Este artículo se publicó hace 16 años.
Los árbitros misteriosos de las primarias
Nadie sabe por quién se decidirán los superdelegados de los demócratas.
Nunca nadie les había hecho tanto caso. Reciben llamadas de Bill Clinton o de John Kerry. Sus nombres aparecen en Internet, en televisión. Se les imagina conspirando entre bastidores o abrumados por el peso de la responsabilidad.
Son los superdelegados, una figura peculiar del proceso de selección demócrata, 796 responsables del partido que han pasado de una relativa oscuridad a un inesperado estrellato porque podrían decidir, si las primarias no consiguen desempatar a Barack Obama y Hillary Clinton, quien se lleva finalmente la nominación.
Representan más o menos, el 40% de los votos necesarios para ganar (2.025), el 20% del total de delegados (4.049) que se reunirán en Denver a finales de agosto para elegir oficialmente al candidato que se presentará contra el republicano John McCain en las elecciones presidenciales. Son personalidades prominentes del partido, congresistas, gobernadores, ex presidentes, miembros de organizaciones del aparato demócrata y figuras varias del establishment.
Cada estado tiene los suyos y en principio deben reflejar los resultados de las primarias. Pero no es obligatorio. El superdelegado –de ahí el súper– no tiene comprometido el voto y puede elegir a quien mejor le parezca, en función de sus propios intereses electorales, dado que muchos también compiten en las elecciones legislativas de noviembre, o de las presiones que hayan recibido.
De momento la balanza está a favor de Clinton. Según los cómputos de la CNN, Clinton cuenta con 224 superdelegados y Obama, 135. Otros medios de comunicación exhiben datos diferentes. A fin de cuentas, se trata de una estimación. Porque en realidad los superdelegados pueden cambiar de opinión.
Las dos campañas han desplegado operaciones de caza y captura, lista en mano, para asegurarse respaldo y apoyo. La ex primera dama ha recurrido a la artillería pesada. El ex presidente, Bill Clinton, o la ex secretaria de Estado, Madeleine Albright, han vendido los méritos de la candidata. El ex candidato a la presidencia, John Kerry, y el senador Ted Kennedy han movilizado sus contactos a favor de Obama.
El dilema
Quedan algo más de 400 indecisos. Y están en un tremendo dilema: no quieren asumir una decisión salomónica que podría dividir al partido. Prefieren esperar a que las urnas hablen con más claridad. Pero tampoco pueden correr el riesgo de encontrarse en agosto con una convención abierta, sin un candidato apalabrado, por primera vez desde 1960.
Los superdelegados se inventaron en 1982 para evitar las luchas intestinas, agilizar el proceso de selección pero sobre todo garantizar la preeminencia del aparato. Walter Mondale fue el primero en utilizar la baza de los superdelegados contra Gary Hart en las primarias de 1984 para arrebatarle la nominación y luego perder frente al entonces presidente, Ronald Reagan.
Obama ha pedido al establishment que no “contradiga la opinión de los votantes” y se pronuncie en función de los resultados. Clinton les ha aconsejado que se pronuncien de forma “independiente”. Los superdelegados esperarán hasta el último momento.
“Deben resistir la tentación y la presión de decidir la nominación antes de que los votantes se hayan expresado”, decía este fin de semana en The New York Times, Tad Devine, uno de los asesores de Mondale en 1984. “La percepción de que los votos de la gente normal cuentan menos que los votos de los políticos y que éstos pueden nombrar al candidato en algún cuarto oscuro podría perjudicar al partido durante décadas”.
“El daño podría ser mayor” continuaba Devine, “si los afroamericanos o las mujeres estiman que el candidato que mejor representa sus esperanzas y aspiraciones pierde la nominación, legítimamente otorgada por la mayoría de los simpatizantes”.
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