Este artículo se publicó hace 12 años.
La política económica
El PSOE deberá ofrecer una política económica alternativa muy distinta a la actual
En el campo de la política económica, el problema es agudo. Es difícil que el PSOE denuncie la política económica que ha aplicado en el Gobierno durante los últimos dos años, pero a la vez una continuidad de esa política le lleva irremediablemente a situarse en la derecha y a que toda renovación se quede en faena cosmética.
Hasta ahora, los renovadores -es decir, de boquilla, todos- han proclamado que la política debe imponerse sobre la economía y que los objetivos sociales -el bienestar, la seguridad, la protección de los derechos de la gente- deben ser prioritarios. Pero no pueden sostenerse ya tales proclamas en contradicción con políticas económicas que hacen justo lo contrario y que se rigen por principios por completo contradictorios con los que se proclaman, cuando lo prioritario son los objetivos económicos y estos son marcados desde fuera de la política, según los intereses del sistema dominado por el capital financiero, en el que este se considera intocable; cuando se dice que el sistema debe ser reformado, pero no sólo no se hace realmente nada para ello, sino que se hace todo para consolidarlo.
El problema es que no estamos en 2008, cuando emergió la crisis y se hizo patente que sus causas se enraizaban en el propio sistema y hasta los gobernantes de derechas tomaron conciencia de ello y de que era necesario reformar el sistema, al menos en los mecanismos perversos que se habían ido desarrollando en las últimas décadas y que lo dominaban por completo y determinaban su dinámica. Ya no estamos en aquel momento, en el que se podía creer y hacer creer a la población que esa reforma era posible y que se iba a realizar.
Aquel momento ilusorio pasó y enseguida se hizo patente quién se imponía realmente y determinaba lo que se iba a hacer, y todos los gobiernos, los neoliberales y los socialdemócratas, se plegaron ante el poder del capital financiero, que hablaba por boca de las instituciones económicas internacionales y enviaba sus mensajes a través de los mercados.
El Gobierno socialista español se plegó también a ello y suscribió las políticas que le marcaban, quizás porque no supo o porque no pudo hacer otra cosa. Pero transmitió además que esas eran las políticas que había que hacer, que esas eran las políticas correctas. ¿Cómo decir ahora que en aquella encrucijada se tomó la dirección equivocada, que hay que hacer lo posible por rectificar y buscar el modo de volver a un camino más correcto, aunque para ello haya que atajar por vericuetos llenos de dificultades y peligros? ¿Cómo hacerlo sin renegar de todo lo que se ha hecho, sin denunciar las líneas políticas que se han asumido, representadas por los pactos suscritos al dictado de ese directorio que Merkel y Sarkozy formaron?
Si el PSOE sigue manteniendo que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 2010, el Pacto por el Euro, la reforma de la Constitución y el MEDE representan su política económica y son el camino correcto para salir de la crisis, nada habrá cambiado, por mucho que se adorne con bonitas palabras sobre solidaridad y enérgicos discursos de condena de la especulación.
Cuando esa política, de descarnada defensa de los intereses del capital financiero y de insensibilidad con la gente, se impuso y no hubo fuerza social capaz de enfrentarse a ello y evitarlo, el PSOE, a diferencia de otros partidos socialdemócratas, tuvo la desgracia de hallarse en el Gobierno y verse forzado a ser, a la vez, actor formal y pasivo, verdugo político y víctima social. A posteriori es fácil ver que, si las circunstancias de aquella coyuntura hacían imposible la resistencia, Zapatero debió dimitir y explicarlo a la población antes que asumir un giro que no sólo contradecía las ideas que representaba, sino que conducía a Europa por el camino equivocado, a la recesión, al sufrimiento de la mayoría y a una mayor dominación del capitalismo financiero. Si hubiera pasado a la oposición entonces, habría gobernado antes el Partido Popular pero el Partido Socialista no habría perdido cuanto perdió -y no sólo en votos- en los meses que siguieron. Y quizás habría podido encabezar una concertación de la izquierda europea para oponerse a la deriva neoliberal y ofrecer una alternativa progresista; quizás pudo haber marcado -dos años antes- el comienzo de una movilización internacional que hoy es imprescindible y sigue pendiente.
La ruptura de la continuidad, sin embargo, ha sido servida por los electores, y en este sentido la derrota electoral es una oportunidad para el PSOE. Sin ella, continuando en el Gobierno, no podría hacer hoy otra cosa que mantenerse en el carril por el que ya había avanzado un trecho demasiado grande y perseverar en el error. La derrota electoral, con lo que supone de mensaje de los ciudadanos, y su ubicación en la oposición, con lo que significa para su papel político, de crítica, de resistencia, de propuesta de alternativas, ofrecen la ventana de oportunidad para cambiar.
Para que su discurso no se quede sólo en palabras, el PSOE tendrá que ofrecer una política económica alternativa, muy distinta de la que ha ejecutado hasta ahora, aunque no ajena a los análisis y las críticas de muchos de sus militantes, a quienes ha enmudecido, en estos últimos años, la solidaridad con su Gobierno. No podrá hacerlo en este debate, demasiado inmediato, pero se verá en él si el partido quiere caminar hacia ello.
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