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La memoria dolorida de los Vargas

Dos generaciones de una familia sevillana, testigo de la represión, han ayudado a ubicar fosas comunes y asesinatos.

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El niño Manuel Vargas hubiera preferido vivir en cualquier otra calle de Sevilla. Pero le tocó la de Don Fadrique, y justo el número 21, cerca ya de la muralla de la Macarena. Según los historiadores, unas 2.000 personas murieron fusiladas en aquella muralla durante la represión encabezada por el general golpista Gonzalo Queipo de Llano, cuyos restos descansan bajo techo sagrado en la cercana basílica de la Macarena. “Ojalá no hubiera visto lo que vi ni oído lo que oí. Pero ahora que lo he podido contar a todos, ya me puedo morir tranquilo”, dice Manuel, las lágrimas asomadas a los pequeños ojos azules.

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Aunque a Manuel le hubiera gustado crecer sin la vecindad de los disparos, le tocó Don Fadrique, una calle de paso obligado hasta el cercano cementerio de San Jerónimo, escenario de ejecuciones masivas y fosas comunes. Su casa estaba destinada a ser un mirador del horror.

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Hoy es la ciudad la que conoce mejor aquel drama gracias a la contribución de la familia Vargas a la recuperación de la memoria histórica –una asignatura pendiente en Sevilla, según todas las organizaciones–. Esta contribución tiene un episodio decisivo “a principios de los 50”, recuerda Manuel. Su padre, Lolo Vargas, herrero y comunista, decidió hacer él mismo una cruz y colocarla sobre la mayor de las fosas comunes del cementerio, con más de 3.000 cadáveres. Esa cruz ayudó, décadas después, a ubicar con exactitud la fosa.

“No soportaba saber que estaban ahí, sin ninguna señal. Se coló en el cementerio y puso la cruz ahí. Y nadie la quitó. A veces se caía, y alguien la levantaba. Con el tiempo, unos albañiles la vieron y le pusieron el basamento”, cuenta Manuel, que afirma que a nadie, ni siquiera en el franquismo, pareció molestarle aquella cruz.

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Nuevas lápidas han ido enterrando a lo largo de las décadas el recuerdo de las fosas comunes. Incluso las asociaciones a favor de la memoria histórica asumen que será muy difícil que haya exhumaciones. “La complejidad técnica sería enorme”, dice José Manuel García, portavoz de Sevilla por la República.

De los más de 4.000 muertos que se calcula que están repartidos entre todas las fosas, sólo hay registrados unos 900. Las incógnitas ganan por goleada a las certezas. Y una de las escasas certezas es, precisamente, la cruz, que sigue allí medio siglo después. No tiene un solo papel ni oficialidad alguna, pero el mundillo republicano de Sevilla sabe bien qué significa la Cruz de Lolo, como la conocen todos.

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Cecilio Gordillo, del grupo sobre memoria histórica de CGT, afirma que la cruz sirvió para ayudar a ubicar esta fosa, que cuenta como único reconocimiento oficial con una placa municipal. “Que allí hay una fosa es el único dato seguro que tenemos”, explica.

La ubicación exacta de la fosa no es lo único que la memoria de Sevilla le debe a los Vargas. El martes, 14 de abril, con motivo del 78º aniversario de la Segunda República, el Ayuntamiento inauguró un monolito en homenaje a los fusilados junto a la muralla de la Macarena. En el acto oficial, se le dio la palabra a Manuel, presentándolo como una persona decisiva en la ubicación exacta del monolito y testigo directo de la barbarie durante lustros. “Tuve la desgracia de vivir en Don Fadrique”, comenzó Manuel, militante del PCE, ante 150 personas.

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El año 1936 le pilló a Manuel con apenas tres años, pero hubo fusilamientos hasta 1952. Al otro lado del arco de la Macarena, fue donde más guerra dio a Queipo la frágil resistencia obrera. Quizás por eso eligió la muralla para sus numerosas matanzas.

Los recuerdos de Manuel van desde el llanto de su madre hasta los camiones en plena noche cargados de presos. “Los oía gritar, rezar, llorar”, cuenta. Y, finalmente, los disparos. También recuerda que en el cementerio, donde iba a llenarse los bolsillos de moras, descubrió un día un cráneo con un agujero. Y todo lo rememora emocionado, aliviado y casi sorprendido de que, después de tantos años, le pregunten ahora por el tema. “Que no se olvide”, pide, mirando orgulloso la cruz que forjó su padre.

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