Este artículo se publicó hace 15 años.
Greenpeace encalla en los muros de la Torre del Oro
Sin guión ni director, lo que ocurrió ayer en Sevilla fue lo más parecido al rodaje de una película sobre el antes y el después del sector turístico. Basada, eso sí, en hechos reales. A la derecha, una empresa de cruceros por el río Guadalquivir espera a cien niños. “Vamos a conocer la Sevilla de Juan Sebastián Elcano, Magallanes y Colón, una hora ida y vuelta, salida en breve”, anuncian por megafonía. A escasos metros, a la izquierda, un grupo de activistas de Greenpeace intenta desplegar una pancarta encaramados en la Torre del Oro, emblema turístico de la ciudad: “Cerrado por cambio climático”, dice.
No se pudo leer porque la entrada en escena de la Policía impidió que la colgaran; pero sí se escuchó, y muy alto, una banda sonora compuesta por los gritos de los activistas contra los efectos de la crisis del clima en el ecosistema y en la economía. En resumen: concienciar. Ese era el mensaje de un filme muy real, que terminó con diez detenidos por resistencia a la autoridad y desórdenes públicos. Los responsables de la Torre del Oro denunciaron “golpes, porrazos y desperfectos”. Los activistas lo niegan.
La acción por dentro
“Me ha dado mucha pena no poder desplegar la pancarta –de más de 70 metros cuadrados–, pero seguiremos intentándolo”, respondió a Público el último escalador en ser descolgado de las paredes del monumento mientras subía, custodiado por 13 agentes, al coche policial. Eran las 11.59 de la mañana.
Dos horas antes, una decena de activistas, la mayoría ataviados con monos naranjas y mochilas, bajaban de una furgoneta y accedían al edificio. Intentaron comprar un ticket para cada uno, y explicaron a las vendedoras que se trataba de una protesta pacífica para concienciar a los ciudadanos, que desplegarían la pancarta y se irían, pero los responsables del monumento se negaron en rotundo.
“¡No, no se puede pasar!”, exigían. Pero los activistas lograron subir los 90 escalones –pacíficamente, según ellos, a la fuerza, según los responsables de la torre– y en menos de un cuarto de hora ya había dos escaladores preparados sobre el edificio con la pancarta aún enrollada. La llegada de la Policía, minutos después, imposibilitó la acción de una tercera escaladora; y el resto de activistas, encargados de bloquear el paso, ya no pudieron hacer nada. Los dos, sin embargo, aguantaron en el aire hasta que, primero uno y luego otro, fueron desalojados por varios agentes con ayuda de una grúa de un camión de bomberos.
“Que les corten las cuerdas y que se vayan a su barco”, gritaban dos operarios que pasaban por la zona. “Esta gente de Greenpeace se moja, olé sus huevos”, conversaban dos jóvenes sobre dos bicicletas de alquiler. Los coches de policía abandonaron el recinto con las sirenas en marcha y el Rainbow Warrior, el mítico barco-protesta de Greenpeace, varios puentes más allá y tras tres días en Sevilla, levó anclas rumbo a otra parada de lucha medioambiental. La Torre del Oro fue testigo de que aún faltan muchas millas por concienciar.
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