero y grita '¡Toro!' para luego subir con dificultad a una de las graderías. En otra valla hay dos mansos. Los animales dan vueltas sobre un suelo lleno de latas y botellas de plástico. El sol abrasa. Los niños pasean ansiosos por la plaza.

A las siete menos cuarto suena el tercer petardo. La primera vaquilla sale a la plaza. La esperan unos cuantos jóvenes, algunos con la chaqueta en la mano para llamarle la atención. Al principio el animal corre, pero luego se para. Tres chicos intentan ganarse su atención, la provocan para hacerle correr, pero no reacciona, solamente mira a los lados, confusa. Al cabo de un rato uno lo consigue. Luego sale uno con una vara. Cada uno se las ingenia a su manera para atraer a la vaquilla. Cuando el animal no da más de sí, el ganadero hace salir a los dos mansos, que la acompañan fuera de la plaza a manera de escolta. La vaquilla vuelve al camión. La maniobra se repitió ayer siete veces.

Pedro Fumadó, el Charnego, es uno de los ganaderos más importantes de la región y enseguida se presta a dar explicaciones a los foráneos. 'Esta raza no existiría si no fuera por los correbous y sólo trabajan tres días al año', dice. El ambiente es familiar y festivo, todos ríen y beben. Cada familia o peña monta su grada. A lo largo de la jornada la plaza se llena con unas 400 personas.

Después de dos vaquillas sale el primer toro. La plaza está llena de plataformas de diferente tipo, unas con escaleras, otras con rampas, algunas incluyen barras metálicas detrás de las que se esconde la gente. Los jóvenes que salen a correr conocen el terreno y el toro nunca se les acerca demasiado; uno habla por el móvil mientras lo provoca y otro fuma tranquilamente. Las maniobras más arriesgadas o las reacciones más bruscas de los animales son aplaudidas.

Sale otra vaquilla e ignora a los que intentan llamar su atención. Da vueltas a la plaza y algunos le golpean la cabeza con el pie. El toro que le sigue responde más. Arrastra una plataforma con dos chicos encima, después de golpearse la garganta muchas veces intentando llegar a los provocadores que están al otro lado.

Al rato, el mismo toro voltea dos plataformas, una tras otra, y el público aplaude con fervor. Como ya ha hecho bastante, envían a los mansos. Todos aplauden, pero nadie parece fijarse en que gotea sangre por el morro. El espectáculo continúa.

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