Este artículo se publicó hace 16 años.
"Estoy cumpliendo el sueño de la vida de mi madre"
Un pueblo de Cáceres busca dos fosas con cinco mujeres asesinadas
En 1936, cinco mujeres fueron arrancadas de sus casas, en Villanueva de la Vera (Cáceres), por los falangistas del pueblo. Las encerraron en el Ayuntamiento, convertido en cárcel provisional. Eran Florentina Quintana Huertas, una jornalera viuda de 62 años y sus hijas: Ángela Tornero, de 27, y Ana Tornero, de 25 años y embarazada. Junto a ellas, Úrsula Sánchez, de 58 años, y Bernarda García, de 26, también fueron detenidas. Eran los primeros días de septiembre, época de recoger carillas, las legumbres típicas de la región. Para eso, les dijeron los falangistas, fueron sacadas del calabozo y trasladadas hasta un paraje conocido como Las Albarizas del Tudal. Lo que encontraron allí fue una muerte cruel.
Han pasado 72 años y el pueblo trata estos días de cerrar aquella herida, aún abierta. El pasado jueves, comenzó la búsqueda de las dos fosas donde los verdugos mandaron ocultar los cinco cadáveres. Fue el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón quien dio la autorización para iniciar las exhumaciones. Ayer, se supo que el propio Garzón ha autorizado la apertura de otras tres fosas comunes en el Cementerio General de Valencia.
Junto a las excavadoras que remueven la tierra, Jon Antón, bisnieto de Úrsula, confiesa que “este es un momento histórico” para su familia. “Aquí he pasado todos los veranos y siempre he sabido donde estaban enterradas”, afirma convencido.
Jon vive en Bilbao, pero ha regresado por unos días a Cáceres junto a su madre y sus tíos para ver sobre el terreno estos trabajos. Sobre qué pasó aquellos lejanos días de 1936 o por qué mataron a sus familiares. Antón opina que “es una cosa más bien oculta que nadie quiere sacar a la luz”. Habla de posibles envidias, rencillas o rumores sobre “si uno u otro eran rojos... Los muertos siguen estando ahí, pero la historia se pierde y ya no sabes qué pasó”, reflexiona.
Lucio García Tornero tampoco encuentra razones. Apenas a 200 metros, se encuentra la fosa de Florentina, Ángela y Ana. Son su abuela y sus dos tías. “Estoy cumpliendo el sueño de la vida de mi madre”, afirma. Está emocionado, pero es capaz de describir, con una lucidez que asusta, lo que ocurrió hace más de 70 años. Aunque cree que la trágica historia de sus familiares “puede tener mucho morbo y crueldad”, quiere que se conozca.
Lucio recuerda cómo las mujeres fueron engañadas. Estaban tranquilas porque salían de aquella cárcel improvisada y no temían por su vida. Pero, en pleno campo, fueron rodeadas y tiroteadas por los falangistas “como si estuvieran en una cacería”. Murieron, posiblemente, desangradas. Pero el horror no quedó ahí. Los asesinos obligaron a algunos vecinos del pueblo a enterrar los cuerpos. Uno de ellos murió al poco tiempo, dice Lucio, a causa “del shock” que le produjo aquella situación.
Pasan las horas y la excavadora sigue removiendo el suelo. Pero las tareas son lentas y aún no se ha encontrado nada. La sobrina de Bernarda García, Juliana, empieza a perder la esperanza. Como todos los familiares de las represaliadas, habla de la importancia de dar “dignidad” a las víctimas.
A borrar ese silencio ayuda el trabajo de Jimi Jiménez, el arqueólogo encargado de los trabajos. Él lo tiene claro: “Al final, a tu manera, estás haciendo justicia”. Lo mismo piensa Manuel de Gracia, un pintor afincado en Villanueva de la Vera desde hace cinco años. Mira con gran respeto lo que ocurre en esos instantes a su alrededor y afirma, rotundo: “Esto es lo que cierra las heridas”.
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