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José Montilla: La erótica pasiva del poder

ROBERTO ENRÍQUEZ

El candidato Montilla nos recibe en el despacho del President Montilla, nos ofrece algo de beber -agua para mí, por favor, que me trae uno de los edecanes del Palau de la Generalitat- y se sienta en un sillón, justo debajo de una palmera de interior con hojas afiladas que proyectan una interesante sombra en su cabeza despejada. Montilla viste un traje gris y lleva una corbata roja con la que a veces juguetea, y que sabe colocar estratégicamente sobre los botones de una camisa que, en ocasiones, parecen querer traicionar la intimidad abdominal de su propietario y delatan cierta barriguilla con tensión textil.

Montilla cruza las piernas, extiende las manos, se ofrece para la entrevista y lo primero que me sorprende es su tono de voz, mucho más suave y mejor modulado que el que recuerdo de sus intervenciones televisivas (tengo aún reciente su aparición en 'La Noria', de Telecinco, y hablaré con él sobre ello más adelante). Mira bien, Montilla; a los ojos, controla la mirada sin dejar que se pierda en ningún momento y, en ocasiones, la utiliza como signo de interrogación con el que me invita a dar respuesta a mis propias preguntas, hasta que me descubro hablando mucho más que él, ofreciéndole mis propias teorías, mis frágiles especulaciones.

Creo que hay muchas clases de políticos (igual que también creo que no hay sólo una clase política), aunque a mí me interesan especialmente dos tipos: quienes, de cerca, invitan al voto y aquellos que, como Montilla, me despiertan las ganas de ser yo quien resulte elegido por él. Es raro -aunque yo creo que es una enorme virtud- pero la tranquilidad y el sosiego del Presidente, o tal vez su posición de poder, en un escenario de poder y con un discreto pero efectivo 'atrezzo' de poder, ha hecho que, a los pocos minutos de comenzar este encuentro, sienta que no soy yo quien mira, juzga e interroga, sino que he pasado a ser el objeto de eso mismo. Tal vez sea esto a lo que se refieren cuando hablan de la erótica del poder, algo que Montilla asegura no haber conocido nunca; probablemente sea esa necesidad de aceptación del poderoso lo que nos devuelve a la adolescencia insegura y nos desarma las defensas emocionales. No lo sé, y Carla Bruni no me coge el teléfono. Me voy a quedar con la duda.

Me incorporo en el sofá e intento volver a ponerme en el sitio que me corresponde, a preguntar acerca de la experiencia de gobierno, de los recursos públicos, la crisis, los logros de estos años, las promesas electorales y, por supuesto, la negativa del presidente a repetir un tripartito que a mí, que soy un tipo raro, no me ha parecido tan mal. En las respuestas de Montilla, además de un recital de mensajes electorales y una enumeración de líneas de tren, camas en hospitales, agentes policiales y plazas escolares, aparece un clásico contemporáneo en política: 'No hemos sabido comunicarlo bien'. Apasionante. Exactamente el mismo discurso del gobierno español de Zapatero, la misma explicación (o excusa) desde el mismo lugar; un espacio desde el cual se emiten constantemente mensajes a la población, donde se cuenta con plataformas de comunicación abiertas, organismos públicos y asesores dedicados en exclusiva a ello, numerosas horas de televisión, espacios en la prensa, en la radio... y hasta la opción de la propaganda de pago. Y no han sabido comunicar, y los logros han quedado sepultados bajo las críticas y las anécdotas. ¿Por qué? Montilla entonces me recuerda cómo Pujol llegó incluso a inaugurar un semáforo con gran cobertura mediática y éxito de crítica y público. Y cómo eso ya no se puede hacer. Será, tal vez.

Ya que estamos con los paralelismos con Zapatero, me lanzo a preguntarle al candidato por una cuestión que llevo haciéndome hace años. Le cuento que en la primera victoria electoral del PSOE siglo XXI yo vivía muy cerca de la sede del partido en Madrid, y desde mi balcón escuchaba aquellos gritos de 'Zapatero, no nos falles' que me hicieron preguntarme cómo podría el nuevo presidente, después de tantas promesas electorales, saber a qué se referían. 'No nos falles' pero, ¿en qué? Así es que le pregunto a Montilla por esa posibilidad; si la noche del próximo domingo 28 se agolpan bajo las ventanas de la sede del PSC los votantes para celebrar una victoria y le gritan lo mismo, ¿sabrá qué tiene que hacer? ¿En qué no les puede fallar? Montilla tampoco lo tiene muy claro, y supone que, al igual que cree que pasó en Madrid hace seis años, cada cual estaría pensando en algo diferente y clamando por ello. Me parece una respuesta muy sensata y una buena lección de micropolítica, muy interesante. Sin embargo, Montilla añade que, en estos momentos, una manifestación así tendría mucho que ver con la situación laboral y económica, con la crisis y el paro. Microeconomías sepultadas por macros especuladores. Los mercados con mayúsculas, y no el de la Boquería, donde los políticos besan a los niños, a las fruteras y a las amas de casa.

La Boquería, las Ramblas, la calle: al candidato le encanta -dice- le gusta que le hablen, que le cuenten, mezclarse con la gente, ser uno más, tener los pies en la tierra, aunque sea muy difícil, con tanta seguridad, seguir siendo ese hombre normal que parece ser, que sirve como reclamo electoral y que, incluso, sirvió para ilustrar su intervención televisiva en 'La Noria', donde más que una entrevista le hicieron un 'Esta es su vida' y cuya aparición le cuestiono por lo contribuyó a legitimar un programa de dudosa ética. No lo discute Montilla; se limita a interpretarla como un acercamiento a millones de personas. Se ríe -por fin- cuando le digo que tanto halago y tanto vídeo sobre su vida y la de quienes la viven junto a él, obedecían más al miedo del programa a un cara a cara soporífero, que bajara la audiencia a mínimos, que a un cariño verdadero. Tampoco lo niega, se limita a asegurar que no le gusta hacer comedia. Doy fe.

Nos despedimos con un apretón de manos ya fuera del despacho, junto al patio -ya oscuro- del Palau de la Generalitat. Le deseo suerte y allí, de pie a su lado, viéndolo de perfil, de repente me lo imagino con el pelo rapado, sin gafas y vestido con jeans y camiseta. No sé por qué. Tal vez acabe de tener una premonición y, lo peor de todo, es que está muy guapo así. Vuelvo a llamar a la Bruni, y sigue sin contestar.

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