Este artículo se publicó hace 14 años.
Cuando los niños tiranos imponen su ley en casa
El centro El Laurel, en Madrid, reinserta a menores que maltratan a familiares
Desde hace algunos años, los expertos han constatado un aumento en el número de agresiones de hijos menores de edad a sus padres. Es una violencia en el ámbito familiar que, en ocasiones, va más allá de una mera bronca o una amenaza, y puede llegar incluso a tentativas de homicidio. Es lo que le ocurre por ejemplo a Samira, una mujer marroquí que reside en Villanueva de la Serena (Badajoz), quien hace pocas semanas denunció a su propio hijo, de 12 años de edad, a la policía por los maltratos continuos a los que somete a su familia.
"Muchos de estos chicos tienen un comportamiento normal, pero todo cambia cuando llegan a su casa", cuenta Manuel Córdoba, director del Centro de Menores El Laurel. Desde el año 2007, este centro de la Comunidad de Madrid, pionero en España, se dedica en exclusiva a la reinserción de menores que han agredido a sus padres. En él conviven 38 chavales, de 14 a 18 años de edad, la mayoría españoles, que cumplen una condena judicial por agresiones. "Cuando llegan aquí tienden a minimizar el problema y culpan a sus padres. Nuestro primer objetivo es hacerles ver que eso no es así, que el fallo está en ellos. Siempre lo niegan, aunque saben que no tienen razón", explica el director del centro, Manuel Córdoba.
"Arrogantes y egocéntricos"Estos niños tiranos que agreden, amenazan, golpean, insultan y vejan a sus padres sufren lo que el psicólogo Vicente Garrido denomina el "síndrome del emperador". "Son chicos que quieren imponer su voluntad a la fuerza. Son arrogantes y egocéntricos, y piensan que los demás deben estar a su servicio", explica Garrido, autor del libro Los hijos tiranos. El síndrome del emperador (Editorial Ariel).
El proceso de reinserción de estos menores violentos dura en torno al año, y el 98% de los jóvenes que han pasado por El Laurel no han vuelto a reincidir. Un equipo de psicólogos, educadores y trabajadores sociales se encarga de hablar y tratar con los chicos. La convivencia es buena y tampoco han tenido problemas con los vecinos de Guadarrama, el pueblo donde han estado durante casi ocho años. Algunos de los chavales proceden de familias desestructuradas, con poco nivel adquisitivo y acogidas a ayudas sociales. Otros, en cambio, son hijos de clases acomodadas. Y los hay que han crecido en hogares monoparentales.
No obstante, unos y otros comparten algo en común: su violencia sistemática, tanto física como emocional, "con el único propósito de obtener el poder en el hogar". "Son capaces de cualquier cosa por controlar el poder de la casa. Acosan y extorsionan a sus padres, les amenazan, rompen y lanzan objetos. También recurren al chantaje, a los insultos, a las fugas...", dice Garrido.
Doloroso para las familias"Lo prioritario es conseguir que cese la violencia y puedan reducirse las secuelas y efectos que produce", señala el psicólogo. Por ello, en determinadas ocasiones el internamiento es la única salida, a pesar de lo doloroso que resulta para las familias. "Si ya es difícil denunciar a un familiar, imagínate si encima es tu propio hijo. A los padres les cuesta muchísimo y les resulta muy doloroso", admite Córdoba. Pero, a veces, cuando la situación se ha vuelto insostenible, es la única solución que les queda.
"Hay padres que se quieren echar atrás por pena, por una especie de remordimiento. Pero les hacemos ver que la solución es la correcta porque sólo así el chico podrá salir adelante", cuenta. Y reconoce que "algunos chavales se hunden cuando llegan". También es frecuente que haya familias que no colaboren con los especialistas, porque no asumen su parte de responsabilidad en el problema. Por eso, es indispensable cubrir todas las necesidades de los chicos. Unos meses después, las puertas de sus casas les aguardan abiertas.
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