Este artículo se publicó hace 13 años.
Un nuevo paso para la Justicia universal
Olga Rodríguez
Confieso que me dio un vuelco el corazón al ver en el horizonte el hotel Palestina de esta Bagdad militarizada y rota. Allá íbamos, en tres coches, protegidos por los GEO y militares iraquíes, los integrantes de una pequeña comisión judicial española, la primera en la historia que realiza una inspección ocular en suelo extranjero: un nuevo paso construido para la Justicia universal. En el hall, con la huella de la guerra en su rostro, nos esperaba Safa, el guía iraquí de José Couso en 2003. El Palestina está en obras, sin muebles, sin puertas, sin ventanas. Pero la habitación 1403 sigue ahí, con su balcón, donde se encontraba Couso la mañana que fue alcanzado por el proyectil estadounidense.
Por un momento se cruzaron dos tiempos: el presente, en el que el juez Pedraz observaba el puente con una cámara de vídeo, y el pasado, en el que José aún estaba vivo. El presente, en el que la secretaria judicial Silvia Martínez tomaba notas con una concentrada diligencia, y el pasado, en el que algunos vimos cómo la metralla pasaba a escasos milímetros de nuestro cuerpo. El presente, en el que cuatro testigos nos apartamos unos instantes para homenajear a José a nuestro modo, y el pasado, en el que, tras la explosión, Safa gritaba: “¡Couso está herido!”.
“¿Se conseguirá algo con esto?”, me preguntó ayer Safa ya a la salida. Me acordé entonces de los inicios. Cuando muchos decían que era inútil emprender la vía judicial; que lo mejor era olvidarlo, dejarlo pasar. Pensé en las madres y abuelas argentinas de Plaza de Mayo, a las que algunos tachaban de locas. Sin ellas los criminales de la dictadura argentina no se habrían sentado en el banquillo. Sin la tenacidad de los hermanos y la madre de José Couso no se habría llegado hasta aquí. Sin un juez dispuesto a seguir los pasos dictados por la ley, tampoco.
Han pasado casi ocho años, en dos ocasiones se ha emitido una orden de búsqueda y captura contra los militares acusados, y, a día de hoy, el caso sigue cargado de preguntas que necesitan respuestas urgentes. Sin ellas, la impunidad campará a sus anchas. Con ellas, los ejércitos de todo el mundo se lo pensarán dos veces antes de disparar contra inocentes. Porque en el siglo XXI sólo los salvajes pueden sostener que en las guerras todo vale.
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