Este artículo se publicó hace 15 años.
Por un necesario consenso lingüístico
Sorprende que en España no exista un debate serio sobre la salud de sus lenguas como sí que lo hay sobre el oso pardo o el lince.
Sorprende que en España no exista un debate serio sobre la salud de sus lenguas como sí que lo hay sobre el oso pardo o el lince, pongamos por caso. Se discute con ardor sobre derechos lingüísticos (de los castellanohablantes claro) pero no se sabe apenas nada sobre la situación del euskera o del catalán en Valencia, por poner dos ejemplos donde hay un claro riesgo de desaparición.
En vez de estar consideradas como el principal patrimonio cultural, las lenguas hispánicas son una arma arrojadiza más del juego partidista, como se ha vuelto a demostrar en la campaña electoral. Este hecho, junto con la falta de asunción por parte del Estado de esta realidad multilingüe, ha arrojado como resultado que 30 años después de que la Constitución consagrase la cooficialidad de esas lenguas, tengamos todavía abiertos múltiples conflictos. Y lo más grave es que en algunos territorios gobernados por el PP se está practicando una política de aniquilación silenciosa sin que nadie ponga el grito en el cielo.
El paradigma de esta lamentable situación se vive en el País Valenciano, donde el próximo curso 100.000 niños no podrán recibir la enseñanza en su lengua propia por falta de plazas. ¿Han oído que alguien haya criticado semejante atropello?
Por ello es imprescindible un mínimo consenso sobre las lenguas, similar al que existe sobre las pensiones o la sanidad pública, que permita sacar esta cuestión del debate político. El consenso debería pasar por asegurar el correcto conocimiento de estas lenguas en la enseñanza, la equiparación de derechos y que el Estado asuma el plurilingüismo en su simbología. Sólo así se superará una época nefasta en que los votos valen más que las lenguas.
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