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Puños en alto y flores rojas para un "hombre bueno"

Miles de personas se despidieron ayer de Marcelino Camacho en Madrid. Zapatero recuerda su 'integridad' y todo el arco político reconoce su papel clave en la Transición española

BELÉN CARREÑO

Un puño en alto. Un clavel rojo o una rosa sangre. Una mirada emocionada a Josefina. Lágrimas, muchas lágrimas, y algún beso trémulo lanzado al aire. Miles de personas se acercaron ayer a decir su último adiós a Marcelino Camacho, dirigente histórico de Comisiones Obreras, y uno de los protagonistas irrenunciables de la Transición española.

Anónimos ciudadanos, cientos de sindicalistas, amigos, familiares y decenas de personalidades desfilaron desde las diez de la mañana ante el féretro de Marcelino, en el anfiteatro que lleva su nombre en la sede de CCOO en la Comunidad de Madrid. La capilla ardiente estará abierta hasta hoy a las 11,30 horas y a las 12 se iniciará una marcha hasta la Puerta de Alcalá donde se le rendirá un último homenaje.

Su mujer, Josefina Samper; sus dos hijos, Marcel y Yenia; su hermana Vicenta, y sus cuatro nietos (hay ya un bisnieto y otro en camino), mantuvieron la entereza y se fundieron en cariñosos abrazos con el presidente Zapatero, Nicolás Redondo, Santiago Carrillo, Cándido Méndez o José María Fidalgo, entre muchos otros.

El abrazo a Josefina, el abrazo de Josefina, terminaba por arrancar las lágrimas a muchas de las cientos de personas que optaban por quedarse, un ratito, a velar al que muchos ayer definieron como luchador incansable por la libertad y democracia.

También le guardaban varios símbolos que explican su biografía. Una bandera republicana, otra del PCE, las insignias de CCOO, una corona de los ferroviarios (profesión que desempeñó su padre) y rojo, mucho rojo, como se calificaba él. Al fondo, una enorme foto en la que vestía una de sus tiernas chaquetas de punto granates, casi idéntica a la que también le acompañará en este último viaje. Un gran lema enmarcaba el féretro: 'Ni nos domaron, ni nos doblaron ni nos van a domesticar'. Es la frase que puso letra a la lucha sindical en España.

Entre las decenas de declaraciones que resonaron a las puertas del anfiteatro, una sobresalió entre todas. Clara, sencilla, llana. 'Me gustaría que le recordaran como un hombre bueno', resumía su hijo Marcel, que salió periodista, sin duda influenciado por la obsesión informativa de su padre, que devoraba cada día un puñado de periódicos. 'Que recuerden la honestidad de un hombre que ha luchado por los pueblos', concluía Marcel.

Zapatero, recién llegado de la cumbre de Jefes de Estado de la UE, también le recordó como un 'hombre íntegro, trabajador y luchador', y subrayó su 'importante' papel en la lucha por las 'libertades, sociales y sindicales' que ahora disfrutan los españoles.

Miles de ciudadanos hicieron cola ante la capilla ardiente

Hasta siete ministros (incluido el vicepresidente primero, Alfredo Pérez Rubalcaba) y otras altas figuras del Gobierno, como el presidente del Congreso, José Bono, se acercaron a rendir homenaje al conocido como 'padre del sindicalismo moderno'. Los miembros del Ejecutivo resaltaron de forma unánime su tesón en la búsqueda de la libertad, por la que, incluso, sacrificó la suya con años de prisión.

De 'referente moral' lo calificaron el titular de Trabajo, Valeriano Gómez, y la ministra de Cultura, Ángeles Gónzalez-Sinde. El goteo de figuras de la política actual fue incesante. Uno de los primeros en llegar fue el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, que aprovechó para anunciar que habría una calle con el nombre de Marcelino Camacho. Pero también estuvieron la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre; su contrincante en el PSOE, Tomás Gómez; el secretario general del PSOE, Marcelino Iglesias, la secretaria general del Partido Popular, María Dolores de Cospedal; el presidente de Caja Madrid, Rodrigo Rato; el portavoz del PSOE en el Congreso, Antonio Alonso; el diputado de IU, Gaspar Llamazares; el príncipe Felipe, y un largo etcétera, casi tan extenso como la cola de gente que durante todo el día se agolpó en la puerta del sindicato. Haciendo de incansable anfitrión, el secretario general de CCOO, IgnacioFernández Toxo.

Pero las visitas más vibrantes fueron las que, en la fugacidad del encuentro con Josefina, reconstruían sobre aquel escenario pasajes cruciales de la historia reciente. Santiago Carrillo, el histórico fundador del Partido Comunista, donde también militó Marcelino, charló largo y tendido con Josefina. 'Es la mujer que le acompañó toda su vida y que se sacrificó enteramente por él y por su causa', explicaba Carrillo. Fue 'un gran luchador obrero antifranquista y un gran militante comunista', sentenció.

Su mujer, Josefina, abrazó emocionada a Zapatero, Redondo o Fidalgo

Nicolás Redondo, durante años secretario general de UGT, y otro líder carismático contemporáneo de Marcelino, se trasladó desde Bilbao para dar el último adiós al que tantas veces fue su rival, pero terminó siendo amigo. 'Era una persona que cuanto más se trataba con ella más se le apreciaba', aseguró Redondo, una de las últimas personalidades en visitarle hace apenas tres semanas en su casa y luego en el hospital. 'Cualquier obrero debe sentirse orgulloso de haber tenido un dirigente como Marcelino Camacho', sentenció el sindicalista. El actual secretario general de UGT, Cándido Méndez, ya había subrayado a primera hora de la mañana el carácter 'intachable e imborrable' de la trayectoria de Marcelino, recordando que valores como la 'libertad y la democracia' en España, no se podían entender sin su figura.

Antonio Gutiérrez, el líder de CCOO que arrebató en 1987 la secretaría general del sindicato a Marcelino, rechazó recordarle como 'una vieja gloria del pasado' y reivindicó la vigencia de su aportación ideológica 'porque sigue siendo muy necesaria'. En declaraciones a Público, Gutiérrez destacó el 'pragmatismo' de Marcelino, que lograba que 'sus ideales fueran posibles y útiles'. 'Lo sustancial es que el sindicalismo siga impregnado de su espíritu', concluyó.

 

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