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El ingeniero de la democracia

JOSÉ MARÍA CRESPO

Jose María Crespo
Director general y de relaciones institucionales de Público

Santiago Carrillo era un hombre de Estado. Creo que es lo mejor que se puede decir de una persona que dedicó gran parte de su vida a la actividad política, sabiendo siempre estar por encima de ella para servir a los intereses de la patria. Una patria que dejó atrás muchos más años de los que hubiese querido y de los que imaginó cuando cruzó la frontera con los derrotados de la guerra civil.

La vida del exiliado, a la que fueron condenados tantos y tantos españoles, no fue un impedimento para que su discurso de la reconciliación nacional calase hondo en este país, hasta terminar desembocando en nuestra transición política desde la dictadura a una prometedora democracia. A él le debemos ese paso adelante en el vacío que significaba abandonar las trincheras propias para elevar la mirada y poner el foco medio siglo más adelante. Para trabajar para la próxima generación, sabiendo que el mejor legado que podía dejar era un país alejado de los extremismos que en ese mismo siglo provocaron un conflicto que debe quedar siempre en nuestra memoria. Precisamente en esos extremos habitaron y habitan sus enemigos más acérrimos, que lo son también de la libertad y la democracia.

En mi responsabilidad como Secretario General de las Juventudes Socialistas de España, allá por el año 1992, tuve la oportunidad de vivir con Santiago un proceso muy parecido al que le llevó a él a dirigir las Juventudes Socialistas Unificadas en tiempos de la Guerra Civil. Si en aquellos años terribles jóvenes socialistas y comunistas se unieron para hacer frente juntos al enemigo fascista, durante la década de los noventa la integración de la formación política que fundó, el Partido de los Trabajadores de España - Unidad Comunista, en el PSOE, nos llevó a los jóvenes, y a un Carrillo joven de espíritu, a firmar y conversar sobre cómo la historia se repite, incluso algunas veces para bien, en una conocida taberna del barrio madrileño de Cuatro Caminos. Estaba ya alejado del Partido Comunista español, con el que sus diferencias eran públicas, como lo fueron las de notables socialistas históricos que no olvidaban sus rencillas con el viejo líder.

Y es que nunca tuvo problemas Santiago Carrillo para expresar alto y claro sus dudas y cambios de postura, cosa impensable en la política que conocemos hoy. Por eso condenó sin miramientos la entrada de los tanques soviéticos en Praga, e intentó evolucionar su partido hacia lo que se dio en llamar eurocomunismo. Más pragmático, menos utópico, pero con el mismo compromiso social y político de siempre.

Al conocerse la noticia de su muerte, el Congreso de los Diputados le ha rendido un sentido homenaje en forma de aplauso unánime. Ese mismo hemiciclo en el que aguantó firme y sin agacharse los tiros de los golpistas un día de febrero. Entró y salió de España durante muchos años ayudado de una peluca para despistar a los que querían encerrarlo por sus ideas, y hoy toda España se descubre ante el político que siempre quiso ser ingeniero de caminos, canales y puertos. No le hizo falta la carrera para construir los puentes que hoy entrelazan las estructuras más profundas de nuestra democracia.

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