Este artículo se publicó hace 11 años.
El quijote que se enamoró cuando daba la vuelta al mundo en bicicleta
El bombero chileno Francisco Villa salió de su país en busca de un nuevo récord Guinness y por el camino se encontró a la madre de su hijo, un bebé llamado Lucas
La biografía oficial de Francisco Villa señala que un 11 de noviembre de 2010 salió de Santiago de Chile en busca de un nuevo récord Guinness: dar la vuelta al mundo en bicicleta sin más dinero que las donaciones de la gente. Tres años, otros tantos continentes y cuarenta países después, este bombero fibroso confiesa que su objetivo velado era encontrar pareja. "Emprendí esta aventura como un Quijote de la Mancha para hallar en algún rincón del planeta una Dulcinea", explica en la calle Montera de Madrid, donde rememora las vicisitudes del camino. "El hallazgo de un amor verdadero es, más que un sueño, una quimera".
Sin embargo, Villa, que tiró hacia el norte nada más salir de casa, se topó en México con Baoling, una mochilera singapurense con la que acaba de tener un niño llamado Lucas. Con ella compartió ruta hasta que el embarazo les deparó Madrid, donde reúne los euros suficientes para volar a Oceanía. Luego tocará Asia, que recorrerá hasta el 11 de noviembre de 2015. Cinco años que cerrarán un círculo de 250.000 kilómetros. "Todos me preguntan si padecí algún percance, pero ni me han robado. Lo único que mata a un aventurero es estar parado".
A lomos de Rocinante, una bicicleta que le costó veinte dólares y debe sustituir cada vez que se cae a cachos, mira hacia delante y no echa de menos lo que ha quedado atrás. "Cerré mis negocios y decidí cambiar de estilo de vida: antes era un rico pobre y ahora soy un pobre rico". Tenía dinero, pero carecía de tiempo para gastarlo. "Mis relaciones duraban menos que una bicicleta". No era totalmente infeliz, confiesa, como si la dicha pudiese ser medida y pesada. "Ahora, en cambio, giro el globo terráqueo y lo detengo en cualquier punto". Cuando llegó a Noruega, fijó su dedo en Egipto y enfiló el continente africano, previa parada y fonda en Madrid.
"Siempre recurro a mis camaradas, que son una fraternidad en todo el mundo", explica. Sus colegas confirman que pasó una noche en un parque de la capital con su chica. "Les quisimos hacer un aporte económico para su aventura, aunque se negaron: sólo admitieron cena, ducha y cama", recuerda un bombero municipal. Ahora está alojado en el piso de una compatriota mientras suma los euros que le permitan emprender de nuevo este "viaje de sobrevivencia".
¿Lo mejor? "Brasil y su gente, sinónimo de alegría, simpleza, espontaneidad, abrigo, humildad y cariño". ¿Un pasaje para el olvido más allá de los 708 pinchazos sufridos y las ocho bicicletas que se quedaron en la cuneta? "El encuentro con chilenos que desconocen su patria". Cuando ponga fin a su odisea y regrese a ella, tendrá 46 años. "En realidad, no tengo claro si volveré. Mi principal proyecto a largo plazo es sentarme y escribir".
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