Este artículo se publicó hace 16 años.
Detrás de la convivencia no siempre hay milagro
Los servicios sociales y entidades del Raval destinan todo su esmero a la integración de los inmigrantes y hay motivos para el optimismo
A las cinco de la tarde la imagen de la salida de los niños del Collaso i Gil, un colegio erigido por la Generalitat republicana en el barcelonés barrio del Raval, es impactante. Los niños de raza blanca son minoría al lado de los pakistaníes, magrebíes o filipinos. Pero no es problema para que, en una edad sin prejuicio racial, unos y otros se mezclen. En el Raval la gente está habituada a convivir y la diversidad no parece un problema pese a que el volumen de recién llegados plantea algún inconveniente que obliga a las administraciones a un esfuerzo extra en servicios sociales. El Collaso i Gil tiene un 90% de inmigrantes. Teresa Serra, una maestra de parvulario, lleva nueve años en el centro y está muy bregada. Pero la integración en el barrio y la prevención de los problemas sociales no es sólo cosa de maestros: la red de ONG, los casals de jóvenes, los médicos y pediatras tienen mucho que decir.
Algunos niños de su clase sufren problemas derivados de enfermedades específicas por la insalubridad de algunas casas, en las que se hacinan dos o tres familias. Teresa, que usa el catalán con sus alumnos, asegura que la "poca estabilidad" del alumnado complica las cosas. El Raval es un barrio de llegada para los inmigrantes, especialmente pakistaníes. Lo confirma Javid Mughal, que edita una revista para ellos. "La mayoría son solteros y cuando traen a la familia se van de aquí porque los pakistaníes somos caseros y sabemos que para nuestros hijos es malo vivir en un entorno donde no se relacionan con gente del país", afirma el periodista.
La maestra revela que, además de los asuntos rutinarios de cualquier colegio, ellos están pendientes de otras cosas, como la comida que se sirve (no hay cerdo) o las fiestas. En Navidad, por ejemplo, inciden en la parte humana, "de vivencia familiar y relaciones", en detrimento de la religiosa, pero se siguen tradiciones tan catalanas como el Tió (golpear a un leño para que cague regalos mientras se le canta). Les inculcan también que todas las fiestas religiosas, independientemente de las confesiones, tienen "cosas en común". A los padres les gusta y, en la mayoría de los casos, están encantados de que sus hijos participen de las tradiciones del país que les acoge. Serra aprecia en ellos más "respeto a los maestros" que en los padres autóctonos, que llevan a sus hijos a un colegio como el Collaso "porque viven en el Raval con todas las consecuencias".
El Raval es el antiguo Barrio Chino de Barcelona. En él vivían obreros y buscavidas y, debido a su cercanía al puerto, era el gran centro de prostitución de Barcelona. Aún quedan algunas, especialmente visibles en la calle Espalter, esquina Sant Ramon. Ellas se mezclan con los llamados cuentapolvos, ancianos que las miran horas y horas. Ni tocan ni consumen. Los yonquis que quedan se mezclan con la Barcelona "in" y de diseño, que prefiere zonas como el Born pero tampoco le hace ascos al Raval.
Por las callejuelas del Chino, plagadas de comercios paquistaníes, camina Mariano Torralba. Trabajaba de estibador en el puerto, tiene 85 años y lleva cincuenta en el barrio. El Raval ha cambiado pero él lo lleva bien. Se sobrepone pese a que le gustaba más antes porque "había más vida nocturna". Mariano echa de menos regímenes pasados porque "se vivía con más seguridad y había más respeto". En todo caso, no sufre problemas de convivencia con los vecinos de su edificio, la inmensa mayoría inmigrantes.
En el barrio los que tienen nacionalidad española son, mayoritariamente, de la tercera edad. Los jóvenes se han ido y los viejos viven en un barrio que no sienten ya tan suyo, donde la gente no se conoce, las tiendas de pakis han sustituido a los colmados de toda la vida y la cocina internacional (mucho shawarma) ha relevado a los clásicos bares con sifón y borrachos en la barra dando la lata. Y es que antes esto tampoco era el paraíso.
La redada infló el sufflé pero ha vuelto la calma
Las redadas en el Raval siempre habían ido asociadas a la droga o la prostitución. Pero a mediados de enero los vecinos se vieron sorprendidos por un alud de detenciones que se saldó con 14 paquistaníes presos bajo la sospecha de actividades relacionadas con el terrorismo internacional.
Javid, que cree en la inocencia de sus compatriotas pero avisa que aceptarán lo que decida la Justícia, explica que durante unos días hubo "actitudes diferentes" pero ahora todo ha vuelto a la calma e incluso hay "más interés" por su país en Catalunya. Javid, que hace años que intenta la reagrupación familiar, defiende que los paquistaníes se adaptan bien y que la segunda generación no volverá a su país. De hecho, incluso hay padres preocupados porque sus hijos hablan hurdú o punjabí entre ellos pero se escriben en catalán.
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