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La cola de Doña Manolita

Madrileños armados de paciencia y forasteros en busca del Gordo conforman la fila más famosa de la capital, que conduce a la centenaria administración de loterías

HENRIQUE MARIÑO

El centro de Madrid, cuando el almanaque agoniza, se pone en fila india. Oiga, ¿y usted a qué espera? Hay gente que se arremolina en torno a los turrones de Casa Mira, otra que anda a la caza de fortuna y luego está la cola del paro, como una hoja perenne que se resiste a caer del calendario, la única cadena humana que no es estacional. Antes ibas por la Gran Vía y te encontrabas con una procesión hacia la Cibeles y, al día siguiente, con otra hacia Callao. Alternaba su dirección porque los negocios a derecha e izquierda de Doña Manolita se quejaban de que perjudicaba sus ventas. La cola más famosa de la capital se trasladó luego a la calle del Carmen, un tentáculo de la Puerta del Sol, donde las loteras de silla de tijera ahorran la espera por una comisión de dos euros.

Vociferan el nombre de una señora que no existe, aunque el eco de su nombre llega a 1904, cuando Manolita de Pablos se estableció en la calle Ancha de San Bernardo para repartir suerte. Vestía de riguroso negro y la única piel que se le advertía era el polvo de arroz de su rostro y sus manos. Detrás del moño pululaban sus hermanas, quienes en 1931 se trasladaron a la Gran Vía. Una de ellas heredó la sucursal que habían abierto en Sol, pero un sobrino jugón acuciado por las deudas del hipódromo y perseguido por los casinos puso pies en polvorosa, dejando atrás un pufo millonario con Hacienda y unos caballos embargados. La mágica de Doña Manolita, capaz de enriquecer a desconocidos y arruinar a los suyos.

Ahora la hilera serpentea por la calle del Carmen y hace un alto en Mesonero Romanos, como una culebra descabezada que sigue moviendo su cuerpo. 'Hay que dejar pasar a los peatones', explica Remi, el vigilante encargado de mantener prietas las filas. 'Así tiene un orden, si bien cada día el trayecto es diferente para no molestar a los comercios'. La épica le concede centenares de metros, hilvanados por madrileños armados de paciencia y forasteros en busca del mejor recuerdo de la ciudad. 'Vienen aposta desde todos los puntos de España', asegura Concha Corona, dos décadas ejerciendo de gerente. 'De hecho, hay más clientes durante los puentes que a diario, sobre todo en la Inmaculada'.

En Conil ha terminado la temporada y los mozos de hotel buscan trabajo en Madrid. Jorge y Alfonso reparten currículos por los bares, pero la cosa está fatal. Un alto en el camino: 'Mi abuelo me pidió que le lleve un décimo de Doña Manolita y aquí estamos'. Detrás de ellos, Emilio espera su turno con estoicismo. 'Yo me he colado hasta en la Expo de Sevilla, mas hoy no queda otro remedio que aguardar', dice el anciano con sorna. No es un habitual, sin embargo vio que la ringlera fluía y ha preguntado quién da la vez. 'La pobre de mi madre le tenía mucha fe y, por desgracia, no tengo otra cosa que hacer'.

Este año parece que al Gordo le ha bajado la fiebre. Hay menos runrún en la calle y más hueco en la billetera. 'Uno de mis hermanos está en paro y el resto se han tenido que ir a Andorra', explica Anabel, convencida de que 'aquí siempre toca porque venden mucho'. La encargada, que se niega a dar cifras, reconoce que se despachan más billetes en ventanilla que por internet. 'A los clientes les gusta venir aquí, pero nunca decimos cuánto facturamos porque trae mala suerte', añade Corona. La tercera vía del azar campa en el kilómetro cero; no obstante, Anabel confiesa que esta vez no le ha comprado a las loteras de Sol porque el porcentaje sumaría treinta euros. 'Varias personas me han encargado décimos y no están los tiempos para comisiones', zanja esta castellonense.

Que la caja es abultada, aun en crisis, lo saben hasta los cacos. Hace dos años, intentaron robar la recaudación haciendo un butrón en el local, que no acepta tarjetas. Desde entonces, un vigilante vela cada noche los números de Manolita, quien hace un siglo se propuso ser tan popular como Manolete. Cuenta la leyenda que su fortuna en vida la pagaría a su muerte, acaecida en 1951, aunque no parece que le saliese tan caro vender su alma al diablo. Pese a que no tuvo hijos, sus descendientes siguen amasando dinero, por lo que cobra fuerza otra hipótesis: en 1926 viajó cuatro veces a Zaragoza para encomendarse a la Pilarica, pidió 'unos números que se me ocurrieron sin saber por qué' y aquella Navidad tocó el Gordo, recuerdan las crónicas de la época. '¡Eh, señor, que yo voy antes!', se escucha en medio de la cola, que ya ha vuelto a arrancar.

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