Este artículo se publicó hace 3 años.
Los atentados del EI en Afganistán ponen en peligro el reconocimiento internacional del Gobierno talibán
Las relaciones de los talibanes con el mundo exterior, en especial con Occidente, están amenazadas por las actividades del Estado Islámico del Jorasán, una organización yihadista con una agenda de destrucción. Si no consiguen frenar a ese grupo, los talib
Eugenio García Gascón
Segovia-
Las fuerzas talibanes se han desplegado en varios distritos de Afganistán para enfrentarse a la creciente amenaza yihadista del Estado Islámico de Jorasán (EIJ), especialmente en la provincia de Kandahar, donde buscan proteger las mezquitas chiíes que hasta ahora constituyen el principal objetivo de los yihadistas más extremistas.
Aunque insiste en que el EIJ no es una "amenaza real", el Gobierno de Kabul se juega mucho en este asunto, especialmente si quiere proporcionar seguridad y estabilidad al país, y que las potencias extranjeras los consideren como interlocutores válidos en el futuro.
Said Josti, portavoz del ministerio del Interior, declaró el domingo: "Algunos elementos extranjeros, incluidos los medios de comunicación, han exagerado mucho la presencia del EIJ en Afganistán, pero la verdad es que el EIJ no es un gran peligro para el país. Muy pronto, con la ayuda de Dios, eliminaremos al EIJ de la misma manera que hemos superado otros desafíos más peligrosos, gracias a Dios, y entonces el pueblo se pondrá de nuestro lado".
Los chiíes suelen ser chivos expiatorios en muchos países de mayoría sunní, como es el caso de Afganistán, donde a menudo se les considera inferiores y sufren las acometidas de radicales sunníes. Lamentablemente hay líderes sunníes que también miran con desprecio a los chiíes y los consideran ciudadanos de segunda categoría.
Aunque el jefe de la Policía de Kandahar, Abdul Ghaffar Mohammadi, confirmó el domingo que la Policía se ha reforzado para hacer frente a las amenazas contra los chiíes y que está trabajando con voluntarios chiíes para proteger las mezquitas, es muy difícil que los agentes puedan garantizar la seguridad de esa minoría tan castigada.
El EIJ se atribuyó el atentado del viernes contra una mezquita de Kandahar durante la plegaria, un ataque que se cobró la vida de 62 personas. Justo una semana antes, el EIJ ejecutó otro atentado contra otra mezquita chií en la provincia de Kunduz que costó la vida a 120 personas, según informaciones que no han confirmado los talibanes de manera oficial.
El EIJ se atribuyó el atentado del viernes contra una mezquita de Kandahar durante la plegaria
El EIJ inició su desafío antes incluso de que los talibanes impusieran su ley en Kabul, mientras el ejército americano todavía estaba en la capital y ocupado con la evacuación de los afganos leales a Washington. En un atentado suicida en el área del aeropuerto mataron a 12 soldados americanos e hirieron a 15, al tiempo que acababan con la vida de un gran número de afganos que esperaban poder salir del país en aviones occidentales.
Con los recientes atentados contra las mezquitas chiíes, el EIJ ha enviado un mensaje claro a los talibanes en el sentido de que tiene capacidad para operar libremente en los feudos talibanes. Si los ataques contra los chiíes continúan, como es previsible, los talibanes quedarán en una situación complicada puesto que será manifiesto que no son capaces de garantizar la seguridad de los ciudadanos.
Otro asunto que se deriva de esos atentados es que desde fuera, es decir las potencias regionales y de más allá, están concluyendo que Afganistán sigue siendo una sociedad profundamente tribal y sectaria. Los países cercanos, como Irán, Paquistán, Tayikistán, Turkmenistán y Kazajistán, simplemente toman nota de esa realidad, como China, India o Rusia, potencias con las que los talibanes quieren relacionarse.
En los países mencionados y en Occidente existe un gran temor a que Afganistán se convierta en un país exportador de terrorismo, de sectarismo y de inestabilidad étnica. Resolver este problema depende en parte de Occidente, pero más directamente de los propios talibanes, que deben demostrar que el poder que ostentan es capaz de traer estabilidad, una cuestión que está en el aire.
Occidente todavía no ha resuelto la disyuntiva de si debe ayudar, y en qué medida, a los talibanes, es decir si las relaciones con Kabul deben ser fluidas. Si los talibanes no llevan el orden al país, es muy difícil que a medio plazo los occidentales se impliquen en su desarrollo y en la asistencia humanitaria. Es verdad que distintos países occidentales están mostrando buenas intenciones, pero eso no bastará para garantizar unas relaciones positivas.
Hay cuestiones que los occidentales miran con especial prevención, como la educación y los demás derechos de las mujeres, donde esperan flexibilidad, pero es obvio que si los talibanes no consiguen imponer una paz básica, y aquí entra de lleno la necesidad de frenar las actividades del EIJ, es muy difícil que las relaciones con Occidente se normalicen de una manera más o menos clara.
En este sentido será preciso esperar para ver cómo se resuelven dentro del movimiento que gobierna Afganistán las tensiones que existen entre los talibanes más radicales y menos radicales. El movimiento sigue dividido y no parece fácil hacer que concuerden las ideas de los primeros con las de los segundos.
Un agente que puede influir en la dirección de moderación es Qatar, un país que ha hecho mucho para rehabilitar al movimiento y cuyos esfuerzos reconocen y elogian los Estados Unidos casi semanalmente desde la época de Donald Trump hasta el presente. La habilidad y mano izquierda de Qatar puede inclinar la balanza en un sentido u otro.
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