Este artículo se publicó hace 16 años.
El PP apuesta todo al desencanto
Desvela que su estrategia se basa en"sembrar dudas" sobre economía, inmigración y política territorial
Me ha fallado. Me ha decepcionado. No le interesan mis problemas. Cada vez es peor". Estas frases las pronuncia una supuesta votante socialista en el último vídeo del PP, dirigido a las mujeres.
Es la plasmación en imagen y sonido de la estrategia de campaña de Rajoy, basada en intentar desmovilizar a la izquierda, a los potenciales votantes del PSOE.
La campaña innovadora, tal y como desveló ayer Gabriel Elorriaga en el Financial Times, es la de promover la abstención, desalentando a los electores de la izquierda, a base de crear dudas sobre los dirigentes del PSOE en los asuntos esenciales, incluido el terrorismo y la inmigración. se apela al sentimiento.
Elorriaga admite que "el PP tiene una imagen de partido de derechas" y en esta ocasión no hace nada por evitarlo. El objetivo, según Elorriaga, es "hacer flaquear a los votantes socialistas", porque según su análisis esos electores no votarán nunca al PP. Es más, tienen claro que es difícil que su partido suba y supere su actual porcentaje de voto.
Suelo electoral estable
Su suelo es su techo y permanece estable toda la legislatura, gracias a que ha mantenido movilizados a los suyos con las manifestaciones y la tensión. Por eso, es vital el terrorismo como elemento movilizador de los suyos y desalentador de la izquierda.
La estrategia es desmovilizar a los electores naturales del PSOE haciéndoles ver que Zapatero negocia con ETA, da papeles a los inmigrantes y no ataja las dificultades económicas. Es básico minar su credibilidad y para eso Rajoy le acusó 14 veces de mentir en el debate.
El fundamento es lo que en la izquierda se llama el elector exquisito o disperso, crítico con decisiones del PSOE, al que hay que arrastrar a las urnas.
La duda es qué podrá más la desmotivación de la izquierda o la movilización que provoque en ese sector ideológico ver al PP alejado del centro. Éste último es el objetivo estratégico del PSOE y consiste en presentar al PP como la derecha extrema. Cuando Aznar dirigía el partido que recibió de Fraga siguió al pie de la letra la tesis de que las elecciones se ganan desde el centro, al que él añadió lo de reformista y otros apellidos para reforzar su posición. Ahora el centro ya no es objetivo y no está Gallardón, el programa no tiene complejos y los mensajes de campaña tampoco, aunque los excesos no son patrimonio de los dirigentes del PP.
Síndrome de La Moncloa
En campaña algunos políticos experimentan un empuje irrefrenable hacia la exageracion y el exabrupto. Los aplausos de los incondicionales y el agitar de banderas les transforma y les provoca vértigo. Si esa campaña sigue a una legislatura muy dura y crispada la tentación se convierte en conducta habitual y diaria. Ese desequilibrio se agudiza si se mezcla con otros síndromes como el de La Moncloa, que afecta a los presidentes del Gobierno y les convierte en enfermos crónicos.
Quienes lo padecen viven permanentemente con sentimiento de ser víctimas de una injusticia planetaria por parte de quien usurpa su cargo.
La situación se agrava si se juntan en la misma campaña dos ex presidentes del Gobierno, como ha ocurrido ahora por primera vez en la Historia constitucional. Los dos se sienten un patrimonio de sus partidos y como tal son tratados por los suyos que, además, los protegen por el patriotismo partidario que todos cultivan.
Los dos pretenden ayudar y a veces estorban. A los dos les tienen sin cuidado las consignas, las disciplinas de partido y las estrategias. Están de vuelta de todo y miran por encima del hombro a los que le han seguido, sean de su partido o del otro.
A uno de ellos, Felipe González, se le calentó la boca e insultó al candidato del PP. Le llamó "imbécil".
El otro, Aznar, interpretó a su manera las frases que escuchó a su sucesor durante meses y acusó al Gobierno de seguir negociando con ETA.
A la misma hora que la expresión del ex presidente del PSOE se extendía, el candidato de su partido, Zapatero, se jactaba de no insultar. Y a la misma hora en que el ex presidente del PP lanzaba su acusación de complacencia del PSOE con ETA, alguien con una mochila se dirigía a la sede socialista de Derio (Vizcaya). Poco después el artefacto que llevaba hacía explosión y destrozaba el local.
A la misma hora, en Madrid, un portavoz de una asociación de víctimas del terrorismo acusaba, de nuevo, al Gobierno de complicidad con ETA. Ayer el PSOE dejó traslucir su malestar por la expresión de Felipe González y destacados dirigentes como José Blanco y José Bono la tacharon de "no adecuada" y aseguraron abiertamente que no les gustaba el insulto. González no rectificó y Zapatero le elogió y no se distanció.
A Aznar nadie de su partido le corrigió. Incluso fue jaleado en decenas de actos de su partido y su acusación se extendió como un eco por toda España. Lo oyeron las tres decenas de dirigentes de la izquierda abertzale que están en la cárcel porque fueron detenidos en los últimos meses.
También lo escucharon los ciudadanos que se salvaron de los atentados que ETA ha intentado en los últimos meses y que han resultado frustrados por la eficacia de las Fuerzas de Seguridad, por la impericia de los terroristas o por las dificultades que tiene la banda ahora para formar a sus activistas.
Se incluyen los agentes de la Ertzaintza que se salvaron la semana pasada porque falló la bomba trampa que colocó ETA, a pesar de que, según Aznar, está en tratos con el Gobierno. Lo oyó también Mariano Rajoy que anoche en su mitin de Pamplona insitió en utilizar el terrorismo en la campaña electoral.
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