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¿Belgoslavia?

Bélgica lleva 174 días sin Gobierno. La gente de la calle, sin embargo, no parece seguirles el juego a los políticos

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Nadia y Julia no entienden qué les pasa a sus compatriotas belgas. "No sé si los valones y los flamencos se van a separar, pero si esto ocurre dicen por aquí que a los alemanes nos conviene formar parte de Luxemburgo", dice Julia, mientras su amiga enciende otro cigarrillo en el frío que rodea el monumento al regimiento de infantería de Estados Unidos que liberó a la ciudad de Eupen de los nazis en 1944. Eupen es la capital de la pequeña comunidad germanoparlante en el este de Bélgica que le fue otorgado por los vencedores de la Primera Guerra Mundial en el Tratado de Versalles.

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En la oficina de atención al ciudadano confirman que una adhesión a Luxemburgo sería la mejor opción en caso de que Bélgica se disuelva. "Pero esperamos que no pase. Nosotros nos sentimos muy a gusto en este país", comenta Edgar Palm.

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Bélgica lleva 174 días sin gobierno porque los partidos políticos no logran ponerse de acuerdo sobre la fórmula para asegurar la futura convivencia entre flamencos y valones. El fantasma de la separación de Flandes y Valonia proyecta su sombra sobre este país en el corazón de Europa. Las dos comunidades no solo hablan idiomas distintos, salvo en el distrito bilingüe de Bruselas. También tienen mentalidades muy distintas. Los flamencos, 6 de los 10 millones de habitantes del país, piden a gritos una reforma del sistema que les otorgue más autonomía. La derecha nacionalista, cada día más fuerte, incluso exige la independencia. No es la primera crisis del país, que nació en 1830 y resurgió dos veces después de la ocupación alemana en las dos guerras mundiales. Pero es cierto que los belgas han visto tiempos más felices.

La prensa ha acuñado ya el término de Belgoslavië."Yo quiero ser parte de Holanda y los valones pueden irse con Francia", dice Marijke, una estudiante de la ciudad universitaria de Lovaina, la Salamanca de Bélgica. "Los valones sólo quieren nuestro dinero", añade. Pero Frederik objeta. "De ninguna manera podríamos formar parte de Holanda. Los políticos han creado la idea de que Flandes quiere separarse, pero la gente no lo ve así, salvo unos pocos", comenta el camarero del De lange Trapen en el cuidado centro histórico de Lovaina, en el Brabante flamenco.

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¿Qué pasa aquí entonces? El fondo del problema es, como suele ocurrir siempre, económico. Valonia era la parte dominante durante la mayor parte de la historia de Bélgica, gracias a sus minas de carbón y los altos hornos, mientras los flamencos eran básicamente unos humildes agricultores. En las tiendas de lujo de Bruselas atendían a la clientela sólo en francés. Pero con el declive de la industria pesada que comenzó en los años sesenta, Valonia cayó y no se ha recuperado hasta hoy. Los industriosos flamencos, por su parte, aprovecharon ese tiempo para convertirse en una economía puntera de alta tecnología. Desde hace años el norte rico subvenciona al sur deprimido, donde el paro es más del doble.

En Hasselt, la capital de la provincia flamenca de Limburg, la riqueza luce por los cuatro costados. Elegantes tiendas, restaurantes exóticos y bares de diseño abundan entre las históricas casas de mercaderes burgueses. "Es la ciudad más limpia de Bélgica", subraya Anne-Marie, de la chocolatería Neuhaus. Esta alegre mujer flamenca asegura que los titulares sobre la crisis del país le dejan dormir tranquila. "Aquí no va a pasar nada. Sólo se están peleando los políticos", dice.

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Johan Thys explica el núcleo del problema. "Los valones y flamencos somos gente con mentalidades distintas. Ellos se parecen más a los franceses y nosotros más a los holandeses o alemanes", dice este empresario flamenco en la moderna sede de la Cámara de Comercio de Limburg. "Nosotros trabajamos muy duro, pero ellos se lo arreglan para vivir bien sin hacer mucho. No tienen iniciativa propia", comenta Thys, que vendió su empresa de componentes de automóvil hace unos meses y ahora tiene una vida más tranquila como consultor de empresas.

Las diferencias de mentalidad pesan mucho más que el hecho de que flamencos y valones cada vez aprenden menos el idioma del otro.

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En la asamblea de las cámaras de todo el país han adoptado el inglés, la lengua franca de los negocios, como idioma de conversación.Thys y sus colegas de la Cámara están preocupados por el futuro de la economía. Piden reformas para hacer frente a los retos de la globalización.

