Assange y América Latina, el idilio continúa
Los líderes progresistas de la región han apoyado sin fisuras al fundador de WikiLeaks desde 2010 hasta su reciente liberación.
Madrid-
Mientras los gestos de solidaridad de los mandatarios europeos hacia Julian Assange brillan por su ausencia, hay una región en el mundo que se ha volcado en la defensa del fundador de WikiLeaks: América Latina. De Fidel Castro a Gustavo Petro, el idilio entre los líderes de izquierdas latinoamericanos y Assange se ha mantenido desde que en 2010 se publicaran los primeros cables clasificados de Estados Unidos. Lula da Silva, Mujica o Chávez aplaudieron en su día la valentía del activista australiano, y el Ecuador de Rafael Correa se erigió en su más destacado protector al otorgarle refugio en su embajada de Londres durante cinco años. Con Assange en libertad, la luna de miel continúa.
"A Estados Unidos no le importa si Uruguay es borrado del mapa o es destruido; a diferencia de Irak, Uruguay está en una posición muy bonita para hacer algo (...) La gente de Uruguay puede sentirse segura apoyando a WikiLeaks", ironizó Assange durante una videoconferencia realizada en la Facultad de Psicología de la Universidad de la República de Uruguay, en mayo de 2013. El activista se refería a un cable firmado por Frank Baxter, embajador estadounidense en el país sudamericano, en el que aseguraba que a Estados Unidos no le importaba si Uruguay era "borrado del mapa o destruido". "Uruguay no cuenta con infraestructura crítica que sea vital para Estados Unidos, su incapacitación o destrucción no tendría un efecto debilitador en la seguridad, en la economía o en la salud de Estados Unidos", señalaba el cable fechado en 2009.
Assange estaba presentando entonces su libro Criptopunks: la libertad y el futuro de Internet y llevaba casi un año refugiado en la embajada de Ecuador en Londres. El cable era tan solo una muestra de los miles documentos clasificados que hacían referencia a países latinoamericanos. Fue a finales de 2010 cuando Assange invitó a Londres a varios periodistas de la región para diseñar un plan de publicación y seleccionar a los medios a los que filtraría su información. En ese consorcio figuraban Página 12 (Argentina), La Jornada (México), IDL-Reporteros (Perú), El Faro (El Salvador), CIPER (Chile) y El Espectador (Colombia), entre otros. Los cables confirmaban la injerencia permanente de Washington en las cuestiones de política interna de sus vecinos del sur, un territorio al que siempre ha considerado como su patio trasero. También ponían en evidencia el vasallaje que influyentes personajes de la clase política, económica, cultural y mediática de esos países rinden a los diplomáticos norteamericanos.
De los 250.000 cables que filtró WikiLeaks, unos 30.000 tenían como origen o destino Latinoamérica. Versaban sobre todo tipo de asuntos, desde el empeño de la Casa Blanca en fortalecer a la oposición venezolana y en derrocar a Evo Morales al interés por la salud mental de Cristina Kirchner o a su malestar por la supuesta inacción del ejército mexicano en la guerra contra el narco declarada por Felipe Calderón. Algunos embajadores se vieron forzados a hacer las maletas tras las revelaciones de WikiLeaks. Y en Bolivia, Morales echó del país a 30 agentes de la DEA (la agencia antidrogas estadounidense) acusados de espionaje.
Fue en Latinoamérica donde más rápidamente se dio crédito a las revelaciones de WikiLeaks. Eran los años de la denominada marea rosa, una época en que la izquierda era hegemónica en la región. Uno de los primeros líderes que se felicitó por la aparición de la plataforma fue Fidel Castro, ya aquejado entonces de su grave dolencia intestinal por la que se había visto obligado a delegar el poder en su hermano Raúl. Para el comandante, se trataba de un "contundente golpe al imperio", al que moralmente ponía "de rodillas".
Hugo Chávez, bestia negra de Washington hasta su muerte en 2013, dijo que el imperio había quedado "al desnudo". Y aventuraba ya el líder bolivariano a finales de 2010 que las cosas no iban a ser fáciles para Assange: "Este hombre anda prácticamente clandestino, dando declaraciones no se sabe desde dónde, temiendo incluso por su vida". Un año y medio después, el fundador de WikiLeaks se refugiaba en la legación diplomática de Ecuador en Londres. Correa le ofreció protección pero su sucesor, Lenín Moreno, se plegó a las exigencias de Estados Unidos y puso fin al asilo, permitiendo su detención por parte de las autoridades británicas. Desde entonces, Assange estuvo en una prisión de máxima seguridad del Reino Unido hasta su liberación hace unos días tras declararse culpable de un delito de espionaje. "Fuimos pocos los que estuvimos siempre ahí defendiendo a un periodista que dijo la verdad", ha recordado ahora Correa, exiliado en Bélgica por su persecución judicial en Ecuador. El expresidente progresista dijo tener sentimientos encontrados sobre la puesta en libertad de Assange: "Alegría pero también indignación, porque nunca debió pasar".
Otro de los dirigentes latinoamericanos que más se involucró en el caso Assange fue Andrés Manuel López Obrador, quien ha hecho públicas esta semana las cartas que envió en su momento a los mandatarios estadounidenses Donald Trump y Joe Biden para pedir la liberación del activista australiano. El presidente mexicano recibió a la familia de Assange en abril de 2023 y se refirió a él como un "preso político".
Durante su videoconferencia con la Facultad de Psicología uruguaya, Assange recordó el apoyo recibido en la región cuando la Policía británica rodeó la embajada ecuatoriana en agosto de 2012: "Los gobiernos de América Latina se plantaron para defender mis derechos". Las muestras de solidaridad de los líderes de izquierdas latinoamericanos no han cesado durante el largo cautiverio de Assange. El día de su liberación fueron muchos los que le felicitaron: Gustavo Petro (Colombia), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), Xiomara Castro (Honduras), Luis Arce (Bolivia), Miguel Díaz-Canel (Cuba), Nicolás Maduro (Venezuela), Claudia Sheinbaum (presidenta electa de México) y López Obrador, entre otros. El idilio continúa.
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