Este artículo se publicó hace 13 años.
Las cuidadoras también enferman
El programa Cuidadanas enseña a las mujeres a cuidar su salud y a compartir la atención al dependiente
Mi marido se apoderó de mí. Yo no era nada. Ni siquiera me dejaba dormir, sólo quería que le diera masajes, tenía que estar pendiente de él las 24 horas del día". A Manoli Ocaña, madrileña de 72 años, se le enrojecen los ojos cuando cuenta a sus compañeras de cursillo cómo era su vida hasta que accedió a que su marido, enfermo de párkinson y con demencia senil, fuera por las mañanas a un centro de día. Eso ocurrió hace cuatro meses.
Aún se siente culpable de no ser ella la única que se ocupa de él. "Una se crea la obligación de cuidar al enfermo día y noche. Yo hago ver que soy muy autosuficiente, aunque esté muy agobiada. Los hijos me quieren ayudar, pero sería una egoísta si les pidiera ayuda", confiesa. Las otras cinco mujeres que la acompañan en el taller de ayuda a mujeres cuidadoras asienten.
"Hago ver que soy autosuficiente aunque esté muy agobiada", dice Manoli
El programa Cuidadanas, un juego de palabras entre cuidadoras y ciudadanas, pretende poner fin a esta situación y ayudar a las mujeres cuidadoras a apoderarse de la situación y aprender a cuidarse a ellas mismas. Si no lo hacen, enfermarán y tampoco podrán cuidar de sus familiares. El programa lo imparte la Fundación Mujeres en A Coruña, Gijón, Cáceres, Córdoba y Madrid. Está financiado por el Gobierno central y en Madrid cuenta con apoyo del Ayuntamiento, que ha cedido dos espacios públicos para que se realicen los cursos.
En una primera fase, el programa fomenta el autocuidado de las mujeres, les proporciona herramientas para que mejoren sus relaciones sociales y les enseña a navegar por internet. En Madrid, estos cursos empezaron hace un mes. Además, las mujeres reciben atención psicológica.
Síntomas específicosLa depresión y la ansiedad son los males silenciados de las cuidadoras
"Las cuidadoras presentan mucha sintomatología específica que se debe asociar a su condición", insiste Olga Ramírez, la psicóloga responsable de los talleres que se imparten en Madrid. "Yo sólo sentía pena y tristeza, como si no tuviera derecho a vivir", cuenta Manoli, mientras gotean lágrimas por sus mejillas. Se siente reconfortada, acompañada por sus compañeras. Todas cuidan o han dedicado varios años de su vida a velar por sus familiares enfermos. Porque el estrés, la ansiedad, la soledad y la impotencia que genera dedicar tu vida a quienes dependen de tus cuidados no se esfuma cuando se les lleva a una residencia ni cuando fallecen.
Pero recuperar la autoestima y la salud es posible. Dori Sánchez, de 83 años, ha renacido. Con su corte de pelo juvenil y sus pantalones negros, relata lo que le ha costado salir del pozo en el que se encontraba. El pasado julio se separó por primera vez en 60 años de su marido, de 86 años. Ella ya no podía cuidarle y él vive ahora en una residencia. "El taller me ha ayudado a entenderlo", sonríe. Dori cuidó de su madre durante 17 años y cuando esta murió, hace 12, su marido tomó el relevo. "Estaba agotada, no me dejaba dormir, sólo lloraba", recuerda. Dori entró en depresión. Hasta que se dio cuenta de que o llevaba a su marido a una residencia o su salud corría peligro, aunque sigue lidiando con el sentimiento de culpabilidad.
La presidenta de la Fundación Mujeres, Marisa Soleto, destaca que esta situación se debe revertir y los cuidados se deben repartir entre los miembros de la familia. "El cuidado forma parte de muchas de las discriminaciones que sufrimos las mujeres", denuncia.
Para Sonsoles Fernández, de 56 años, acudir al taller es el antídoto contra la soledad. Soltera, ha dedicado media vida a cuidar de sus padres. Tras la muerte de su madre, el pasado mes de febrero, la casa se le ha quedado enorme. Sonsoles está enferma. Una inflamación en la médula le apartó de su trabajo y toda su vida giró en torno al cuidado de sus padres. Ahora reconoce que tiene miedo por las noches y deja la televisión encendida para sentirse arropada.
Conocer a sus compañeras de taller también le ha cambiado la vida por completo. Una vez a la semana, las mujeres quedan para comer y desconectan de la cocina, la limpieza y el aseo de sus familiares. Cruzan miradas de complicidad mientras relatan sus encuentros.
Es miércoles a mediodía y en el taller de autocuidado han aprendido a darse masajes las unas a las otras. Otros días han leído poesías y han aprendido técnicas de relajación. Rosario Trisuelos, de 54 años, sonríe al contar los vínculos que ha estrechado con las otras mujeres. "Desde que tengo uso de razón he sido cuidadora", explica. En agosto, su padre fue a una residencia y Rosario está superando la depresión que sufrió. Ahora es la presidenta de la asociación de mujeres cuidadoras Cuídate, Cuídale. María Teresa Bargalló, de 50 años, que también asiste al taller Cuidadanas, es la secretaria. Ella compagina el cuidado de su padre, de 89 años, y el de sus dos hijos adolescentes.
"Yo también voy y vengo, de casa en casa", interviene Marisa Gallego, de 52 años. Cuidó de su suegra durante unos 20 años, hasta que falleció. Ahora cuida de su madre, de 78 años y de su hermano, con esquizofrenia paranoide. Marisa pasa el día entre su casa y la de su madre. El taller le ayuda a respirar. "Lo hago lo mejor que puedo", asegura. Dori le sonríe: "Si nosotras somos buenas...". Marisa le da un abrazo.
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