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"La casa empezó a dar vueltas como una noria"

Una superviviente narra, de vuelta a su casa de Sevilla, el horror en Haití

MARÍA SERRANO

Consciente de su suerte, María del Carmen Villar, médico de 47 años, narra lo inenarrable con sobriedad y entereza. 'Es impresionante caminar por la calle y ver en el suelo, derrumbado, todo lo que conoces', explica a Público en su domicilio de Sevilla, en la zona de Sevilla Este, donde llegó ayer procedente de Haití tras tomar allí un avión que la dejó en Torrejón de Ardoz junto a su pareja, el haitiano Max Garnier, y su hija, Giselle, de 13 años.

El seísmo los sorprendió a todos en casa del padre de Max, de 95 años. Eran las cinco menos cuarto de la tarde del pasado martes, hora local en Puerto Príncipe, capital del país. Preparaban el equipaje para hacer un viaje. 'La casa empezó a dar vueltas como una noria. Unos 45 segundos. Por la ventana pude ver cómo se caía la casa de al lado. Todo el mundo salía corriendo y gritaba. Rápidamente entendimos que era algo muy grave. Nosotros tuvimos suerte, el techo empezó a derrumbarse, pero no fue repentinamente. Al principio llegamos a creer que podía ser un atentado', explica.

Giselle, su hija, quedó atrapada bajo un armario en la planta alta de las dos que tiene la casa. La lograron rescatar y salir todos a la calle 'mientras la casa se derrumbaba'. Saben que viven por los pelos. Todos se salvaron, incluido el anciano, sin heridas de importancia. 'Esa noche dormimos a la intemperie, con un pánico atroz porque los seísmos seguían y no sabíamos si todo podía volver a ponerse mal. Max hizo guardia junto a un poste de la luz, que era el punto de referencia que utilizábamos. La gente gritaba pidiendo socorro porque estaba atrapada. No paraba de pasar gente que buscaba a los desaparecidos con linternas. Otros buscaban a los niños que habían quedado atrapados en las escuelas', narra, sin querer que su hija escuche su testimonio.

El panorama ante ellos era espeluznante. 'Todas las casas habían quedado derribadas, solamente un edificio de telefonía móvil que estaba justo enfrente de mi casa había permanecido de pie. Sabíamos que el edificio, que era americano, tenía una estructura antisísmica y había permanecido intacto. Sólo las paredes interiores se habían derribado. La gente gritaba porque se habían quedado atrapada en los ascensores', cuenta.

Aún desconocían la magnitud del desastre, no sabían que lo ocurrido estaba en el centro de atención del mundo entero. Sólo descubrieron su dimensión terrible al día siguiente, tras decidirse a coger el coche al comprobar que los seísmos remitían. 'Lo comprobamos al llevar a la embajada el número de mi madre para que la llamaran y le informaran de que nos encontrábamos bien. Al recorrer la ciudad, lo vi todo derrumbado. Hospitales, universidades... Los haitianos no tienen nada. Nos pedían ayuda, enganchándose en el coche', explica.

Finalmente, a través de unos cooperantes y tras haber recuperado los pasaportes de entre las ruinas de la casa derrumbada, consiguieron contactar con personal de la embajada. Amigos de la pareja les proporcionaron comida y un refugio en una zona de bungalows a salvo del pillaje. Aparte de magulladuras y cortes en los pies por pisar cristales, todos están bien. Ahora les toca recuperar la normalidad y volver al trabajo, concretamente a la clínica en San José de la Rinconada que comparte con Max, también médico. Pero resultará inevitable recordar. 'Fueron días horribles, pero me tranquilizaba mi hija, que me repetía que estaba bien. Ella me dio mucha calma en esos momentos', explica. Y siente lástima por lo que deja atrás. 'Llevo muchos años acercándome a esta tierra, y no ha sido fácil volver', cuenta.

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