Este artículo se publicó hace 13 años.
Todo por un sueño
Crónica vital de la dura madrugada en una anegada acampada de protesta en Sol
Una luna informe y multicolor ha salido esta madrugada en la Puerta del Sol. Comenzó a chispear cuando se posaba la noche y ya los acampados se vieron trasegando con lonas y plásticos hasta dar forma, visto desde la cámara de soltv.tv apostada en lo alto de una terraza, a un astro humano y luminoso para cobijarse. Los que habitan en él no son unos lunáticos, sino una mole de ciudadanos de a pie que están aquí desde hace tres días, nada más terminar la manifestación convocada por Democracia Real Ya, para exigir una reforma electoral que devuelva el gobierno a los ciudadanos: un sistema político participativo, como reza su manifiesto, divulgado a voz en grito en varios idiomas.
Los toldos que daban cuerpo al frágil habitáculo donde se afanan los organizadores de la acampada se multiplicaron por arte de lluvia. Los congregados que abarrotaron el kilómetro cero durante la pasada tarde noche comenzaron a replegarse: muchos, con el paso de las horas, fueron tragados por el Metro o se diluyeron en las arterias que dan a la Gran Vía, a Ópera, a Tirso de Molina; algunos buscaron refugio en los soportales de los comercios cercanos; decenas, cientos de ellos se metieron bajo techo, un patchwork de plásticos que contenía a duras penas la terca lluvia que durante las últimas horas convirtió Sol en un espacio severo para vivir, aunque enriquecedor para compartir.
Disipado el temor de un desalojo por parte de la policía, cuya sombra pendía sobre los manifestantes tras la resolución de la Junta Electoral, que el miércoles prohibió la concentración, la única amenaza era la llovizna, rebautizada orballo, chirimiri, drizzle o garoa en función de quien la sufriese. Era sabido que los españoles están indignados, pero algunos viajeros, estudiantes y trabajadores extranjeros también lo han puesto de manifiesto con su presencia solidaria aquí. Foráneos y nativos, alumnos y profesores, punkis y chaqueteados, imberbes y ancianos, discapacitados y ciclistas, ciudadanos y ciudadanas, todos y todas han entonado un noctívago y rotundo con nosotros no contéis. En calma, orden y armonía: la que permite, al menos, el fragor de miles de personas reducidas a cientos, decenas, según avanzaban las agujas del reloj de la Real Casa de Correos, o sea, el de las campanadas.
Parecía imposible conciliar el sueño bajo las carpas, máxime cuando el aguacero no perdonó, pero así fue: con los ojos abiertos, la juventud española, al menos ésta, la de las dos carreras y máster, la que ya persigue el mileurismo denostado, porque ni llega a los tres ceros, ha soñado con un Madrid, un país y un planeta mejor. Lo decía el cartel: "Otro mundo es posible". Y, conscientes de las múltiples ramas de una planta silvestre —o rebelde, valga la prosopopeya— que crece día a día, heterogénea, diversa y rica, han comenzado por la democracia el intento de cambiarlo.
Decir quiénes son o qué piensan es redundante: son muchos, no tienen que ver entre ellos y sus cerebros regurgitan ideas a gogó. Algunas opiniones están recogidas aquí: se ha hecho de día y es tarde para enumerarlas. Eso sí, tienen claro que la primera mutación del sistema debe pasar por las urnas y no precisamente para introducir este domingo un voto en el metacrilato, opinan. Cuando haya una "democracia real" se lo pensarán. Y, mientras, le siguen dando vueltas al magín: llueva, nieve o caliente en Sol.
- Los fotógrafos evitan que nos tapen los ojos y otros textos de la acampada en Sol.
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