Este artículo se publicó hace 17 años.
'Mellizos' en la política española
La trayectoria de algunos dirigentes del PSOE y del PP presenta paralelismos llamativos
Gonzalo López Alba
Corría el año de 1999 cuando, en Sevilla, coincidieron en la misma tribuna Joaquín Almunia y José Borrell, que por entonces se disputaban la candidatura del PSOE para las elecciones del año siguiente, en un procedimiento de primarias que pasó a mejor vida. A la salida del acto, un militante comentó a otro: "Felipe dirá lo que quiera y será verdad que Almunia sería muy buen presidente del Gobierno, pero para eso hay que ganar las elecciones...".
Algo así deben decirse entre los militantes del PP. Comparado con Rodrigo Rato, Alberto Ruiz-Gallardón o Esperanza Aguirre, puede que Mariano Rajoy fuese el mejor presidente, pero, a tenor de los resultados, también el peor candidato.
Todo se repite siempre, aunque nunca nada es igual. Y sabido es que las comparaciones son odiosas. Pero, hechas todas las salvedades, que son muchas, la política española está preñada de mellizos, de políticos del PSOE y del PP cuyas trayectorias ofrecen algunos paralelismos cuando menos llamativos, aunque las diferencias también son relevantes.
Rajoy y AlmuniaRajoy, como Almunia, fue señalado sucesor por el dedo del líder indiscutido. Como González, Aznar prefirió elegir de entre sus hijos al que -pensaron ambos- mejor preservaría su legado, en lugar de a aquél que podía ofrecer más garantías de mantener la prosperidad del negocio familiar.
Como Almunia, nunca ha demostrado Rajoy especial ambición por ser presidente del Gobierno y, como su mellizo socialista, ha visto recortada su libertad de actuación no sólo por la sombra del padre instalado en la trastienda, sino también por un Consejo de Administración con miembros que tienen contrato blindado. Las diferencias, que hacen de ellos mellizos en lugar de gemelos, son también notorias: Almunia fue elegido secretario general del PSOE en un congreso; demostró suficiente coraje para, al menos, intentar romper amarras con gestos como la petición pública de disculpas por la financiación ilegal de Filesa; fue derrotado en las elecciones cuando el PSOE ya había perdido el Gobierno y, tras su primera derrota, dimitió de inmediato para provocar la renovación que quiso, pero no logró hacer.
Gallardón y BorrellAmbos encarnan la diferencia, la bocanada de aire de fresco, el ala izquierda en sus partidos, el hijo díscolo. Con don de gentes entre la clientela, pero sin la confianza del padre, que recela de ver enterrado su legado a las primeras de cambio y transformado el género del negocio familiar.
ero los militantes siempre son más radicales que los dirigentes, de modo que si Borrell era más deseado que Almunia por las bases socialistas, Gallardón difícilmente lo será por las conservadoras, en el hipotético supuesto de que en el PP se celebraran algún día primarias. Así, si Borrell pudo doblar el pulso del aparato de su partido apelando al apoyo directo de los militantes, Gallardón choca con las reticencias de uno y de otros, de modo que su única baza se antoja la necesidad de un salvador.
Gallardón y BonoAmigos personales, ambos han acreditado tirón electoral en sus feudos territoriales gracias a sus versatilidad para pescar en caladeros ajenos y nunca han ocultado sus aspiraciones de ser el number one. Pero las bases de sus partidos siempre les han visto demasiado escorados hacia el lado contrario. Como Gallardón ahora, Bono esperaba en 2000 que el PSOE le reclamara como el salvador tras la derrota electoral. Con la lección aprendida en las barbas ajenas, el alcalde de Madrid lucha hasta la extenuación por estar la próxima legislatura en el Congreso, donde se acrisola un líder de la oposición.
pesar de lo que pueda parecer, Bono nunca fue un pata negra del PSOE -llegó desde el PSP de Tierno Galván-, mientras que Gallardón sí lo es del PP: ya fue secretario general de Alianza Popular con Fraga.
Aguirre y BonoRepresentan al presidente autonómico que ha acumulado poder al tiempo que el partido lo iba perdiendo, con un caudal de votos propios que poner sobre la mesa, el respaldo de una organización territorial, lealtad formal al heredero y proyección en la política nacional conquistada desde una comunidad autónoma al socaire de la debilidad del líder nacional. Si Bono llegó al PSOE desde el PSP, Aguirre llegó a Alianza Popular desde la Unión Liberal de Pedro Schwartz, previa fusión con el Partido Liberal de José Antonio Segurado.
A diferencia de Bono, que fue ministro después que presidente autonómico, Aguirre fue ministra y presidenta del Senado antes que dirigente autonómica.
Rato y SolanaLos dos han ambicionado gobernar algún día su país, tenían predicamento en sus partidos y partían como el sucesor natural tras la jubilación del jefe, al que les unía, además de un largo trayecto político compartido, la amistad.
Solana pudo ser el sucesor en varias ocasiones, al menos en 1995, en 1997 y en 2000. En la primera ocasión, la operación de relevo planeada por González se fue al traste porque Bill Clinton reclamó al entonces ministro de Exteriores para dirigir la OTAN; después, cuando Almunia le ofreció ser el candidato, estaba a mitad de mandato; y, finalmente, cuando recibió presiones para optar a la secretaría general tras la dimisión de aquél, era el Alto responsable de la UE para la Política Exterior y de Seguridad. "Dejar ahora la responsabilidad (...) afectaría a la proyección de España en Europa", alegó en cada oportunidad. Así, una y otra vez, estuvo en el lugar inadecuado en el momento inoportuno.
Rato confiaba en ser el elegido por Aznar, pero no lo fue. Ahora ha vuelto a España, no se sabe bien con qué intención, pero no le ha importado la pérdida de proyección que para España representa perder la dirección del FMI, y está en el momento oportuno y en el lugar adecuado.
El Zapatero del PP¿Por qué ha de ser "un Zapatero"? Cuando la longevidad se prolonga hasta una media de 80 años y conviven hasta cuatro generaciones en una misma familia, la plena normalización de la democracia española pasa también por que los presidentes del Gobierno no siempre lleguen al cargo con 40 años ni sean necesariamente de la segunda generación.
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