Este artículo se publicó hace 14 años.
Mi caja, mi caja
Antonio Avendaño
Está empíricamente comprobado que cuando el PSOE andaluz hace presidente de una caja a uno de sus militantes hace un mal negocio por partida doble: pierde a un militante, pero no gana a un cajero. Quienes hasta entonces habían sido unos disciplinados militantes que veían el mundo con los ojos socialistas de toda la vida de pronto pasan a verlo con los ojos de un tipo cuya familia llevara generaciones enteras graduándose en la London School of Economics.
Esta no es la única explicación del fracaso para crear una gran caja con envergadura para algo más que financiar la última extravagancia de un alcalde o salvar a la última empresa pública que ha entrado en barrena. Hay más explicaciones, como la negativa del PP a pactar una estrategia financiera digna de tal nombre o la resistencia sindical antes los costes laborales de toda fusión, pero la joya de la corona de todas las explicaciones es el localismo: un localismo beato, insobornable, un localismo barroco, alucinado y teologal a prueba de locas aventuras ecuménicas promovidas por gente con buena voluntad, sin duda, pero sin pajolera idea de coeficientes de caja, diferenciales de deuda, flujos financieros y demás asuntos que sólo se conocen tras largos años de estudio en la London School o tras un par de tardes como presidente de una caja.
Eres un andaluz cabal, te pones a presidir una caja y te transmutas en integrista malagueño, sevillano o granadino y de ahí no hay quien te mueva. Es hablarles de fusión y reaccionan como el Gollum de Tolkien murmurando "mi tesoro, mi tesoro" mientras estrechan el anillo contra su pecho, o como el E.T. de Spielberg hablando lastimeramente de "mi casa, mi casa". En efecto: mi tesoro, mi tesoro; mi casa, mi casa; mi caja, mi caja. Mi ruina, mi ruina.
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