Pero las leyes y regulaciones que afectan a la economía parten del Gobierno federal en Bruselas y los valones no tienen la misma prisa para cambiar las cosas. La "cultura del subsidio" es una de las principales críticas que dirigen los flamencos a sus conciudadanos en el sur. Para Thys, un Flandes independiente es una sinrazón. "Una separación es casi imposible. ¿Cómo debería funcionar esto? ¿Quién se quedaría con Bruselas", se pregunta. Tampoco pone en duda la solidaridad con los valones, los miles de millones de euros de transferencia neta del norte al sur. "No nos frena el dinero que pagamos a los valones, el problema son estos mecanismos de bloqueo en el Gobierno federal", se queja.

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A menos de 50 kilómetros de Hasselt está Lieja, la cuna de la industria pesada de Valonia, 50 kilómetros de campos baldíos y árboles sin hojas bajo un espeso cielo plomizo. Breugel, más que Magritte. Las fábricas que convirtieron a la región de Lieja en una de las ciudades más industrializadas hace mucho que han desaparecido, pero muchas fachadas aún siguen ennegrecidas.

Como vestigios del poder pasado queda la Opéra Royal de Wallonie, la universidad y otros edificios majestuosos de final del siglo XIX. También en Valonia hay resentimientos hacia los nuevos ricos del norte. "Pero si fuimos nosotros los que levantamos este país, y ahora que los flamencos se han hecho ricosquieren separarse", lamenta Sabrina, una valona cuarentona, mientras otros habituales del bar Pilori, en el casco viejo de Lieja, asienten en aprobación resignada.

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En la cafetería de la Universidad a orillas del río Meuse, dos parejas de estudiantes valones reflexionan sobre la cuestión de Belgoslavia. "Los políticos hablan mucho, pero la gente normal no quiere que se separe el país", comenta Pierre-Hugue.

Benjamin está de acuerdo y añade que "los políticos son demasiado extremos y los medios se hacen eco de estas historias y las amplifican". Los cuatro aseguran tener amigos flamencos, aunque admiten que no hablan nada bien el neerlandés de Flandes. "Es que en los colegios lo aprendimos mal y, además, nos interesa más estudiar inglés o alemán", explica Elodie.

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¿Les gustaría formar parte de Francia? "Noooooo", contestan al unísono. "Un valón es belga, no francés", insiste Pierre-Hugue. Fueron las tropas de la Revolución Francesa las que acabaron con el estado independiente de los príncipes-obispos de Lieja en 1794 y, de paso, redujeron a cenizas la catedral gótica. Unos pilares de acero recuerdan el lugar que ocupaba el templo en lo que hoy es la inhóspita Place Saint Lambert.

En muchas ventanas y balcones de la plaza cuelgan banderas belgas. El despliegue del amor patrio se repite en toda Valonia. También en Bruselas. Marie-Claire Houard, una funcionaria del ayuntamiento de Lieja, tomó la iniciativa de recopilar firmas en favor de la unidad de Bélgica. Ya han firmado 140.000 personas, el 30% de ellas flamencas. "Me salió del alma. En el pasado, no me había apuntado a la causa de la crisis, pero los políticos ya llevan demasiado tiempo separando a las dos comunidades", contó al diario francés Libération.

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Para Mhmet, que trabaja en la Brasserie de Liége, sólo hace falta un poco de voluntad. "Cada vez que voy a Flandes me reciben muy bien. Es que hablo un pocode neerlandés y la verdad es que ahí aprecian mucho el esfuerzo", dice este turco de origen, de cultura valona y belga de convicción.

El fútbol no está ajeno a la crisis. El sábado, el árbitro interrumpió el partido de copa entre el equipo flamenco del Genk y el Olympique de Charleroi, cuando los hinchas locales empezaron a proferir insultos hacia los jugadores valones del Olympique.

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El técnico de los valones aplaudió el "gesto" del colegiado, mientras su colega del Genk se quejó de una "falta de criterio". Pero si hay una cosa que une a los belgas, además del rey, el chocolate y la cerveza, es el amor por la selección nacional, los diablos rojos. En una tertulia televisiva en La Deux el lunes, periodistas de ambas comunidades discutieron -en francés- sobre las diferencias políticas que han provocado la parálisis actual en las instituciones. De repente pasaron al siguiente tema y todos analizaron con la misma pasión la actual crisis de los diablos rojos, el papel del seleccionador y el desafío que supone encontrarse con España en la clasificación para el Mundial de 2010.

También hablaron con entusiasmo sobre el partido que enfrentó anoche al Anderlecht de Flandes, el club más laureado de Bélgica, y el Standard de Lieja, el club más célebre de Valonia.

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Un tercio de los socios del Standard son flamencos. Enfrente del Musée de l'Art Wallon en Lieja está el Café Sarajevo. Los clientes, todos bosnios, ya han visto esta película antes. Kemo, que llegó a Bélgica hace siete años, cree, sin embargo, que el final será distinto a lo que pasó en los Balcanes. "Aquí todos tienen la misma religión.

Ahí había varias. Yugoslavia nunca existió realmente", dice sin un atisbo de nostalgia. "Pero los belgas, hombre, tienen casi 200 años de historia en común", sentencia.

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