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Las alianzas con EEUU dividen a América Latina

El pacto militar de Uribe con el Pentágono y el golpe de estado que derrocó a Zelaya enfrentan al hemisferio en dos bandos rivales. Washington impone su poderío frente al ascenso de Brasil

NAZARET CASTRO

Latinoamérica recordará el año que acaba de terminar como el de su escisión.

Hacía ya tiempo que venía configurándose un escenario de división en el continente: de un lado, gobiernos conservadores afines a Washington, como Colombia y Perú; de otro, la izquierda socialista de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa; entre ambos, una socialdemocracia a la europea, con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva como estandarte; y, entre estos dos últimos, la Argentina de los Kirchner, que no acaba de decidir su lugar en el tablero.

Con semejante panorama, no parecía el 2009 un año muy halagüeño para las aspiraciones de integración que, pese a todo, existen en la región. Pero tampoco se esperaba llegar a 2010 en el actual estado de fragmentación y ruptura.

Para Mónica Hirst, profesora de Asuntos Internacionales en la Universidad Torcuato Di Tella de Buenos Aires, es probable que se acabe constituyendo un 'eje del Pacífico', unido por su deseo de cooperar con Estados Unidos, formado por Chile, Perú, Colombia y México. Las formas de colaboración con Washington varían desde lo meramente comercial, como Chile, hasta la alianza estratégica militar, en el caso de Colombia.

Es esta cooperación militar la que causa recelos en la región, especialmente entre los vecinos de la Alternativa Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). La vieja disputa entre Colombia y Venezuela se ha recrudecido: ambos países se acusan mutuamente de tener planes de ataque contra su vecino. 'Vientos de guerra empiezan a soplar en América Latina', resumió Chávez en agosto.

¿Cuánto hay de verdad y cuánto de retórica destinada al consumo interno? Venezuela y Colombia no tienen ningún conflicto territorial ni más desavenencia que las diferencias ideológicas de sus gobiernos. En ambos casos interesa a sus líderes alimentar el discurso de confrontación ante su electorado. 'Es un caso claro en que la política interna determina la política exterior', señala el politólogo Jorge Battaglino. En su opinión, es difícil que estalle un conflicto.

Lo que sí se ha evidenciado en 2009 es una profundización de las divergencias que tiene mucho que ver con el meteórico ascenso de Brasil. En una región poco dada a permitir la emergencia de líderes, Brasilia despierta suspicacias entre sus socios.

Este clima se evidenció en la última cumbre de Mercosur, cuando Cristina Fernández de Kirchner llamó a Brasil a liderar el proceso de integración regional a la manera en que lo hizo Alemania en Europa, esto es, financiando el desarrollo de sus socios. Sus palabras no gustaron a Lula. Aunque quisiera, Brasil no puede ejercer un liderazgo a la alemana: tiene muchos frentes internos abiertos, desde la pobreza a la violencia urbana, que no se lo permiten.

Sea como fuere, de la mano de un Lula que ha sabido meterse en el bolsillo a la comunidad internacional, Brasil ha ganado una proyección internacional arrolladora y se ha consolidado como principal interlocutor de Washington en la región. Su sólida posición en el tablero global se evidenció con dos cartas que recibió Lula en noviembre: una de Shimon Peres pidiendo su intermediación en el conflicto de Oriente Medio y otra de Barack Obama solicitando su ayuda que Lula no le brindó para contener al presidente iraní.

Brasil quiere ejercer como moderador en los conflictos de la región. El Itamaraty (el Ministerio de Exteriores brasileño), renunciando por una vez a su tradicional discreción y mesura, jugó fuerte en Honduras al ofrecer al presidente depuesto, Manuel Zelaya, albergarse en su Embajada en Tegucigalpa. Pero Brasilia no calculó bien la constancia de los golpistas ni el viraje de Washington, que no podía permitir una situación de inestabilidad en Honduras por más tiempo.

'Es una consigna que donde hay bases militares tiene que haber paz', señala Hirst. Honduras acabó por demostrar que Washington sigue siendo el principal mediador en la zona. Y que el efecto Obama no se ha notado demasiado en el patio trasero americano.

'Vamos hacia una mayor fragmentación, sin proyectos regionales de envergadura. Hasta ahora, el que más ha funcionado ha sido el ALBA, que es el único con coherencia ideológica, pero ya ha dado de sí todo lo que puede dar', opina Mónica Hirst.

Lo que acontezca en 2010 dependerá en gran medida, en todo caso, de quiénes resulten vencedores en las próximas elecciones presidenciales en Chile, que celebra su segunda vuelta en enero, y en Brasil, que se despide de la era Lula a finales de año. Sendas victorias de la derecha podrían alejar más al continente del camino de la integración.

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