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Calles desiertas en una mañana con sabor a resaca

Como Madrid, el resto de ciudades españolas despertó ayer con resaca

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Nueve y media de la mañana del primer día del año 2008. Si no fuera porque el sol ya ha salido, uno podría pensar que es de noche. Comercios, bares, todo está cerrado. Es más, como si fuera un milagro, el tráfico es fluidísimo, porque apenas circulan coches por las calles.

Así despertó ayer España. Las calles estaban de resaca, prácticamente desiertas y forradas de restos de bebida alcohólica evaporada, confeti, vasos de plástico, gorritos de papel, botellas vacías y algún que otro vómito.

En Madrid, se notaba que se estrenaba año porque las calles estaban especialmente desiertas, más que en cualquier otro día festivo: sólo los trabajadores de la limpieza y los rezagados con alegría etílica en el cuerpo pululaban por las otrora bulliciosas arterias de la ciudad. Como en Madrid, estas escenas se repitieron en Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao, o cualquier otra ...

Éxodo de turistas

Hubo un detalle que todavía delató más al calendario: los turistas que volvían a casa sin haber tenido apenas tiempo para recuperarse del jolgorio de las campanadas.

Sobre las 10.30 de la mañana, Melania y Sandra bajaban, cargadas con maletas, la Gran Vía madrileña para coger un metro hacia el aeropuerto. Se comieron las uvas en la Puerta del Sol, “para llegar a Nápoles a la hora de cenar”, explicaron. Al bajar las escaleras, se encontraron con la suciedad que el metro lleva acumulando desde hace 15 días y nuevos restos, deshechos del cotillón.

En la boca de metro de Plaza de España, una pareja iniciaba el regreso a Barcelona. “Vinimos a Madrid a correr la San Silvestre y de fiesta, que hay mucha. Venimos a menudo”, explicaron. Katrin y Steffie no habían estado antes en Madrid. Llegaron el día 28 y ayer, poco antes de las 11, iban con prisa por la calle Fuencarral. No querían perder su avión a Alemania.

A mediodía, el número de transeúntes comenzó a ser comparable al de un festivo cualquiera. En la Gran Vía, familias con niños tapados hasta las orejas y parejas de ancianos se cruzaban con grupos de veinteañeros peluca en la cabeza y cubata en mano.

“Claro que se nota que es día uno”, exclamó Pedro, ecuatoriano que desde hace un par de meses trabaja limpiando las calles de Madrid. A las 11 de la mañana continuaba recogiendo en el barrio de Chueca cajas de cartón, botellas de bebidas alcohólicas, vasos de plástico, gorros y confeti, e incluso restos de comida (pieles de gambas y latas de foie gras de pato) que sobresalían de bolsas de basura doméstica rotas.

Pedro, que hace el turno de fines de semana, explicó que la empresa de limpieza para la que trabaja puso un turno especial para la madrugada de ayer, “para limpiar lo más gordo después de las campanadas”. Incluso así, el hombre mostraba tener más trabajo del habitual. A unos metros de donde Pedro estaba parado, en un callejón, dos zapatos de charol blancos con tacón de aguja cohabitaban entre los deshechos.

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