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Mallorca enseña su cara B

La isla no tiene comunes denominadores claros. Su encanto y su drama pasa por realidades complejas y diferentes

FERRAN CASAS

Mallorca es una isla pequeña. Tanto como diversa. A menudo aparece, porque es real, una Mallorca tomada por el turismo low cost, con mucho jubilado europeo y un paisaje amenazado por un urbanismo depredador. Pero esa Mallorca es tan fidedigna como la isla donde más de la mitad de la gente tiene el catalán como lengua habitual e incluso vive como si el mar no les rodeara. Es, aunque parezca contradictorio, una isla de interior y que a veces peca de discreta. Es la Mallorca que la grotesca edición local de un periódico obsesionado con que su director se siga remojando -con la preceptiva bula gubernamental- en su piscina ilegal, bautizó como 'iracunda' y que 'embiste'.

Campanet quizás sea uno de los paradigmas de esa Mallorca. Pero Menorca o Formentera tampoco le van a la zaga porque han gestionado su éxito turístico preservando parajes naturales y humanos. Al pie de la sierra de Tramuntana y cerca de Inca y Lluc, Campanet, unos 2.500 habitantes, gobernado desde hace varias legislaturas por la izquierda nacionalista (PSM) y que crece sin sobresaltos, fue abanderado de la lucha contra los proyectos de autopistas que Jaume Matas (PP) perpetró.

Una de las portavoces de la hidra de mil cabezas que era y es el movimiento antiautopistas fue la geógrafa Lucy Collier, nacida en Inglaterra pero integrada en la vida local. No tumbaron la Inca-Sa Pobla pero sí la Inca-Manacor, y ahora luchan para que no prospere el segundo cinturón de Palma. La batalla sirvió, asegura Lucy en la plaza del pueblo, para que la gente tomara conciencia 'de las pegas del crecimiento desordenado'. La insensibilidad ambiental de muchos nativos tiene que ver, según ella, con que el turismo permitiera a una generación pasar de las penurias de la posguerra a una abundancia que se traduce en cifras como los 900 coches por cada 1.000 mallorquines. Lucy lamenta que algunos de sus compatriotas no hagan esfuerzos para aprender, ya no el catalán, sino ni siquiera el castellano, pero destaca que con la 'apertura' de la sociedad mallorquina -tradicionalmente conservadora- se han conseguido avances.

De Campanet es Damià Pons, una de las mentes más preclaras del nacionalismo mallorquín. Profesor de lengua y literatura catalana en la universidad, Pons fue consejero de Educación y Cultura en el primer gobierno de progreso balear (1999-2003), que la ecotasa arruinó. Está preocupado porque Mallorca es cada día más 'deslavazada', separada en grupos culturales, sociales y lingüísticos diferentes. Lo atribuye al escaso nivel de autoestima y a la subordinación 'al momento' de los mallorquines, 'incapaces de tener una propuesta de integración total' para las decenas de miles de personas llegadas los últimos años. En esta línea avisa de los males de la cultura 'productivista' que se impone y que acabaron con el primer ejecutivo del socialista Antich: 'Si no vendes más coches, más pisos y vienen más turistas eres un fracasado', lamenta sin llegar a desestimar 'la capacidad de reacción'.

Pons defiende a capa y espada unas Baleares que estrechen (como pasa desde que Matas, 'que quería para la lengua y cultura propia un papel marginal', perdió) lazos con Catalunya 'fomentando una lengua en plenitud y hacer competitiva nuestra cultura en el marco global'. Buen ejemplo son tres de los integrantes del quinteto pop en catalán Antònia Font, que fueron sus alumnos. Su música triunfa sin complejos fuera de un archipiélago que busca pasar página de muchas cosas y afrontar con más autoestima su futuro.

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