Este artículo se publicó hace 13 años.
Los colonos del franquismo sólo vuelven por vacaciones
San Miguel está situado en el corazón de Jaén, en las fértiles tierras de la vega del Guadalquivir, pero en la práctica es un pueblo fantasma. Durante la mayor parte del año, los únicos habitantes son Khir Tayed, un argelino que trabaja como peón, y una familia a la que el Ayuntamiento de Úbeda, del que depende la aldea, ha cedido una vivienda. Cuando no hay tajo, Tayed se sienta a la entrada del pueblo, a la sombra de los árboles, para ver pasar los poquísimos coches que transitan la carretera llena de baches. “Aquí sólo vive gente en verano. El resto del año el pueblo se queda vacío”, afirma Tayed.
Pero San Miguel, pedanía de Úbeda, no parece el mejor lugar para pasar las vacaciones. Oficialmente, tiene 12 habitantes. Las aceras están levantadas. Muchas de las viviendas languidecen vacías, sin cristales. Los santos y los bancos de la iglesia han sido robados y los techos se desmoronan. San Miguel fue construido por el Instituto Nacional de Colonización (INC) en 1955, pero en sólo medio siglo se ha convertido en la viva imagen de la desolación.
“Franco vino a San Miguel para entregar los títulos de colonos, pero esto era lo más parecido a una reserva india. Las casas no tenían enchufes y el baño era un agujero en el patio”, explica Juan Emilio Hernández, hijo de colonos, que hoy vive en Almuñécar (Granada). El de San Miguel no fue un caso único. Según Cristóbal Gómez Benito, profesor de Sociología Rural de la UNED, esta “fue una forma de fijar trabajadores para emplearlos en los latifundios”.
Éxodo inevitable
Junto a San Miguel, existe un reguero de pequeñas y blancas aldeas. Casi todas rondan los 200 habitantes, y sus perspectivas no son prometedoras. “Cuando se levantaban pueblos como San Miguel –explica el arquitecto Manuel Calzada–, usaban el módulo carro: un pueblo cada tres kilómetros. Los ingenieros sabían que la motorización los condenaría”.
El tiempo no ha pasado igual para los más de 300 núcleos que levantó el franquismo para incrementar la producción agrícola. En Córdoba, Sevilla o Extremadura la población se ha mantenido o aumentado al estar cerca de núcleos mayores. Pero en Aragón y en Castilla y León, como en Jaén, el futuro es incierto. En la comarca de los Monegros, las diez colonias afrontan años difíciles. Como explica Rosa Pons, hija de colonos, alcaldesa de Alberuela de Tubo (Huesca) e impulsora del primer centro de interpretación sobre la colonización, “todos los que llegaron con 20 años tienen ahora más de 80. Y sólo uno de los hijos podía heredar la tierra”.
En los pueblos de colonización también se da un serio problema patrimonial. Su construcción permitió la entrada de la Arquitectura Moderna en España. San Miguel, por ejemplo, fue diseñado por José Manuel González-Valcárcel, reformador del Teatro Real de Madrid.
“San Miguel es el paradigma del fracaso de esta estrategia. Hay que arreglar las carreteras, crear cooperativas agrícolas e incentivar los usos turísticos”, afirma Marcelino Sánchez, alcalde de Úbeda. El futuro dirá. De momento, mientras los turistas llegan a San Miguel, es Khir Tayed, el argelino que ha sustituido a los colonos, quien espera, en su pueblo de diseño, a que aparezca el próximo coche por la carretera llena de baches.
Pantanos, pueblos y jornaleros
En 1939, España era un país hambriento de campos improductivos. Franco no quería ni hablar de expropiaciones, pero los latifundistas españoles no traicionaron su ancestral historia de absentismo, y el régimen promulgó la Ley de Colonización y Distribución de la Propiedad de las Zonas Regables, de abril de 1949. Se construyeron acequias, pantanos y más de 314 núcleos. Unas 55.000 familias se asentaron en ellos. Fue uno de los mayores movimientos migratorios promovidos por el Estado español en el siglo XX, pero la “reforma agraria” se quedó a medias por la parquedad de las expropiaciones. No existen estudios recientes de la evolución de estos pueblos, aunque se estima que el éxodo rural de los sesenta y setenta afectó negativamente al 50%. En las regiones rurales aisladas, muchos núcleos permanecen al borde del despoblamiento.
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