Este artículo se publicó hace 13 años.
La pasarela de los invisibles
Una veintena de excluídos se integran por un día desfilando con la ropa que han diseñado
Bailan para espantar a los nervios. El desfile está a punto de comenzar. Unas 200 personas les esperan afuera, sentadas bordeando la alfombra roja. Las bambalinas del desfile de moda que se celebró ayer a mediodía en el centro cultural La Casa Encendida de Madrid eran un derroche de ilusión y alegría.
Todos los ojos estaban pendientes de las 19 mujeres y cuatro hombres que desfilaron para mostrar las prendas que ellos mismos han confeccionado. Protagonistas por un día, los otros 364 son invisibles al resto de la sociedad: son drogodependientes, alcohólicos, parados de larga duración, reclusos en tercer grado, víctimas de la violencia machista e inmigrantes. Por una razón u otra, sus vínculos sociales y familiares son mínimos y sus bolsillos están prácticamente vacíos. El acto de ayer les hizo aumentar su autoestima, al menos durante unas horas.
El programa acoge, entre otros, a presos, drogadictos, parados e inmigrantes
"¡Venga, colocaos, que ya salimos!", ponían orden varias de las trabajadoras de la Asociación Lakoma Madrid, que organizó el desfile. Algunas de ellas también desfilaron. "Qué nervios, qué nervios", confesaba el argelino Athman Saïd, de 31 años, impecable, enfundado en un traje de pantalón y chaleco de cuadros. Los nervios le empujaban a caminar de un lado a otro. Lleva la mitad de los tres años de su estancia en España en la Asociación Lakoma. "Arreglo ropa, coso... Y lo vendo", aseguraba sin querer dar demasiados detalles.
La pasarela, patrocinada por la Obra Social Caja Madrid, es fruto de Kósete un futuro, un taller de costura que Lakoma puso en marcha hace dos años para formar a los alumnos y, sobre todo, inyectarles mucha ilusión. "Aprenden a montar prendas y a hacer arreglos, para que sea más fácil encontrar trabajo", explica Petri Castillo, la costurera encargada del curso.
La iniciativa nace de un taller de costura de la Asociación Lakoma de Madrid
A Félix Espada le está costando encontrar trabajo, pero confía en conseguirlo. Está a punto de cumplirse un año del día en que decidió dejar las drogas, aún dueñas de sus pómulos marcados y su locución lenta. Ahora toma metadona y vive en un piso tutelado. Cobra dos pagas anuales no contributivas, de 347 euros, detalla. "Me he metido de todo: coca, heroína, porros, pastillas... Todo lo que pillaba", lamenta. Su padre le echó de casa y sus tías creen que está muerto. Sólo le queda su hermana, que ha ido a verle al desfile con su sobrino y con la que se va a ir una semana de vacaciones a Jerez. Está contentísimo. "Si es que no sé cómo estoy vivo. Tengo VIH, me dio un ictus, pasé una meningitis malísima...", se sincera. Pero hoy todo queda atrás. Con su chaqueta blanca de lino se olvida de las siete veces que ha estado en la cárcel: "14 años, en total".
Cristina Cano está triste. Ha recibido muchos piropos, pero al finalizar el desfile vuelve a su cueva. "Yo tenía un trabajo fijo y una pareja, pero enfermé y lo perdí todo", explica. De eso hace tres años. "La edad también es un inconveniente para encontrar trabajo", añade. Cristina, 46 años, morena, alta, de ojazos claros, está sola. De su vida anterior le queda una hipoteca, que va pagando con los ahorros que tenía y una paga de 426 euros mensuales. Hace un año y medio que entró en la Asociación Lakoma y está "muy contenta". Pero teme al futuro: "Intento ser optimista, pero no depende de mí, sino del apoyo de los demás".
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