Este artículo se publicó hace 13 años.
El votante unidimensional
La política real se ve constantemente en presencia de intereses difíciles de conciliar
En las elecciones de marzo de 2008, un total de 359.046 personas de mi circunscripción (Málaga) votaron al PSOE. A todas esas personas represento en el Congreso. Cada vez que voto o intervengo en la tribuna las represento, al igual que mis cuatro compañeros de lista. A la mayoría no las conozco personalmente, no sé si fuman o no fuman, si se bajan películas de internet o las compran, si les gustan los toros o están en contra, por ejemplo. Hay quien piensa que quizá las circunscripciones en nuestro país son demasiado grandes. En mi provincia el censo electoral supera el millón de personas, así que aunque tuviéramos circunscripciones uninominales, cada uno de los diez diputados malagueños vendríamos a representar a unas 100.000 personas, y cada uno de los cuatro senadores representaría a un cuarto de millón de electores. Tampoco así resulta un número asequible para conocerlos a todos. En todo caso, no hace falta conocer a todos los electores personalmente para saber de su diversidad. Si, además, vamos combinando las distintas preferencias en cada persona, es fácil imaginar cómo se multiplica tanto la diversidad social como la dificultad para representarla.
Con tal variedad, hablar del pueblo es como hablar de la clase política, es no decir nada concreto. De todos modos hay que reconocer que, a veces y para algunos, ambos conceptos puedan resultar sumamente útiles. Hay personas, muy alejadas de la vida política, para las que todos los políticos son iguales y homogéneos como una clase social. Es verdad que los representantes no son milimétricamente iguales a sus representados, toda elección es también una selección, y eso provoca lo que Bernard Manin señala como una tensión aristocrática en la democracia representativa; pero también es cierto que entre los representantes hay casi tanta diversidad como entre los representados. Sin embargo, hay quienes, mucho más cercanos a la política, encuentran útil mostrar una imagen indiferenciada de los políticos. Recuerdo que no hace mucho un periódico hacía un fotomontaje de los diputados que declaramos alguna actividad además de la parlamentaria, y a mí, que soy miembro del patronato (no remunerado) de una fundación de pensamiento, me pusieron al lado de otro que tenía un importante bufete de abogados. Quien lo hizo sabía distinguir, pero no quiso.
En el Congreso suele irles mejor a los que conjugan bien el verbo transar
Los mismos que suelen hablar de la clase política como una clase homogénea hablan del pueblo como una realidad uniforme. Cuenta Hannah Arendt que los padres de la Revolución americana daban tanto valor democrático al concepto de pueblo entendido como una multitud plural de votos e intereses que Jefferson estableció como principio "ser una nación en los asuntos internacionales y conservar nuestra individualidad en los asuntos internos". Más o menos exactamente lo contrario de lo que están haciendo los líderes de la derecha española en estos tiempos de crisis, que dentro del país se expresan con la retórica de la nación y fuera se dedican a airear sus posiciones banderizas. Negar la diversidad, muchas veces conflictiva y contradictoria, de intereses y opiniones es extremadamente útil para quienes no quieren tener en cuenta una parte de esos intereses y opiniones.
La política real se ve constantemente en presencia de intereses muy difíciles o imposibles de conciliar. Es frecuente que los diputados recibamos correos de personas que nos dicen que nunca más votarán a nuestro partido por haber tomado esta o aquella decisión sobre el tabaco, el canon digital o sobre la política energética, por poner ejemplos actuales. A veces, para consolarme, me digo que algunos serán los mismos; es decir, que el que dice que no nos votará por el canon puede ser también un fumador airado.
Hace unos años, antes de que la crisis nos golpeara brutalmente, un amigo me dijo que nunca más votaría al PSOE por apoyar el canon digital. No había forma de convencerlo. Cuando nos levantábamos de la mesa le dije: "No sé cuánto habrás pagado este año de canon, pero si has comprado cien CD y un móvil que reproduzca mp3 no habrás llegado a los 20 euros. Es posible que te parezca caro o injusto, pero ¿te parece razonable que el precio o la justicia de esa medida en particular equivalgan por sí solas en tu decisión de votar a toda la Ley de la Dependencia, al incremento de las becas, pensiones y salario mínimo, a las inversiones en I+D+i, al matrimonio entre personas del mismo sexo, y a todos los demás logros del Gobierno? ¿Es que en tu vida sólo eres comprador de soportes digitales? ¿Sólo tienes una dimensión o tienes muchas? Y, si tienes muchas, ¿no tendrás que encontrar un equilibrio entre todas ellas?".
En el Congreso suele irles mejor a los diputados que conjugan bien el verbo transar. La vida democrática en una sociedad diversa y contradictoria nos lleva constantemente a transar, y las primeras enmiendas transaccionales generalmente debemos hacérnoslas a nosotros mismos. Por eso, antes de ir a votar sería bueno que el consumidor digital o el fumador enojados hablaran con el becario o el jubilado que llevan dentro; y al votar lo hicieran en nombre de todas esas personas, a veces tan diversas y contradictorias, por las que están constituidas, pues para esa diversidad es para la que legislamos sus representantes.
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