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El ascenso extremista puede amenazar a Angela Merkel

Las elecciones de este domingo en tres 'Länder' serán el pulsómetro del descontento de la ciudadanía alemana con las políticas aplicadas por la canciller.

La canciller alemana, Angela Merkel, en Nürtingen. / MARIJAN MURAT (EFE)

LAURA CRUZ

BERLÍN.- Últimamente el infortunio y la presión política, mediática y ciudadana se alían contra Angela Merkel. Casi la totalidad de los actores políticos han criticado su política migratoria, unos por considerarla demasiado permisiva (sus socios de la Gran Coalición y su propio partido) y la oposición por tacharla de represiva. La consecuencia ha sido que se monopolice el panorama mediático con la crisis de refugiados mientras la extrema derecha avanzaba en los sondeos de manera galopante y de la mano de las agresiones xenófobas a los refugiados, hacia los que este año los ataques racistas se han quintuplicado.

El endurecimiento de las leyes de asilo, con el llamado Asylpakett II, tampoco parece haber sido suficiente para una parte de la población, que focaliza su descontento en las personas que llegan a Alemania huyendo de la guerra. Esta nueva ley abre la puerta a las deportaciones masivas de quienes provengan de lugares categorizados ahora como seguros, casi todos menos Siria. Además también impide la reunificación familiar durante dos años, hecho que podría suponer que un 20% de refugiados tengan que dejar a sus familias en el territorio de conflicto. Se autorizan las devoluciones en vuelos especiales destinados a este fin, en los que también podrán viajar enfermos, si su estado no supone una gravedad acuciante.

A pesar de la dureza evidente de estas medidas, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) continúa ganando posiciones políticas y puede llegar a ser el principal partido en la oposición tras las elecciones a la cancillería del año que viene, salvo que la situación se revierta por completo. Como una botella de cava agitada, AfD se ha aupado en las encuestas electorales en pocos meses, sirviéndose de manifestaciones claramente racistas como la afirmación de su líder, Frauke Petry, de que habría que disparar a los refugiados en las fronteras “para impedir que entren ilegalmente a Alemania”.

En su programa electoral, de corte racista y antieuropeísta, expresan su propuesta de que cada familia tenga un mínimo de tres hijos para preservar la identidad alemana ante la avalancha migratoria, pero también exhiben propuestas manifiestamente machistas, como la eliminación del salario mínimo en Alemania (lo que haría que, según el sindicato Ver.di Frauen, las mujeres cobrasen aún menos dinero por hacer los mismos trabajos que los hombres), que el aborto deje de ser un derecho o que se eliminen las cuotas y la propaganda institucional sobre sexualidad. No ayuda tampoco la torpeza de CDU y SPD (partidos de la Gran Coalición), más preocupados por virar a la derecha que por señalar a los ultras.

Las elecciones federales del domingo cambiarán los parlamentos de Baden-Württemberg (donde gobiernan Los Verdes en coalición con el Partido Socialdemócrata y se confisca bienes a los refugiados al llegar a la región), Renania-Palatinado y Sajonia-Anhalt, esta última especialmente sensible al avance de los extremistas y donde podrían quedar incluso en segundo puesto por delante de Die Linke (La Izquierda), si se cumplen los peores augurios. La polarización del escenario xenófobo tiene su mayor acogida en las regiones del este.

Ante esta difícil contienda, Angela Merkel propició la semana pasada un pacto a la desesperada con Turquía en Bruselas. Tras expresar su disconformidad con el cierre de la actual ruta de los Balcanes, finalmente aceptó que la UE conceda 3.000 millones de euros más a Turquía para que deporte masivamente a los refugiados desde Grecia (en grave situación humanitaria debido al desborde de la migración unido a las políticas de austeridad que aún tiene que aplicar).

Como si de mercancía se tratase, por cada refugiado que acoja Turquía, Europa se comprometerá a acoger a otro refugiado en el futuro y agilizar los visados. No se ha establecido, sin embargo, ninguna medida nueva para intentar paralizar la proliferación de mafias que negocian con el sufrimiento de los migrantes. Tampoco para proteger a la población civil en los propios países en combate.

Esta misma Unión Europea que miraba hacia otro lado cuando la policía rociaba a los refugiados con gas lacrimógeno en la frontera de Hungría con Serbia, ahora hace lo propio con el cierre de fronteras de Macedonia con Grecia, donde han quedado atrapadas más de 19.000 personas en condiciones insalubres. La situación es absolutamente dramática.

Niños que sufren amputaciones de sus miembros por la humedad y el frío, embarazadas dando a luz entre el barro o migrantes peleándose por las bolsas de comida que los responsables de la ayuda humanitaria les lanzan desde camiones. Son escenas que recuerdan a conflictos de otro tiempo como la guerra de Ruanda o la de Yugoslavia.
Mientras se firmaba este acuerdo, todavía seguían desaparecidos 10.000 niños refugiados, según la Europol. Incógnita a la que Alemania todavía no ha dado respuesta, como tampoco ha esgrimido su posición en relación a estas mafias que venden los pasajes de Turquía a Grecia.

Sólo un milagro podrá salvar el domingo a Merkel de la deriva política. Las coaliciones para frenar a AfD serán básicas en el nuevo panorama político alemán. La lucha en las calles también deberá serlo. Por ahora ese espacio pertenece a los xenófobos, quienes exhiben con periodicidad su fuerza a pesar de tener en contra a una mayoría de la población civil.

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